Hace unos días regresaba a
casa por la noche después de impartir una sesión de formación. Era tarde,
estaba cansado y decidí tomar un taxi para ganar tiempo y llegar antes a mi
casa para poder descansar.
Después de darle las indicaciones al taxista, me
puse a consultar mi correo electrónico ya que había estado desconectado desde
mediodía. Cuando hacía sólo unos segundos que estaba en ello, el taxista me
dijo: “disculpe, ¿le molesta esta música de fondo? ¿Prefiere estar en
silencio?”. Por un momento busqué su mirada a través del retrovisor interior
del vehículo para ver si realmente había escuchado esas palabras, o eran fruto
de mi imaginación influida por el cansancio acumulado. Cuando nuestros ojos
estuvieron en contacto, le agradecí su interés y le dije que estaba bien así.
Era la verdad. Al cabo de unos instantes se disculpó por interrumpirme de nuevo
para preguntarme si me sentía cómodo con la temperatura en el interior del
vehículo. Nuevamente le agradecí su interés en mi confort.
Ante tales
atenciones decidí expresarle mi sorpresa y agradecimiento por atenderme tan
bien. Lo que me dijo a continuación me dejó helado. “Mi hijo pequeño dice que
su padre no es un taxista, dice que su padre se dedica a ayudar a la gente.
Dice que ayuda a personas mayores a subir a su casa en lugar de dejarles en el
portal del edificio donde viven, que ayuda a las personas a llegar a tiempo a
reuniones importantes, a que puedan trabajar tranquilos mientras se desplazan
de un lugar a otro…”.
Y aunque la conversación que siguió a continuación
resultó ser de gran interés, voy a centrarme en este último comentario.
Efectivamente, alguien que
se interesa en saber si en su taxi los clientes están cómodos, alguien que se
esfuerza por empatizar con ellos, es alguien que demuestra con sus acciones un
nivel de esfuerzo, de compromiso y de motivación muy potentes. Si comparo a
este profesional con otro de su mismo sector, podré ver y encontrar algunas, o
muchas, diferencias en sus maneras de hacer, en sus acciones. De igual manera,
podemos fijarnos todos los días en un gran número de personas que nos rodean.
Podemos fijarnos en cómo hacen lo que hacen. Todo lo que nos llega de los demás
nos llega a través de la acción. De esta manera, podremos ver si esa persona
que tenemos delante está o no comprometida con su desempeño, o simplemente está
ahí como podría estar en cualquier otro sitio haciendo cualquier otra cosa, y
veremos también si se esfuerza o no lo hace a través de sus acciones.
Para
poder llegar al compromiso y al esfuerzo previamente necesitamos estar
auto-motivados, y eso sólo lo vamos a conseguir desde una clara convicción de
lo que hacemos y desde un potente deseo por eso que hacemos. Nadie tiene el don
de motivar a alguien más que a sí mismo. Por esto dejo claro que la
responsabilidad principal de nuestra motivación sólo reside en nosotros mismos.
Y los cimientos que soportarían toda esta torre, cuya parte más alta y visible
la ocuparía la acción, corresponden al sentido, al “para qué” hacemos lo que
hacemos. El tener o no tener claro esto determinará el desempeño (“cómo”) de lo
que hacemos (“qué”). El sentido debería ser siempre el potente motor de
nuestras acciones. En el caso del taxista, su sentido es ayudar a las personas
y la forma en que hoy lo hace es ejerciendo su rol de taxista empatizando al
máximo con las necesidades de sus clientes.
Antoine de Saint-Exupéry, el célebre
autor de El Principito, escribió en uno de sus relatos: “Si quieres construir
un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo.
Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho”. Quizás
de una manera más trascendente esta cita atribuida a Mark Twain también nos
muestra el peso que debe tener el sentido en nuestras acciones: “Los dos días
más importantes en la vida de una persona son el día que nace y el día que
descubre para qué nació”. Lo realmente importante de esto no es que nos sirve
para ver y fijarnos en cómo actúan los demás ante nuestros ojos, sino que
debería servirnos como toque de atención para ver que, de igual manera, también
nuestras acciones llegan a los demás mostrando nuestro nivel de esfuerzo,
nuestro compromiso y nuestra capacidad para motivarnos a partir de nuestro
nivel de convicción y de nuestro deseo respecto a nuestras acciones.
Está claro
que esto no sólo es válido al hablar del entorno profesional. También sirve
para nuestro ámbito personal. Y aunque algunas veces las circunstancias que nos
rodean a todos no sean ni fáciles, ni las más oportunas o agradables, somos
nosotros los que tenemos la capacidad de decidir qué vamos a hacer con tales
circunstancias y cómo vamos a interactuar con lo que nos venga dado.
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