No me parece desatinado sostener que a principios del siglo
XXI la incidencia de la filosofía en el rumbo de las cosas está en su punto más
bajo desde el despuntar de la modernidad europea. Esto responde sin duda a
múltiples factores, algunos de los cuales han sido explicitados, pero en su
conjunto muy difíciles de pensar.
Filosofía existe pero pesa poco. ¿Contribuirá en
alguna medida a labrar la insignificancia actual de la filosofía la fuerte
propensión al discurso crítico de llamativa parte de la filosofía
contemporánea?
Sería necio negar la inherencia del componente crítico
al discurso filosófico tradicional. La filosofía ha ejercido la crítica, en
variadas proporciones, desde sus más tempranos orígenes. Crítica a las
tradiciones, a las creencias, a los usos y costumbres, al saber establecido, a
los sistemas políticos y sociales, a la religión y al arte imperantes.
Aunque
aplicada en diferentes dosis, la crítica tuvo regularmente en el campo
filosófico la función de despejar el terreno para proponer una
positividad superior. A partir de tendencias verificables en su circunstancia,
la filosofía ha ofrecido, una y otra vez, alternativas, inexploradas y
atrayentes posibilidades de pensamiento y de vida. En ocasiones, para pocos; en
otras, para todos; no es eso lo que aquí importa. Importa sí que nunca se ha
visto, creo yo, semejante condena global del presente por parte de la
filosofía, tan furioso encono con el orden vigente como leemos hoy en
considerable porción del discurso filosófico contemporáneo.
Conservadora o progresista, crítica acerba e impiadosa
e incapacidad casi plena para generar propuestas, salvo la exaltación
nostálgica de algún pasado presuntamente idílico, producto adulterado de la
falaz memoria, o un candoroso utopismo futurista desamarrado de las tendencias
del presente. ¿Exacerbación paródica de las tentaciones trasmundanas
de la filosofía tradicional, ante el bochornoso fracaso de los intentos de
realización intramundana de lo Absoluto? En suma, una suerte de romanticismo
posmoderno vicia de raíz gran parte de la discreta producción filosófica de nuestros
días.
Preguntábamos: ¿qué pasa con la crítica?, ¿cuál es su
papel en la sociedad contemporánea? Más determinadamente, ¿cuál es hoy la efectividad de
la crítica, su capacidad transformadora?
Filosófico o no, el pensamiento crítico tiene una
historia que reconoce un punto decisivo de inflexión con el advenimiento del
pensamiento ilustrado. Mientras los valores, las ideas y las instituciones del
“antiguo régimen”, en sentido lato, mantuvieron su vigencia, el pensamiento
crítico fue un arma temible en manos de la intelectualidad ilustrada. Nada del
viejo orden atinó a mantenerse en pie ante los arrasadores embates del
formidable poder de la negatividad. Pero esto es ya historia antigua.
Desde
hace mucho el “sistema”, si así queremos llamar a la realidad vigente,
utilizando un término afecto a la declinante racionalidad marxista; desde hace
mucho el “sistema”, digo, en cuanto manifiesto reino de la disolución
universal, imperio de la fluidez de todas las determinaciones, integró la
“crítica”, a tal punto que ella constituye hoy el corazón del statu quo.
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