Formamos parte de una sociedad materialista, completamente
desencantada del mundo en el que vivimos. Por eso en general solemos creer que
nuestra vida es un accidente regido por la suerte y las coincidencias. Es
decir, que no importan nuestras decisiones y nuestra acciones, pues en última
instancia las cosas pasan por «casualidad». Esta visión de la existencia nos
convierte en meras marionetas en manos del azar.
En paralelo, muchos individuos nos hemos vuelto «nihilistas».
No es que no creamos en nada. Simplemente «negamos cualquier significado o
finalidad trascendente de la existencia humana». De ahí que orientemos nuestra
vida a saciar nuestro propio interés, tratando de escapar del dolor y el
malestar que nos causa llevar una existencia vacía y sinsentido. Y lo hacemos
por medio del placer y la satisfacción que proporcionan a corto plazo el
consumo y el entretenimiento.
Pero, ¿realmente la vida es un accidente que se rige de forma
aleatoria? ¿Estamos aquí para trabajar, consumir y divertirnos? ¿Acaso no hay
una finalidad más trascendente? Lo irónico es que la existencia de estas
creencias limitadoras pone de manifiesto que todo lo que existe tiene un
propósito, por más que muchas veces no sepamos descifrarlo. No en vano, creer
que no tenemos ningún tipo de control sobre nuestra vida refuerza nuestro
victimismo.
Y pensar que la existencia carece por completo de sentido justifica
nuestra tendencia a huir constantemente de nosotros mismos por medio de la
evasión y la narcotización.
Es decir, que incluso estas creencias tienen su propia razón
de ser. No están ahí por
casualidad, sino que cumplen la función de evitar que nos enfrentemos a
nuestros dos mayores temores: el «miedo a la libertad» y el «miedo al vacío».
Mientras sigamos creyendo que nuestra propia vida no depende de nosotros,
podremos seguir eludiendo cualquier tipo de responsabilidad. Y mientras sigamos
pensando que todo esto no es más
que un accidente, podremos seguir marginando cualquier posibilidad de encontrar
la respuesta a la pregunta ¿para qué vivimos?
Estamos tan cegados por nuestro egocentrismo, que solemos
preguntarnos por
qué nos
pasan las cosas, en lugar de reflexionar acerca de para
qué nos
han ocurrido. Y eso que existe una diferencia abismal entre una y otra forma de
afrontar nuestras circunstancias. Preguntarnos por
qué es
completamente inútil. Fomenta que veamos la situación como un problema. Y esta
visión nos lleva a adoptar el papel de víctima. De ahí que nos haga sentir
impotentes.
Por el contrario, preguntarnos para
qué nos
permite ver esa misma situación como una oportunidad. Y esta percepción nos
lleva a entrenar el músculo de la responsabilidad. De hecho, esta actitud es
mucho más eficiente y constructiva.
Favorece que empecemos a intuir –e incluso
a ver– el sentido oculto de las cosas.
Es decir, la oportunidad de aprendizaje subyacente a cualquier experiencia, sea
la que sea.
Y esto es precisamente de lo que trata la «física cuántica».
En líneas generales, establece que «la realidad es un campo de potenciales
posibilidades infinitas».
Sin embargo, «sólo se materializan aquellas que son
contempladas y aceptadas». Es decir, que ahora mismo, en este preciso instante,
nuestras circunstancias actuales son el resultado de la manera en la que hemos
venido pensando y actuando a lo largo de nuestra vida.
Si hemos venido creyendo que estamos aquí para tener un
empleo monótono que nos permita pagar nuestros costes de vida, eso es
precisamente lo que habremos co-creado con nuestros pensamientos, decisiones y
comportamientos. Por el contrario, si cambiamos nuestra manera de pensar y de
actuar, tenemos la opción de modificar el rumbo de nuestra existencia,
cosechando otro tipo de resultados diferentes.
El simple hecho de creer que es
posible representa el primer paso para que, a través de un proceso, podamos
hacer que muchos sueños se vuelvan realidad.
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