miércoles, 15 de agosto de 2018

Convicciones

Los grandes maestros de la moral, del intelecto y de la política, nos han dejado grandes lecciones que nosotros tenemos que recrearlas para que nos sirvan como escuela de aprendizaje para el hombre de hoy.


Ahí está como ejemplo de ideal y actitud pública, el famoso pensador y polemista Juan Montalvo, quien personificó el anhelo de un pueblo que quiso modelar su personalidad dentro del proceso evolutivo de la libertad amplia, equitativa y razonada. Pensador sublime, su mente alcanzó a iluminar hasta los más recónditos aspectos de la vida humana múltiple y compleja. Allí donde columbra un horizonte, o donde se agita un propósito de renovación, está el relámpago claro de sus ideas, como un índice que marca el derrotero seguro. 

Carlos Arroyo del Río, al referirse a la personalidad de Montalvo sostiene que “…este fabuloso hombre fue un astro sin eclipses y sin ocasos. Tuvo fuerza y aciertos suficientes para poder elevarse a regiones de serenidad por encima del bastardo interés que todo lo desfigura y del fanático prejuicio que todo lo opaca. Su cerebro no reconoció limitativos confines, porque su corazón no admitió cadenas esclavizadoras. 

Supo hacer de la palabra, lanza y escudo de andante caballero, porque si para su palabra no hubo coraza invulnerable, en su palabra se embotaron, en cambio, todas las flechas enemigas. Sus escritos fueron, a la vez, arma y ornamento, porque en ellos hubo la gala de lo hermoso y la solidez de lo profundo. 

Rebelde, inquieto, convincente e indomable; voló como un águila, de frente al sol y de cumbre en cumbre. Devoró los abismos, sabedor de que para la inteligencia y el valor, no hay distancias insalvables ni profundidades impresionantes. Por eso en la gama sorprendente de su producción intelectual, hay desde la reposada frase del filósofo austero, hasta la imprecación iracunda del polemista despiadado. Por eso, también, en sus escritos alternan la tranquilidad azul de los horizontes y los raspantes latigazos de la tempestad”. 

Este gran hombre luchó por la libertad, pero jamás por la anarquía; fue un organizador, pero no un disolvente. Fue un convencido, pero nunca un tránsfuga. Fue un hombre sincero, no oportunista. 

Cerebro equilibrado y vigoroso. Luchador severo, no permitió que su estandarte de conquistas se manchara en los barrizales del sendero, ni encerró sus gestos de honrado guiador de multitudes, dentro de la vanidad y codicia impura.

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