Para que el hombre no haga
más mal que bien en sus esfuerzos por mejorar el orden social, deberá aprender
que aquí, como en todos los demás campos donde prevalece la complejidad
esencial organizada, no puede adquirir todo el conocimiento que permitirá el
dominio de los acontecimientos.
En consecuencia, tendrá que
usar el conocimiento que pueda alcanzar, no para moldear los resultados como el
artesano moldea sus obras, sino para cultivar el crecimiento mediante la
provisión del ambiente adecuado, a la manera en que el jardinero actúa con sus
plantas.
En el sentimiento de
excitación generado por el poderío siempre creciente engendrado por el adelanto
de las ciencias físicas, y que tienta al hombre, existe el peligro de que éste,
"embriagado de éxito", para usar una frase característica del
comunismo inicial, trate de someter al control de una voluntad humana no sólo
nuestro ambiente natural sino también el ambiente humano.
En realidad, el
reconocimiento de los límites insuperables de su conocimiento debiera enseñar
al estudioso de la sociedad una lección de humildad que lo protegiera en contra
de la posibilidad de convertirse en cómplice de la tendencia fatal de los
hombres a controlar la sociedad, una tendencia que no sólo los convierte en
tiranos de sus semejantes sino que puede llevarlos a destruir una civilización
no diseñada por ningún cerebro, alimentada de los esfuerzos libres de millones
de individuos.
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