martes, 21 de agosto de 2018

La Brújula Interior


Según cuentan los estudios realizados en los despachos privados de los psicoterapeutas, y en consultorios y servicios de hospitales públicos que prestan asistencia en trastornos psicológicos, un tercio de las personas que consultan pidiendo ayuda, lo hacen por la falta de sentido en sus vidas.

Fue Viktor Frankl, padre de la logoterapia, el primero que llamó la atención de los terapeutas hacia el sentido de la vida, alguien que personalmente no había tenido una existencia sencilla ni carente de situaciones dramáticas. Frankl fue capturado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y recluido en un campo de concentración por su condición de judío.

Viviendo con el horror, Viktor Frankl descubrió que la gente necesita un propósito, aunque fuera minúsculo, para mantener su voluntad de vivir.
Allí, en los campos de exterminio, este médico vienés observó que los prisioneros que sobrevivían eran, casi exclusivamente, los que de una manera u otra habían conseguido encontrar un propósito en sus restringidas y miserables condiciones de vida dentro del campo.

Construyendo un camino, un porvenir
Fue en cautiverio donde decidió aplicarse ese descubrimiento; se impuso a sí mismo el desafío de relatar la experiencia de los prisioneros y de la importancia de tener un motivo para vivir.

Construir ese relato le proporcionó un sentido a su existencia y le llevó, según sus propias palabras, incluso a intercambiar la mitad del poco pan que recibía por una sábana rota donde seguir con sus anotaciones para su investigación.

Viktor Frankl explica en El hombre en busca del sentido que, si bien los guardas del campo controlaban todos los aspectos de la vida y la muerte de los prisioneros –incluyendo su humillación, tortura o asesinato–, había algo que eran incapaces de controlar: la forma de reacción de cada recluso. De esta respuesta –dice el autor– dependía su supervivencia.

Siempre puede encontrarse un sentido a la vida, en toda condición y bajo cualquier circunstancia, aunque seguramente sea mucho más fácil en nuestro acomodado modo de vida que en los campos de exterminio nazis, sobre todo porque utilizaremos este propósito para engarzar en él una cotidianidad más plena y feliz, y no solo la supervivencia.

Para determinar cuál es el sentido de nuestra vida es necesario establecer con claridad la diferencia que existe entre una meta y un rumbo, entre el objetivo y el sentido.

Son conceptos que, si bien son elementales, muchas veces pasan desapercibidos o se confunden.



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