Para hacerlo más cercano a las personas que no conozcan el
budismo y esperando no herir sensibilidades a los eruditos y practicantes del
budismo, mis disculpas si fuera así, es el camino que simboliza y describe el
equilibrio de la aceptación de aquello que no nos gusta o perturba junto con la
aceptación de aquello que nos encanta y el desapego que implica la experiencia
en de un extremo otro.
“Y es que cuando nos encandilamos con algo que
nos encanta por las sensaciones que nos produce, llega el apego y el objetivo de volver a
repetirlo para volver a experimentarlo. Y cuando vivenciamos una mala experiencia lo primero que queremos es
evadirla o evitarla a toda costa”
La relación que tenemos con el objeto de deseo o aversión va
a guiar nuestra vida y toma de decisiones. Ambos sentimientos son dañinos no
solo para nosotros sino para ese foco con el que nos
relacionamos. En ambos se da el apego y el desapego hacia una situación
determinada. Justo lo que trabaja el budismo, el desapego aunque de ambas experiencias.
Y hablando de relaciones, es muy común establecer vínculos
muy estrechos con aquellas personas que nos producen sensaciones maravillosas
aunque como todo, solo duran un tiempo y a pesar de que todo es impermanente y
se transforma en otra cosa o situación, nos aferramos, tanto en una dirección
como en otra. Y es nuestra relación con la persona lo que debemos trabajar para
evitarnos daño.
Es conocido desde hace unos años el término “persona tóxica” y es esta justo aquella a la que se
evita y nos queremos quitar de encima para que no nos cree malestar, como si de
ella partiera este veneno hacia nosotros
.
Pues bien, lo tóxico es la relación que mantenemos con ella de la que nosotros también
formamos parte y de la que en parte somos responsables. No nos damos cuenta de
que la vida nos está dando la oportunidad, en muchos casos, a enfrentarnos con
algo que nos ha despertado esta relación y poder crecer y pasar página al
superarlo.
Y se nos repiten estas personas a lo largo de nuestra vida a las que
algunos osan llamar tóxicas, sin saber que tras cada rostro, cada sonrisa o
cada máscara, hay una historia y experiencias dignas de ser escuchadas
pero que a la vez nos abre la herida que nosotros queremos cerrar y
cicatrizar a toda costa buscando las experiencias apacibles y pasando de largo
por las incómodas.
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