“Esta es mi nave de los locos de la locura es
el espejo. Al mirar el retrato oscuro todos se van reconociendo. Y al
contemplarse todos saben que ni somos ni fuimos cuerdos, y que no debemos
tomarnos por eso que nunca seremos. No hay un hombre sin una grieta, y nadie
puede pretenderlo; nadie está exento de locura, nadie vive del todo cuerdo”.
Sebastian Brant en “La nave de los locos“.
La verdad es que la posible relación entre enfermedad mental y creatividad (pdf) puede ser tan sólo
un lugar común, pero no se podrá negar que muchos de estos comportamientos
rozan, cuanto menos, lo anómalo. Sobre este particular podrán encontrar
diferentes opiniones: la de quienes identifican genio y patología mental, y la
de quienes niegan tal correspondencia. Nosotros, por nuestra parte, no estamos
en condiciones de identificarnos con uno de los bandos, aunque no creemos que
una psicopatología haga mejor o peor la obra de un escritor (pero si podemos
afirmar que con harta frecuencia convierten su vida en un infierno) por mucho
que a nosotros esas anomalías puedan hacernos esbozar una sonrisa.
Crean que no es fácil hablar de ese territorio que la lengua
común identifica con la locura, el territorio de los “pirados” y “chiflados”,
de los que “están como una cabra”…. Siempre
entre la compasión y el temor de lo que no alcanzamos a comprender, la sociedad
ha tendido en muchas ocasiones a excluir a los enfermos mentales del conjunto
del cuerpo social. Tal vez sea en esta alienación en donde podamos
observar un punto de encuentro entre la figura del demente y la del escritor
(aunque cada vez menos, claro). Pero por lo visto hasta hoy y si quieren que
seamos francos, los primeros abundan mucho más entre ustedes, queridos
lectores, que en el gremio de los escritores. De todos modos, y como nos pagan
por ello, vamos a recomendarles algunas obras sobre el asunto que nos
ocupa y que han coincidido en las librerías. Allá vamos:
Pocas obras habrán sido tan glosadas por los psicoanalistas
como las memorias del presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde, Daniel Paul
Schreber(1842-1911), que acaban de ser (magníficamente) editadas por Sexto Piso con
el título de “Memorias de un enfermo de nervios“. Schreber estaba
convencido de que Dios pretendía apoderarse de su alma, destruir su
entendimiento y transformar su cuerpo en el de una mujer, y todo ello con la
ayuda de su psiquiatra.
Freud, Jung, Lacan y toda una pléyade de especialistas
se han ocupado de esta obra en cuyo delirio han sustentado diferentes teorías
acerca de los procesos paranoicos o incluso una prefiguración del nazismo. El
tomo incluye una luminosa introducción de Roberto
Calasso (no dejen pasar “El rosa
Tiépolo” que acaba de lanzar Anagrama) y textos de Freud y
Canetti acerca del caso.
Todavía recuerdo el pasmo que me produjo la lectura de “Inferno” de August Strindberg (1849-1912) en el que
el escritor sueco, acosado por la esquizofrenia (y un consumo nada desdeñable
de drogas, que todo hay que decirlo) se figuraba víctima de diferentes
conspiraciones, ya sean éstas de naturaleza humana o sobrenatural, para acabar
con su persona. Esas manifestaciones patológicas ya estaban presentes en su
obsesivo “Alegato de un loco” (El Olivo Azul) en el que no deja de verse
continuamente atacado, engañado y perseguido por su propia mujer. A lo largo de
sus páginas asistimos al desmoronamiento de su matrimonio y a un creciente odio
hacia su esposa que hace extensible a todo su género, confabulado en contra
suya. En esta obra atroz (el adjetivo es del propio autor) Strindberg
abre las esclusas de los políticamente correcto para liberar un torrente
esquizofrénico y misógino que no deja nada a su paso.
Y ahora por favor tomen papel y apunten un nombre y un
título: William Styron; “Esa visible oscuridad“. La ligereza con la
que los no iniciados solemos emplear los términos clínicos tiene su máxima
expresión en el inconsciente uso que hacemos de la palabra “depresión” y la
facilidad con la que nos declaramos presas de tal estado. Quien quiera adentrarse
en el proceloso laberinto de la depresión mejor que lo haga desde la barrera,
leyendo la lacerante “Esa visible oscuridad” de Wiliam Styron (1925-1906)
recientemente editada por Belacqua.
Afortunadamente Styron logró salir de esa selva oscura y contarlo.
Muchos otros
(aquí pueden escribir Plath, Pavese, Hemingway, Woolf…) no consiguieron
atravesar la negra noche del alma. Un libro extraordinario (y no lo
decimos sólo nosotros).
Pero si hay una estrella que brilla en toda esta
constelación es la del dramaturgo, opiómano, vanguardista, inventor de
lenguajes secretos, ocultista, dibujante, actor de culto —créanme si les digo
que me dejo cosas por el camino— Antonin
Artaud (1896-1948). Su internamiento durante nueve años en
varios centros para enfermos mentales cuando estos se parecían más a las
mazmorras medievales que a las actuales clínicas acabaron por arrasar su cuerpo
enfermo y dejar escaso su ‘Teatro de la Crueldad’.
El otro día cerró sus
puertas la extraordinaria exposición “Artaud” en la madrileña Casa Encendida. Para
quienes no hayan podido asomarse por allí tienen la oportunidad de hacerse con
el catálogo de la muestra que incluye varios textos iluminadores sobre su
figura (entre ellos el de nuestro amigo y maestro Ángel González García,
quien bien podría estar aquí por otros motivos).
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