La envidia es una emoción tan común y habitual como desagradable.
Etimológicamente viene de la palabra invidere, que significa ‘mirar con malos ojos’. Las personas que tienen envidia anhelan lo que otros han conseguido, tienen, son o hacen.
Sentirla produce una profunda insatisfacción. Está íntimamente relacionada con dos rasgos característicos de la personalidad: la soberbia y el egoísmo.
De hecho, cuando alguien recoge muchos éxitos a menudo surgen críticas y acosos. Lo que ocurre es que se trata de una reacción interior no confesable. Los que la sienten, incluso niños en edades muy precoces, no lo admiten.
Ahora bien, no hay que confundir la envidia con los celos. Éstos aparecen cuando alguien a quien queremos profesa su respeto o su afecto hacia otras personas, acciones u objetos y nos deja de lado.
En este caso, el miedo a no ser queridos o valorados o a ser abandonados puede dar lugar a un afán de posesión que provoca que seamos celosos.
En cualquier caso, se trate de envidia con sentimientos hostiles hacia los demás o de celos, lo importante es reconocerlo y ponerle remedio, para que no nos limite ni vayamos recogiendo el mismo sentimiento de los demás.
De hecho, existe otro sentimiento parecido pero que respondería a un instinto de superación: la admiración que sentimos hacia los demás, también conocida como envidia sana.
En este caso, si se canaliza adecuadamente y no va acompañada de pensamientos negativos, nos puede ayudar a crecer y desarrollarnos como personas.
Además, si admiramos lo que el otro ha conseguido y nos esforzamos por conseguir los mismos éxitos, si son comunes, nos servirá de guía y nos ayudará a sentirnos más satisfechos.
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