¿Qué significa ser humano en el siglo
XXI? Para que la imaginación de nuestro futuro próximo no sea estrecha, es
necesario que incorporemos una visión abierta, amplia y reflexiva dentro del
contexto de la cultura occidental moderna esta, en la que vivimos.
La ciencia ha sido el principal
camino de esa reflexión sistemática desde el siglo XVII. Sus informaciones y
propuestas buscan, desde entonces, apoyarse en la experiencia empírica basada
en una racionalidad formal, universalista. Eso es relativamente fácil de
realizar en lo que se refiere a la estructura del mundo físico y al
funcionamiento del mundo orgánico como lo comprueba el vertiginoso desarrollo
del sistema tecnocientífico, o sea, el desarrollo de las ciencias físicas y
naturales dedicadas a la transformación de las posibilidades de conocimiento y
del uso humano de los recursos del mundo.
No es tan fácil, sin embargo, en
lo que se refiere a las condiciones específicas de la experiencia social de la
vida humana, enredada en la complejidad de los pensamientos, de las emociones,
de los valores, de la historia.
Las ciencias humanas se desarrollaron
tardíamente en relación a las ciencias hard por enfrentar retos muy peculiares:
ellas deben comprender cómo se organizan y se procesan las condiciones
simbólicas y pragmáticas de la vida en aquellas cosas que escapan a la
determinación directa de los fundamentos físicos y orgánicos de los seres
humanos. Las propias bases de esa autonomía relativa del pensamiento, del lenguaje,
de la voluntad, de la acción, de los sentimientos es materia de debate, ya que
para muchos científicos todo eso no podría ser otra cosa que una emanación
directa, lineal, de las propiedades biológicas de los sujetos (como en otras
épocas pensaban los mecanicistas sobre los fenómenos de la vida orgánica).
Las
ciencias humanas exploran y analizan cómo se manifiestan y funcionan esas
propiedades “emergentes”, o sea aquellas que, aunque dependan de la existencia
de la realidad material subyacente, presentan características específicas,
funcionan con lógicas propias, conllevan la intervención de la cognición, de la
imaginación y de la voluntad en el rumbo de la historia.
Al hacerlo, las ciencias humanas
deben enfrentar otro enorme reto: su materia de análisis no se encuentra
distanciada, en la lente de una lupa, de un telescopio o de un espectrómetro de
masa; sino que, está entrañada en la vida inmediata de toda la humanidad (tanto
de los legos como de los investigadores). Estudian fenómenos como la familia y
el parentesco, la religiosidad y los rituales, el gusto artístico y la
disposición científica, los modos de hacer política y los de practicar
deportes, los cuidados con la salud y las actividades bélicas, las formas de la
sexualidad y las de la violencia, la experiencia del tiempo y la organización
del espacio. Sobre todo eso cada cultura, cada colectividad social, tiene sus
propias concepciones, sus propios procedimientos frecuentemente muy distintos
de los nuestros. Interpretando y comparando esas formas de manifestación de los
fenómenos exclusivos del ser humano se construyen los saberes sociológico,
antropológico, histórico, psicológico.
Esos saberes no sirven, fácilmente,
para una utilización tecnológica, como la construcción de palancas hacia el
futuro. Su mayor fuerza y su utilidad residen en la crítica que presentan; al
revelar cómo se articulan los proyectos humanos y cómo son llevados a cabo en
contextos de jerarquía o de poder, de diálogo o de dominación, de armonía o de
depredación, de acogida o de exclusión.
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