Según el Informe Delors de la
UNESCO “La Educación encierra un Tesoro” (1996), el aprendizaje más difícil en
el S. XXI, es aprender a vivir juntos precisamente cuando vivimos de los medios
de información y comunicación en el mundo globalizado los cuales, sin duda, nos
acerca, pero desgraciadamente no nos unen en lo esencial como seres humanos.
Los medios nos juntan pero su acción queda en la superficie o periferia de lo que en el ser humano es su núcleo esencial el espíritu. Su acción queda casi siempre en la noticia, en el evento, en el hecho, en lo agradable o desagradable, en lo admirable o detestable pero no atraviesa las distintas capas de la estructura humana, hasta alcanzar el núcleo sublime del espíritu.
Corresponde a la educación en tanto proceso humanizador y constructor del ser humano como persona, generar en nosotros el sentido de humanidad y más allá de él aceptar el sentido de humanidad entre nosotros. La solidaridad es quizás la expresión más cercana a la expresión de humanidad porque nos desprendemos de algo nuestro para compartirlo y entregarlo a los otros, o todo lo que somos o tenemos lo sentimos como también de los otros. Esto se concreta cuando hacemos un favor y en grado supremo cuando donamos un órgano que da vida a otra persona. Es cuando el espíritu se abre hasta llegar al otro y éste entra en nuestro espíritu formando una unidad que enriquece a los dos, es la unidad que entraña el sentido de humanidad. Cuando ese uno y otro se hace grupo, comunidad, pueblo, sociedad se construyen los fundamentos de humanidad de la que todos somos sus miembros inseparables.
La separación entre las personas, entre los grupos, entre las naciones, atentan contra la esencia misma de cada uno de nosotros, dado en el fondo somos esencialmente humanidad, somos humanos sin posibilidad de no serlo, pero nos especializamos en demostrar que no lo somos. De esta manera estamos despreciando las leyes de nuestra naturaleza. De ahí las divisiones de todo tipo, sociales, económicas, políticas y tantas otras en distintas direcciones que nos separan hasta llegar al desprecio, a la enemistad, a la xenofobia, al rechazo, al odio, a la guerra, a la destrucción del otro que es algo nuestro como parte de la humanidad ¡que contradicción¡.
En realidad con frecuencia hacemos del ser humano una contradicción consigo mismo. Somos seres en conflicto con nosotros mismos, cargando nuestra propia contradicción como seres humanos.
Por eso las grandes religiones, los grandes pensadores y filósofos que han acompañado siempre al ser humano se fundamentan en la razón y ser de la humanidad que somos.
“No hagas al otro lo que no quieras que te hagan a ti”, “Ama al prójimo como a ti mismo”, “Trata al otro como quieres que te traten a ti”, etc. ¿Por qué?
Lo proclaman y definen ¿sólo para convivir, sólo para garantizar el bienestar colectivo, sólo como un medio para que funcione la sociedad?. Estos imperativos tienen raíces previas, más profundas, más radicadas en el ser humano. Es que todos somos humanidad, como seres humanos perfectamente iguales, aunque diferentes como individuos. No es lo mismo igualdad que identidad. Todos somos iguales como seres humanos pero cada uno posee su irrepetible individualidad e identidad. Sin duda por esta asombrosa contradicción se rompe con frecuencia la armonía y la convivencia humana.
Esta
es precisamente una de las funciones y fines de la educación como proceso de
formación de la persona y de la formación de la ciudadanía responsable:
armonizar, entrelazar la igualdad y la identidad que caracteriza al ser humano,
aceptando que nuestra identidad adquiere su sentido definitivo en la humanidad.
Aprender a vivir juntos es un paso importante para ir construyendo humanidad.
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