Cuando actuamos para lograr las cosas que nos importan de
corazón, cuando nos lanzamos en una dirección que valoramos y que para nosotros
merece la pena, cuando tenemos conciencia de donde estamos y que queremos y
actuamos en consonancia, experimentamos una gran sensación de vitalidad. Se
trata de una sensación de una vida bien vivida.
Lo cierto es que a lo largo de la vida aparecen muchos
momentos en los que nos sentimos atascados. La vida supone dolor y tarde o
temprano sufrimos. Y aunque no podamos evitar el dolor, si podemos aprender a
lidiar con él de modo tal de construir una vida que valga la pena ser vivida.
Mediante acciones con conciencia podemos crear una vida con sentido.
Mientras intentamos esa vida, nos encontramos con distintas
barreras internas que pueden manifestarse como emociones, pensamientos o
sensaciones. Muchas veces nos encontramos enredados con pensamientos y
emociones dolorosas que parecen continuar sin posibilidad de cambio.
Nuestra
opción de vivir una vida más plena y significativa se ve bloqueada por este
constante fluir,
nos encontramos sin poder elegir y encontrar valor en lo que
hacemos. A pesar de que creemos que estamos en control de nuestras decisiones,
son nuestros pensamientos limitantes o las emociones que no nos gustan los que
toman el volante de nuestra vida resultando en que nos sentimos desconectados y
perdidos.
Para mí, una persona vive de forma consciente cuando ve y se
da perfecta cuenta de lo que ocurre en su vida. Es decir, no niega ni maquilla la realidad,
ni tampoco se escapa de ella a través de los viajes o la literatura. Simplemente
ve las cosas como son… con su lado bueno, su lado malo y su lado regular.
Vivir conscientemente es tomar nota tanto las oportunidades
como las amenazas que nos rodean, de nuestros aciertos y nuestros errores.
Y sobre todo: vivir con conciencia es escapar de la
tiranía de las acciones y los pensamientos automáticos, esos que “nos
salen sin querer y sin que podamos evitarlo”.