jueves, 23 de agosto de 2018

La Cultura Es El Mañana


¿Qué significa ser humano en el siglo XXI? Para que la imaginación de nuestro futuro próximo no sea estrecha, es necesario que incorporemos una visión abierta, amplia y reflexiva dentro del contexto de la cultura occidental moderna ­ esta, en la que vivimos.

La ciencia ha sido el principal camino de esa reflexión sistemática desde el siglo XVII. Sus informaciones y propuestas buscan, desde entonces, apoyarse en la experiencia empírica basada en una racionalidad formal, universalista. Eso es relativamente fácil de realizar en lo que se refiere a la estructura del mundo físico y al funcionamiento del mundo orgánico ­ como lo comprueba el vertiginoso desarrollo del sistema tecnocientífico, o sea, el desarrollo de las ciencias físicas y naturales dedicadas a la transformación de las posibilidades de conocimiento y del uso humano de los recursos del mundo.

No es tan fácil, sin embargo, en lo que se refiere a las condiciones específicas de la experiencia social de la vida humana, enredada en la complejidad de los pensamientos, de las emociones, de los valores, de la historia. 

Las ciencias humanas se desarrollaron tardíamente en relación a las ciencias hard por enfrentar retos muy peculiares: ellas deben comprender cómo se organizan y se procesan las condiciones simbólicas y pragmáticas de la vida en aquellas cosas que escapan a la determinación directa de los fundamentos físicos y orgánicos de los seres humanos. Las propias bases de esa autonomía relativa del pensamiento, del lenguaje, de la voluntad, de la acción, de los sentimientos es materia de debate, ya que ­ para muchos científicos ­ todo eso no podría ser otra cosa que una emanación directa, lineal, de las propiedades biológicas de los sujetos (como en otras épocas pensaban los mecanicistas sobre los fenómenos de la vida orgánica). 

Las ciencias humanas exploran y analizan cómo se manifiestan y funcionan esas propiedades “emergentes”, o sea aquellas que, aunque dependan de la existencia de la realidad material subyacente, presentan características específicas, funcionan con lógicas propias, conllevan la intervención de la cognición, de la imaginación y de la voluntad en el rumbo de la historia.

Al hacerlo, las ciencias humanas deben enfrentar otro enorme reto: su materia de análisis no se encuentra distanciada, en la lente de una lupa, de un telescopio o de un espectrómetro de masa; sino que, está entrañada en la vida inmediata de toda la humanidad (tanto de los legos como de los investigadores). Estudian fenómenos como la familia y el parentesco, la religiosidad y los rituales, el gusto artístico y la disposición científica, los modos de hacer política y los de practicar deportes, los cuidados con la salud y las actividades bélicas, las formas de la sexualidad y las de la violencia, la experiencia del tiempo y la organización del espacio. Sobre todo eso cada cultura, cada colectividad social, tiene sus propias concepciones, sus propios procedimientos ­ frecuentemente muy distintos de los nuestros. Interpretando y comparando esas formas de manifestación de los fenómenos exclusivos del ser humano se construyen los saberes sociológico, antropológico, histórico, psicológico.


Esos saberes no sirven, fácilmente, para una utilización tecnológica, como la construcción de palancas hacia el futuro. Su mayor fuerza y su utilidad residen en la crítica que presentan; al revelar cómo se articulan los proyectos humanos y cómo son llevados a cabo en contextos de jerarquía o de poder, de diálogo o de dominación, de armonía o de depredación, de acogida o de exclusión.

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