El deber de todo periodista es ejercer la libertad en el más
alto nivel de responsabilidad. Esto parece una obviedad, pero de cosas obvias
está empedrado el camino hacia la dignificación del mundo en el que respiramos
y en el que ejercemos cotidianamente nuestra profesión.
Es difícil ser original cuando se pretende analizar
cuestiones referentes a la ética. Un deber ético fundamental (de los
periodistas y de los que no lo son) es, por ejemplo, decir la verdad. Pero la
verdad casi nunca es obvia. Casi siempre es compleja y oscura. Quienes piensan
que la realidad es inevitablemente blanca o negra suelen terminar enrolados
(sin proponérselo, por supuesto) en las filas del fundamentalismo. Porque la
realidad, aunque a muchos les resulte desilusionante, presenta en la mayoría de
los casos interminables zonas grises.
Por eso a ningún periodista responsable puede dejar de
preocuparle la fuerte tendencia que se advierte hoy, en ciertos medios, a
describir los hechos de interés público, sistemáticamente, como si fueran parte
de una puja urgente y decisiva entre las fuerzas del mal y las del bien. De un
lado, todas las mafias; del otro, toda la transparencia. Nunca como en este
momento las noticias que circulan parecen responder a una visión de la historia
rígidamente conspiradora.
Como el cine de aventuras de la época muda, la información que brindan algunos
medios en este tramo final del siglo XX nos convida a creer que la cuestión es
proteger a los buenos de la acechanza de los malos. Que la diligencia no caiga
en poder de los indios. That is the question: el
reduccionismo moral en su versión más truculenta y cavernaria.
Creo que los periodistas deben mantenerse especialmente
atentos, en este tiempo, al peligro de servir a interpretaciones maniqueas de
la realidad que, generalmente, son el producto de operaciones de prensa
montadas en función de un interés político o económico concreto y tangible.
La extremada vulnerabilidad de cierto periodismo ante esas
operaciones (algunas de las cuales son impulsadas con generosos recursos
tecnológicos o económicos) es uno de los factores que deben inquietar a quienes
ejercen la responsabilidad de informar a la comunidad con rigor e
imparcialidad.
El periodismo no debe ser un instrumento dócil o pasivo al
servicio de quienes orquestan un operativo político.
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