Hacer las cosas de forma diferente es el primer paso para
superar nuestros límites
Sorprendernos y maravillarnos significa abrir la puerta a
resultados reveladores.
A lo largo del tiempo y de las rutinas, todos nos hemos
creado una zona de comodidad en la que nos sentimos seguros y protegidos. Es el
espacio de los hábitos, de las costumbres y de las repeticiones; de la certeza.
Pero dentro de estos límites también se encuentran cosas menos cotidianas, como
nuestras aptitudes y habilidades, es decir, todo aquello que sabemos que
hacemos bien y donde la posibilidad de error es reducida. Es más, puesto que las
costumbres, los hábitos y las rutinas tienen doble dirección, es posible que
con el tiempo y la inercia nos convirtamos en los encargados de preparar
aquello en lo que somos más hábiles. Y eso es bueno.
Sin embargo, existe un riesgo: que la franja de comodidad se
convierta en todo nuestro universo, olvidando que, para que siga siendo
precisamente así, necesita ir siendo ampliada. Y de esta manera también se
verán acrecentadas nuestras aptitudes y habilidades, a la vez que nos
vacunaremos contra la falta de retos y motivaciones. ¿Cómo conseguirlo? Hacerlo
diferente. Decía Einstein que no se pueden conseguir resultados distintos
haciendo las cosas del mismo modo de siempre.
Cuando decidimos abordar algo que nos supone un reto o un
desafío, estamos a punto de establecernos un nuevo límite. Así, nuestros
sentidos se ponen en guardia y nuestra atención activa el modo de alerta.
Estamos a punto de adentrarnos en:
La zona de riesgo. Imaginemos que no dominamos el
inglés y, aun así, nos encargan preparar un documento en esta lengua. Entramos
de lleno en la zona de riesgo. Inseguridad, sí, pero también concentración y
alerta. Lo que significa que invertiremos más tiempo y repasaremos varias veces
cada una de las frases.
Todos cometemos errores, pero solo algunos son capaces
de hacer lo que hacíamos de pequeños: caer, levantarnos, ponernos en pie y
vuelta a empezar.
La zona de error. La zona de riesgo es
temporal, dura hasta que vienen los resultados. Puede que nuestro documento en
inglés no nos haya salido todo lo bien que deseábamos. Entramos entonces en la
zona de error, que dura lo que lo hace nuestra capacidad de aprender de él, reponernos
y volver a intentarlo, entrando de nuevo en la zona de riesgo. Tenemos dos
opciones. Una, abandonar para siempre la tarea. Otra, aprender de todo aquello
que no hemos hecho bien, seguir poniendo a prueba nuestras capacidades y
avanzar.
La zona de satisfacción. Cuando hemos superado el
muro del nuevo reto, entramos en la zona de satisfacción. Orgullo y fuerzas
renovadas. De la zona de satisfacción volvemos a la zona de bienestar, ahora
más amplia. Y desde ahí hemos de ser capaces de reflexionar acerca de nuestro
poder de ensanchar nuestros límites. Es una franja de motivación, no de
autocomplacencia.
Sin zona de confort no hay seguridad. Sin riesgo no hay
progreso. Sin error no hay aprendizaje. Sin satisfacción no hay recompensa que
nos motive e inspire a empezar de nuevo el proceso. Así, los cuatro círculos
son necesarios y debemos cultivar todos ellos.
La mayoría de nosotros nos enfrentamos a desafíos de vez en
cuando y hay largos periodos de, digamos, relativa tranquilidad. ¿Qué hacer
para estar preparados para cuando llegue el momento de salir de la zona de
bienestar? La respuesta está, paradójicamente, en la rutina. Es decir, en
introducir pequeños cambios en todas aquellas cosas que hacemos casi
automáticamente. Lo importante es hacerlo con una actitud también diferente,
mostrándonos interesados, ignorantes, interrogativos e implicados.
Es decir,
abrir la mente, hacernos preguntas, abandonarnos a la curiosidad y, finalmente,
implicarnos en aquello que hemos decidido hacer de forma distinta, sea lo que
sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario