Este catedrático, hoy Decano de Educación de la Universidad de
Texas en Brownsville, ha estudiado en profundidad las reformas universitarias
americanas (norte y sur) y europeas, lo que le convierte en una autoridad en la
materia. En esta entrevista nos desvela las claves para conseguir una educación
acorde con los tiempos actuales. Para él resulta fundamental dar mayor
protagonismo al estudiante, equilibrar la formación cognitiva con la afectiva y
educar para un mundo en el que cada vez existen menos certezas.
Es muy difícil, pero absolutamente necesario. Y es
complicado porque hemos creado un mundo que tiene bastante de ficción. Pensamos
que todo está hecho. Se habla de planificación estratégica, diseñamos programas
para estudiantes que están iniciando su vida y van a permanecer dieciséis años
en la educación formal, cuando es casi imposible, saber lo que va a ocurrir
cuando se incorporen al mundo del trabajo. El caso es que les inducimos a creer
que con lo que están aprendiendo van a tener resuelto su futuro, mientras que
lo razonable sería ayudarles a construirlo.
La base fundamental de la educación para la incertidumbre es
enseñar a pensar, a disentir, a respetar al otro. Y estos son componentes
afectivos, no cognitivos. La educación española es muy cognitiva, lo cual está
bien, siempre y cuando no lo haga a expensas de lo afectivo, porque el ser
humano ha de aprender a vivir en sociedad. Lo que plantea esta corriente de
pensamiento es cómo ayudamos a los estudiantes a que resuelvan sus problemas
dándoles herramientas, y conocimientos obviamente. Y esto no se consigue con
programas rígidos.
Me ha ayudado a centrar la atención en el estudiante. En la
universidad tenemos cierta tendencia a elaborar el currículo de cada asignatura
a imagen y semejanza de lo que sabe el profesor, lo que provoca una gran
crisis, puesto que el estudiante debe adquirir los conocimientos que el mundo
le reclama. Con esta dinámica los saberes que realmente importan, suelen llegar
demasiado tarde. Es decir, siempre vamos por detrás de los acontecimientos. Es
como si estuviésemos reproduciendo la historia en lugar de construirla. Con
ello quiero decir que la universidad europea, y tal vez también la americana,
no digo que no, piensa mucho más en el docente que en el discente.
De ambas cosas. Por un lado, está la manera de entender la
educación universitaria. En el currículo debe haber unos contenidos medulares
que todos necesitan, pero también hay que dejar espacios para compartir, en los
que los estudiantes puedan discrepar. Esta forma de enfocar la enseñanza es más
cara, porque exige más profesores, diversificar los contenidos y tener aulas
menos concurridas.
Puede ser, pero en esto existe un error muy generalizado:
siempre hemos pensado que las ciencias, las matemáticas por ejemplo, deben
darse a pequeños grupos y que la filosofía puede trabajarse en clases
numerosas, cuando en realidad es todo lo contrario. Los estudiantes pueden
seguir en una pantalla el proceso de una ecuación, como se deriva, como se
reconstruye, como se define y como se soluciona.
En cambio, en esas
condiciones, es muy difícil desarrollar una teoría de Aristóteles y esperar que
todos hagan la misma deducción, porque en este caso se requiere un pensamiento
reconstructivo, lo que exige análisis y discusión. Cuando esto se obvia, caemos
fácilmente en la simple memorización.
Es que existe la creencia de que los contenidos considerados
teóricos son más fáciles de enseñar que los de carácter más práctico, y eso no
es así. Es más, se ha creado una dicotomía entre las humanidades y las
ciencias, han emergido dos lenguajes distintos que se contraponen, y hay un
desprecio de uno hacia el otro, incluso en el campo científico. Eso es un
problema. Yo he estudiado ingeniería, psicología clínica y educación, y puedo
afirmar que la matemática es lo más sencillo que hay, porque se trata de un
sistema simbólico fácil de aprender.
La cuestión es que cuando impartimos
disciplinas consideradas teóricas, no enseñamos a pensar, porque creemos que la
educación del pensamiento está sólo asociada a las ciencias.
La convergencia es una manera de armonizar todo el sistema
de educación superior de la Comunidad Europea y esto, en el fondo, me parece
estupendo. Pero no se puede decir que esta reforma sea perfecta, porque ha
copiado parte del modelo anglosajón, que a mi modo de ver tiene algunas
debilidades. Cabría haber sido más selectivos, es decir, tomar en cuenta las
partes buenas y conservar lo que funcionaba bien del sistema europeo que ya
existía.
Ahora toca crear procesos de calidad, en los que las
tecnologías propicien metodologías que movilicen la enseñanza y el aprendizaje.
Ello implica un profesorado competente, no sólo en el manejo, sino también en
la aplicación que se puede hacer de ellas. De hecho, los chicos o chicas suelen
tener un mayor dominio de estas herramientas, pero ello no quiere decir que el
profesorado no pueda aportarles formación sobre como usarlas. Por ejemplo, los
jóvenes piensan que la información que obtienen en Internet es siempre real y
veraz, lo cual no es cierto. Y ahí es donde necesitan el apoyo de un experto
que le ayude a seleccionarla y a tratarla.
Sí. Hay que equilibrar la faceta investigadora con la
docente. Ambas deben marchar de la mano, porque a la enseñanza debe
alimentarse, en parte, de la investigación que lleva a cabo el propio profesor
y de la de los demás. Pero además, el profesorado debe tener un sentido de
responsabilidad social, o como más me gusta llamarlo, compromiso social, porque
si no asume esto, difícilmente podrá llevar a sus estudiantes a desarrollar
este sentimiento con la comunidad, que por otra parte es una de sus funciones.
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