jueves, 23 de agosto de 2018

Un Viaje Sin Retorno

El artículo de Rees, titulado Viajes Interestelares y Poshumanos, descansa sobre lo que hoy es algo más que un presagio o un simple acto de fe en el mañana, “un porvenir poshumano en el que nuestros descendientes podrán algún día trascender las limitaciones humanas aquí en la Tierra, pero, más probablemente, fuera de ella”.

Para un viaje tan largo, que igual parece será para siempre, la visión que convierte a los humanos en el último eslabón evolutivo no será suficiente, puesto que terminaremos convertidos “en una especie surgida en una fase temprana en la sucesión temporal de especies, con aptitudes concretas para una evolución diversificada, y tal vez de importancia cósmica, como punto de partida de una transición hacia entidades basadas en el silicio (y potencialmente inmortales), que puedan trascender las limitaciones humanas con mayor facilidad”.

En su artículo, Rees describe cómo tres grandes tecnologías sientan las bases en las que se sustentará aquel viaje cósmico, no tan despacio, dado que la “evolución futura no se dará en la escala temporal de millones de años propia de la selección darwiniana, sino a un ritmo mucho más acelerado”, producto de la biotecnología avanzada, la inteligencia artificial, la robótica, y la exploración espacial.  

En su conjunción, la evolución por selección natural dará paso a la selección por diseño, una transición no exenta de problemas éticos y morales.

En el caso de la biotecnología, Rees menciona a CRISPR, la nueva técnica de precisa edición genética, y los llamados experimentos de incremento de función, que nos llevarán a una época donde “los niños serán capaces de diseñar y crear nuevos organismos de manera rutinaria”. No oculta el “lado negativo, la amenaza del bioerror o del uso del bioterror

Si ‘jugar a ser Dios en la mesa de la cocina’ (por así decirlo), se convierte en una posibilidad real, hay probabilidades de que nuestra ecología, e incluso nuestra especie, no salgan indemnes”.

Por su parte, la robótica y la inteligencia artificial reciben el efecto multiplicador de la Ley de Moore en el diseño de ordenadores y el procesamiento de datos y “los impresionantes avances en el denominado aprendizaje generalizado de las máquinas”, como DeepMind, famosa por vencer al campeón mundial del juego de mesa de origen chino Go que, sin programación previa, “aprendió absorbiendo enormes cantidades de partidas y jugando contra sí misma una y otra vez”, o los millones de imágenes procesadas o de lecturas hechas que terminaron en sistemas que pueden traducir documentos e identificar rostros humanos.

O ejemplos más recientes incluso, como DeepCoder, un sistema que escribirá el código fuente de otros sistemas, o como Flint, que personaliza su correo de noticias conforme vaya interactuando con usted, producto, afirman, de la “inteligencia artificial y colectiva”, o lo que llaman chatterbot, robots conversacionales, que “entienden la semántica, la sintaxis y la gramática” de con quien actúan. Otro ejemplo sería Kick My Bot, disponible ya para interactuar dentro de una red social con el nombre de JobLink, para buscar empleo, al menos en Francia.

En el futuro, robots o aquellos que hayan trascendido la biología, “fusionándose con ordenadores”, acabarán por “observar, interpretar y alterar su entorno tan eficazmente como nosotros”, por lo que serán considerados, “seres inteligentes, en cuyo caso, “algún día pueden darse escenarios en los que robots autónomos se rebelen” pero también será esa misma “inteligencia pos humana seguramente la que se extenderá mucho más allá de la Tierra”.


Los viajes humanos quedarán limitados a los planetas y alrededores. Los largos, o los sin retorno, serán hijos de las tecnologías que permitan adaptarse al hostil espacio; “criaturas orgánicas”, “cerebros no orgánicos o “intelectos poshumanos”, a los que “simplemente deberíamos desearles buena suerte. 

El suyo podría ser el primer paso hacia la diferenciación en una nueva especie: el comienzo de la era poshumana”, desarrollando “conocimientos tan alejados de nuestra imaginación como lo está la teoría de cuerdas para un ratón”, concluye Rees.

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