El sufrimiento forma parte de nuestras vidas. Éste puede ser
físico y/o emocional; el primero ocurre cuando se produce un daño orgánico y
éste genera dolor, y el segundo cuando vivimos situaciones adversas que nos
generan dolor emocional.
El sufrimiento emocional, puede aparecer en forma de miedo,
tristeza y/o rabia.
La manifestación física del miedo es la ansiedad, y esta
aparece cuando percibimos un peligro, una amenaza. Cuando nos vemos en riesgo,
como organismo o como persona. El miedo tiene una función orgánica clara, la de
enfrentar o huir del peligro. Este peligro puede ser real o imaginado, por lo
que la respuesta al miedo puede ser adaptativa o desadaptativa, funcional o
disfuncional. El miedo nos pone en estado de alerta, nos prepara para
huir del peligro o para enfrentarlo.
La ansiedad adaptativa es un estado emocional que constituye
una respuesta a diferentes situaciones estresantes. Cierto grado de ansiedad es
incluso deseable para el manejo de las demandas externas. Así, ante un examen,
por ejemplo, es completamente normal tener un poco de ansiedad, debido a que
éste nivel de alerta permite mantener una atención más focalizada y una
capacidad de ejecución más óptima, por ejemplo. De esta forma, la ansiedad
normal es adaptativa porque permite a la persona responder al estímulo de forma
adecuada.
La ansiedad desadaptativa es cuando la reacción deja de ser
proporcional, en intensidad, frecuencia y/o duración, por lo que interfiere con
el funcionamiento cotidiano de la persona. Esta reacción se acompaña de una
sensación desagradable, síntomas físicos y psicológicos, y persiste más allá de
los estímulos que la han desencadenado.
El miedo por lo tanto, sea funcional o no, implica
sufrimiento. Sin embargo, por lo explicado más arriba, cuando el peligro
desparece y el miedo y la respuesta de ansiedad persisten, éstos
constituyen alimentos para el sufrimiento, el cual lleva a la persona a
sentir pérdida de control sobre sí mismo.
Estas emociones (y sus respectivos sentimientos derivados)
producen sufrimiento, pero tenemos que aprehender que el sufrimiento existe y
que es necesario pasarlo. Sufrir es muy desagradable, genera un importante
malestar, a veces, superlativo, pero este sufrimiento nos permite enfrentar el dolor que padecemos.
Huir del sufrimiento a través de conductas poco saludables (adicciones,
consumismo, autolesiones…) no sirve más que para esconder y perjudicar nuestra
realidad.
El sufrimiento es un motor para el cambio,
si escapamos de él, si dejamos los conflictos sin resolver, estos se enquistan
y crecen, llegando a producir un malestar más grave o patológico.
Es conveniente escuchar el sufrimiento (que no es lo mismo
que darle vueltas), asumirlo y pasarlo.
Recordemos que es un motor para el
cambio, es un tránsito que hay que pasar para cambiar aquello que nos lo
produce.
Poder expresarlo, comunicarlo a nuestros seres queridos, nos
ayuda a asumirlo. Ellos no nos quitan el sufrimiento, pero pueden aliviarlo a
través de la escucha empática y el apoyo. Es una ayuda que sin juicios,
favorece la elaboración del proceso de cambio. Démosle sentido al sufrimiento, porque si tenemos un
para qué, esto nos motivará hacia su superación.
Con este “para qué” asumimos una actitud constructiva.
Aparece una luz, un objetivo. Podemos pensar con mayor claridad y buscar
alternativas funcionales a nuestras conductas o pensamientos. Superar el sufrimiento es un proceso, un proceso para
bien. Aliémonos con la confianza, elijamos lo que nos conviene y vayamos a buscar las soluciones que nos aportan bienestar
real.
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