Quizá te haya pasado inadvertido que esos breves periodos en
los que «eres consciente sin pensamiento» ya ocurren natural y espontáneamente
en tu vida.
Puedes estar realizando alguna actividad manual, o paseando por la
habitación, o esperando en el mostrador de la aerolínea, y estar tan
completamente presente que el ruido mental de fondo se disipa y es reemplazado
por la presencia consciente. También puedes estar mirando al cielo o escuchando
a alguien sin que surja ningún comentario interno. Tus percepciones se vuelven
claras como el cristal, no están empañadas por el pensamiento.
Para la mente, todo esto no es significativo, porque tiene
cosas «más importantes» en que pensar. Además, no es memorable, y por eso te ha
pasado inadvertido.
Lo cierto es que es lo más significativo que puede ocurrirte.
Es el principio de un cambio desde el pensamiento hacia la presencia
consciente. Siéntete cómodo en el estado de “no saber”. Este estado te lleva
más allá de la mente, porque la mente siempre está intentando concluir e
interpretar.
Tiene miedo de no saber. Por eso, cuando puedes sentirte
cómodo en el no saber, ya has ido más allá de la mente. De ese estado surge un
conocimiento más profundo que es no-conceptual.
Creación artística, deporte, danza, enseñanza, terapia: la maestría en cualquier disciplina implica que la mente pensante o bien ya no participa, o se ha quedado en un discreto segundo plano.
Un poder y una inteligencia mayores que tú, aunque en esencia son uno contigo, toman el mando. Ya no hay proceso de toma de decisiones; la acción justa surge espontáneamente, y «tú» no la estás haciendo. La maestría de la vida es lo opuesto del control. Te alineas con la conciencia mayor. *Ella* actúa, habla y hace los trabajos.
Un momento de peligro puede producir el cese temporal de la corriente de pensamientos, permitiéndote degustar lo que significa estar presente, alerta, consciente.
La Verdad es mucho más omniabarcante de lo que la mente podrá
comprender jamás. Ningún pensamiento puede encerrar y contener la Verdad. En el
mejor de los casos, puede indicarla. Por ejemplo, puede decir: «Todas las cosas
son intrínsecamente una.» Eso es una indicación, no una explicación.
Comprender estas palabras significa *sentir* profundamente
dentro de ti la verdad hacia la que apuntan.
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