jueves, 21 de marzo de 2019

Educar Para La Incertidumbre

Este catedrático, hoy Decano de Educación de la Universidad de Texas en Brownsville, ha estudiado en profundidad las reformas universitarias americanas (norte y sur) y europeas, lo que le convierte en una autoridad en la materia. En esta entrevista nos desvela las claves para conseguir una educación acorde con los tiempos actuales. Para él resulta fundamental dar mayor protagonismo al estudiante, equilibrar la formación cognitiva con la afectiva y educar para un mundo en el que cada vez existen menos certezas.

Es muy difícil, pero absolutamente necesario. Y es complicado porque hemos creado un mundo que tiene bastante de ficción. Pensamos que todo está hecho. Se habla de planificación estratégica, diseñamos programas para estudiantes que están iniciando su vida y van a permanecer dieciséis años en la educación formal, cuando es casi imposible, saber lo que va a ocurrir cuando se incorporen al mundo del trabajo. El caso es que les inducimos a creer que con lo que están aprendiendo van a tener resuelto su futuro, mientras que lo razonable sería ayudarles a construirlo.

La base fundamental de la educación para la incertidumbre es enseñar a pensar, a disentir, a respetar al otro. Y estos son componentes afectivos, no cognitivos. La educación española es muy cognitiva, lo cual está bien, siempre y cuando no lo haga a expensas de lo afectivo, porque el ser humano ha de aprender a vivir en sociedad. Lo que plantea esta corriente de pensamiento es cómo ayudamos a los estudiantes a que resuelvan sus problemas dándoles herramientas, y conocimientos obviamente. Y esto no se consigue con programas rígidos.

Me ha ayudado a centrar la atención en el estudiante. En la universidad tenemos cierta tendencia a elaborar el currículo de cada asignatura a imagen y semejanza de lo que sabe el profesor, lo que provoca una gran crisis, puesto que el estudiante debe adquirir los conocimientos que el mundo le reclama. Con esta dinámica los saberes que realmente importan, suelen llegar demasiado tarde. Es decir, siempre vamos por detrás de los acontecimientos. Es como si estuviésemos reproduciendo la historia en lugar de construirla. Con ello quiero decir que la universidad europea, y tal vez también la americana, no digo que no, piensa mucho más en el docente que en el discente.

De ambas cosas. Por un lado, está la manera de entender la educación universitaria. En el currículo debe haber unos contenidos medulares que todos necesitan, pero también hay que dejar espacios para compartir, en los que los estudiantes puedan discrepar. Esta forma de enfocar la enseñanza es más cara, porque exige más profesores, diversificar los contenidos y tener aulas menos concurridas.

Puede ser, pero en esto existe un error muy generalizado: siempre hemos pensado que las ciencias, las matemáticas por ejemplo, deben darse a pequeños grupos y que la filosofía puede trabajarse en clases numerosas, cuando en realidad es todo lo contrario. Los estudiantes pueden seguir en una pantalla el proceso de una ecuación, como se deriva, como se reconstruye, como se define y como se soluciona. 

En cambio, en esas condiciones, es muy difícil desarrollar una teoría de Aristóteles y esperar que todos hagan la misma deducción, porque en este caso se requiere un pensamiento reconstructivo, lo que exige análisis y discusión. Cuando esto se obvia, caemos fácilmente en la simple memorización.

Es que existe la creencia de que los contenidos considerados teóricos son más fáciles de enseñar que los de carácter más práctico, y eso no es así. Es más, se ha creado una dicotomía entre las humanidades y las ciencias, han emergido dos lenguajes distintos que se contraponen, y hay un desprecio de uno hacia el otro, incluso en el campo científico. Eso es un problema. Yo he estudiado ingeniería, psicología clínica y educación, y puedo afirmar que la matemática es lo más sencillo que hay, porque se trata de un sistema simbólico fácil de aprender. 

La cuestión es que cuando impartimos disciplinas consideradas teóricas, no enseñamos a pensar, porque creemos que la educación del pensamiento está sólo asociada a las ciencias.

La convergencia es una manera de armonizar todo el sistema de educación superior de la Comunidad Europea y esto, en el fondo, me parece estupendo. Pero no se puede decir que esta reforma sea perfecta, porque ha copiado parte del modelo anglosajón, que a mi modo de ver tiene algunas debilidades. Cabría haber sido más selectivos, es decir, tomar en cuenta las partes buenas y conservar lo que funcionaba bien del sistema europeo que ya existía.

Ahora toca crear procesos de calidad, en los que las tecnologías propicien metodologías que movilicen la enseñanza y el aprendizaje. Ello implica un profesorado competente, no sólo en el manejo, sino también en la aplicación que se puede hacer de ellas. De hecho, los chicos o chicas suelen tener un mayor dominio de estas herramientas, pero ello no quiere decir que el profesorado no pueda aportarles formación sobre como usarlas. Por ejemplo, los jóvenes piensan que la información que obtienen en Internet es siempre real y veraz, lo cual no es cierto. Y ahí es donde necesitan el apoyo de un experto que le ayude a seleccionarla y a tratarla.


Sí. Hay que equilibrar la faceta investigadora con la docente. Ambas deben marchar de la mano, porque a la enseñanza debe alimentarse, en parte, de la investigación que lleva a cabo el propio profesor y de la de los demás. Pero además, el profesorado debe tener un sentido de responsabilidad social, o como más me gusta llamarlo, compromiso social, porque si no asume esto, difícilmente podrá llevar a sus estudiantes a desarrollar este sentimiento con la comunidad, que por otra parte es una de sus funciones.

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