Recordar no es malo. Las personas estamos hechas de recuerdos,
de experiencias y vivencias que edifican lo que somos en la actualidad. Dejar
que la nostalgia nos acaricie de vez en cuando con su aire tibio y evocador no
tiene por qué ser algo negativo. Según nos dicen los especialistas, el ser
humano pasa gran parte del día “recordando cosas”, pero ahora bien, no debemos
anclarnos a esos recuerdos de una forma obsesiva.
En ocasiones, dejamos de lado el momento presente para
experimentar un pasado que parece que nunca se va. Nos da miedo soltar los
recuerdos que una vez fueron tan importantes para nosotros. Esto puede hacernos
mucho daño y evita que podamos disfrutar del ahora y seguir hacia delante.
“El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia
de la nostalgia”
-Milan Kundera-
La nostalgia: la ventana del mundo emocional
Una de las facultades que nos propicia el mundo emocional es
sin duda la sensación de nostalgia. Se trata de evocar un recuerdo, pero
no un recuerdo cualquiera, sino uno querido, uno añorado de ese nuestro álbum
particular del pasado.
Sin saber cómo, nos vemos de pronto arropados por multitud
de imágenes, sensaciones, palabras y sonidos de ese ayer que nuestra memoria ha
guardado con sigilo y ternura en una parte especial del arcón de nuestra
memoria. Los recuerdos tejen lo que somos. Y la mayoría del tiempo,
las personas somos nostalgia. Somos recuerdos.
Evocar situaciones, emociones, acontecimientos y personas se
convierte en un acto que son sumerge en un estado de alegría y reflexión al
mismo tiempo. Cuando la nostalgia hace acto de presencia corremos el riesgo de
aferrarnos a ella y dejar de prestar atención a nuestro presente. Sin embargo, tenemos
cada día la oportunidad de crear nuevos y preciosos momentos.
Como afirma Ignacio
Quepons (2013), de la Universidad Nacional Autónoma de México, “la
nostalgia no sólo advierte indirectamente el valor por un evento pasado sino
que despierta un anhelo por volver a vivirlo tal y como se vivió entonces”. Si
conseguimos vivir con plenitud, podremos sentir nostalgia de ciertos momentos,
pero evitaremos sentirnos encallados en el pasado.
Cuando la nostalgia nos llena de tristeza
Pero a veces la nostalgia trae consigo un perfume triste. Trazos
de una vida vivida que nos deja cierta sensación de añoranza y dolor en vista
de un ayer que tal vez, concentró mucha felicidad, un bienestar del que
carecemos en el presente. Es entonces cuando algunas personas pueden caer en el
abismo de ese laberinto, obsesionándose en la nostalgia de recordar el ayer porque su vida, tal vez, solo encuentra sentido en
esos momentos.
Un refugio adictivo al que vuelven repetidamente a través de
fotografías, cartas, objetos… un exilio personal que les hace perderse el
presente para llenar los vacíos actuales de su vida. Por la cabeza no se pasa
en ningún momento la posibilidad de deshacerse de todo eso que, en realidad, es
inservible e incluso hace daño. Eso, no es bueno.
El pasado nos debe servir como trampolín para nuestra
realidad y no como una ventana donde quedarnos asomados diariamente, ahí donde
perdernos a nosotros mismos y con riesgo de caer finalmente en una depresión.
La nostalgia debe servirnos para recordar lo que fuimos, lo que
tuvimos y lo que vivimos para después sacar una valoración, un aprendizaje de la
misma. Toda experiencia es un conocimiento para avanzar, no para quedar
estancados.
La nostalgia debe ser algo que forme parte de nuestro
archivo personal, ahí donde poder volver de vez en cuando. Pero nunca debemos
convertirla en esa puerta que siempre dejemos abierta y cuya brisa, cuyo
perfume, se entrometa continuamente en nuestro “ahora”.
Recordar pero no regresar
La palabra nostalgia tiene un interesante significado que
ilustra toda su realidad: su raíz griega, de nostos, viene denesthai (regreso,
volver a casa), y de algos (sufrimiento). Se explicaría pues como ese
padecimiento por el deseo de regresar, de volver a un lugar determinado.
Debemos pensar en el pasado mediante una perspectiva de
gratitud y agradecimiento por haber vivido dichas experiencias, verlas con
tranquilidad. Con la satisfacción de haber tenido momentos realmente plenos.
Pero no hay que caer en el error de valorar que todo era mejor antes, de dejar
perder esa armonía entre lo vivido y el presente. Nuestra vida es un continuo
donde fijar nuestras perspectivas en el futuro.
“No hace falta renunciar al pasado al entrar en el
porvenir. Al cambiar las cosas no es necesario perderlas”
-John Cage-
El pasado nos sirve para aprender. Es una experiencia que
nos dota de madurez y nos permite crecer. Pero la felicidad se busca cada día en el
presente, en las pequeñas cosas, en los pequeños detalles, sin olvidar nunca
una cosa que “no hay peor
nostalgia que añorar lo que nunca existió”.