Es cierto que afrontar el desafío de nuestro
día a día parece cada vez más difícil. Es verdad que la tentación
de volver a lugares más seguros de nuestro pasado es por lo menos tan tentador
como dejar volar nuestra fantasía al mundo idealizado del futuro, donde
nuestros sueños se hacen realidad.
Esta afirmación anterior es tan así tanto para
nosotros como seres individuales como para nuestras parejas
y para nuestras familias. También es así para nuestro pueblo o ciudad, para
nuestra provincia y, muchas veces, incluso para nuestro país.
La vida no te aguarda, no te espera ni se programa en una
agenda, la vida te está sucediendo en este mismo instante: en el aquí y ahora. Es
en este preciso instante donde todo acontece, donde las oportunidades germinan
y los trenes se detienen en las estaciones avisándote de una llegada que ya
nunca volverá a repetirse. Recuérdalo, no dejes para mañana la felicidad
que mereces hoy.
Este mensaje que por sí mismo ya nos resulta inspirador a la
vez que acertado, contiene un matiz en el que tal vez no hayamos pensado antes.
La mayoría sabemos que las mejores oportunidades suceden en este mismo
instante; sin embargo, no siempre las vemos o peor aún, no nos sentimos
preparados para ellas, nos falta cierta valentía, cierto coraje para cruzar la
línea del miedo.
Si nos preguntamos sobre el porqué de esta indecisión o de
esa “ceguera” para ver las puertas que se abren cada día ante nosotros, la
respuesta se halla en nuestro legado cultural, en nuestra educación y en esa
perspectiva vital que nos han hecho asumir. Así, y casi desde que somos niños,
nos han convencido de que hay un lugar en el que seremos felices, que
llegará un día en que en base a nuestros esfuerzos, confianza y afán de
superación alcanzaremos esa meta, ese objetivo deseado.
Puede que estos sea cierto para algunas personas; sin
embargo, si hay un aspecto que caracteriza a nuestro mundo actual es la
incertidumbre. A veces, quienes más se esfuerzan no siempre consiguen lo
que desean, y quienes más se esfuerzan en “sembrar” son los que menos acaban
cosechando.
En esencia, muchos de nosotros nos pasamos media vida
esperando un “algo” que nunca acontece, diluyéndose en esa eterna espera nuestras
esperanzas y expectativas.
Atrevámonos por tanto a aplicar una nueva estrategia,
dejemos de focalizarnos en el futuro para apreciar un poco más el aquí ahora, invirtamos
en un presente de calidad a través de una mirada receptiva, una mente abierta y
un corazón que toma lo que necesita.
Apreciar el aquí y ahora para invertir en felicidad.
Para muchos, vivir aferrados a la inmediatez, a lo que
sucede en este mismo instante supone poco más que un acto de irresponsabilidad. En
primer lugar, entendamos que vivir en el aquí y ahora no significa que debamos
asumir una visión hedonista, un carpe díem al más puro estilo barroco donde
limitarnos a disfrutar el instante… como si no existiera mañana. De hecho, es
todo lo contrario, porque aprovechar el presente también es invertir en el
futuro.
Decía Paul Auster con gran acierto que las personas deben
aprender a vivir en el hoy, porque “¿qué importancia tiene quien fueras ayer si
tienes claro quién eres ahora?” Ahí está la clave, en saber quiénes somos hoy,
en recordar dónde estamos, qué necesitamos y dónde queremos llegar.
De
hecho, y como curiosidad, cabe decir que hay un tipo de paciente muy común que
encuentran a diario los psicólogos en su práctica clínica, a saber, aquel que
está “desconectado” de sí mismo y del momento presente.
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