Pocas sensaciones son tan satisfactorias como la que
sentimos cuando hemos hecho algo por los demás. De hecho, es muy fácil observar
el gesto de alegría que inunda la cara del que ayuda a otro. Cuando nos sentimos útiles se despiertan en
nosotros emociones positivas que repercuten en nuestro bienestar general.
Estoy segura de que sabes a qué me refiero cuando digo que
sentirse útil es algo muy agradable. La sensación de poder hacer algo de
utilidad es profundamente motivadora para el ser humano. Esta sensación nos
aparta, durante un tiempo, de la vorágine egoísta y autocomplaciente en la que
estamos inmersos.
Vivimos en un momento de la historia en el que cada vez
estamos menos conectados unos con otros. Le llamamos la era de la comunicación
pero nos comunicamos muy poco y, además, estamos cada día, más separados. Ya no
es costumbre, como lo era antes, lo de ayudar a los miembros de tu comunidad
como algo natural.
Actualmente, los niños son educados más en la
competitividad que en la cooperación. Sin embargo, por mucho
que la sociedad se caracterice por la falta de empatía y el individualismo, dentro de los seres humanos siguen existiendo
la necesidad de sentirse útiles y de hacer algo por los demás.
Así mismo, en muchas ocasiones aunque la ganas de hacer algo
útil estén presentes, es probable que dudemos si tenemos la capacidad para
hacerlo. Tampoco somos educados para encontrar aquello que nos haga brillar y
disfrutar haciéndolo y ofreciéndolo a los demás.
La educación se
orienta más a que todo el mundo sea exactamente igual, sofocando de esta
manera, la originalidad y los talentos innatos de cada persona.
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