La historia nos muestra muchos casos en que la dignidad humana ha sido avasallada. Son ejemplos de ello la desigualdad social vigente en la Edad Media, los abusos del poder, o el holocausto. Justamente este último hecho hizo que se dictara la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 que declaró a todos los seres humanos como iguales y libres en sus derechos y EN SU DIGNIDAD. Esta práctica de reconocimiento de la dignidad humana siguió plasmándose en tratados internacionales y Constituciones nacionales.
Cada uno pertenece a una determinada raza, sexo, religión;
posee una ideología, nacionalidad, determinados rasgos físicos (alto, bajo,
rubio, moreno, delgado, robusto, etcétera) un cierto coeficiente intelectual,
más o menos habilidad física, mucho o poco dinero, y un aspecto que puede o no
coincidir con el ideal de belleza; puede padecerse algún problema de salud, que
impida algunas acciones, pero en esencia todos somos iguales como sujetos de
derechos, y aquellos con menores posibilidades deben ser ayudados por el Estado
para que tengan igualdad de oportunidades.
Como seres dignos (sinónimo de valiosos) somos merecedores
del derecho a la vida, a la libertad (salvo como
pena si se ha cometido un delito) a la educación y
a la cultura, al trabajo, a poseer una vivienda, a constituir una familia,
tener alimentación saludable y recreación.
Debemos poder elegir nuestro destino, nuestra vocación, nuestras ideas, con el
único límite del respeto a la dignidad de los demás.
Se oponen a la dignidad humana, los tratos humillantes,
indecorosos, discriminatorios, la violencia, la desigualdad legal y jurídica.
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