Cuando alguien sostiene que la ciencia tiene sus
limitaciones, que su epistemología no es perfecta, abogando por un relativismo
cognitivo, por el “nada se sabe seguro”, todo es opinión”, olvida que las
limitaciones no son tanto de la ciencia en sí como de
nuestros cerebros.
La mente es un órgano biológico más que una ventana a la
realidad. Así pues, es lógico que no seamos capaces de comprender bien todos
los descubrimientos de la ciencia, tanto reales como potenciales. Por ejemplo,
decía Richard Feynman que quien afirme
entender la física cuántica… en realidad es que no la entiende en absoluto.
Sencillamente, nuestra arquitectura mental no está diseñada
para entender algo así, nuestras intuiciones sobre el espacio, el tiempo y la
materia colisonan con la realidad, y debemos recurrir a
herramientas extra-mentales para,
al menos, operar con la realidad: por ejemplo, las matemáticas.
Por esa razón, la gente sigue preguntando cosas que resultan
incoherentes en la realidad física.
Preguntas como ¿qué había
antes del Big Bang? O ¿qué hay más allá de los
límites del universo? ¿Cómo se las arregla una partícula para pasar a través de
dos rendijas a la vez?
Murray Gell-Mann describió
la mecánica cuántica como “esa disciplina misteriosa y confusa que nadie de nosotros entiende
de verdad pero que sabemos cómo usar”. Esta definición, procedente
de un Premio Nobel de Física por sus descubrimientos sobre partículas
elementales como Gell-Mann, habría de dejarnos más tranquilos cuando
continuamente nos llegan noticias de cómo el Gran
Colisionador de Hadrones está
literalmente destejiendo la realidad.
Si no entendemos qué ocurre, es normal, tenemos cerebros que
no están diseñados para entenderlo.
Por eso no puede dejar de asombrarme que existan personas
que consideren que la verdad no existe o que todo es relativo, u que es opinión
subjetiva, tú tu verdad y yo la mía. Me asombra porque ni siquiera están
diseñados para entender las verdades de la ciencia, ¿cómo van a entender si
existen o no aspectos ajenos a esas verdades? (Y si las hay, tengan por seguro
que no nos incumben, se alejan tanto de nuestra realidad como especie que
preocuparse por ellas es estéril, e invocarlas resulta ser una clara maniobra
de distracción, como quien invoca al Espaghetti Volador para explicar los
misterios que aún no han sido descubiertos.
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