Dentro de veinte años no
quedará ningún superviviente del Holocausto. Por eso algunos supervivientes de aquel horror se apresuran
a dejar por escrito su testimonio. Es el caso de Eva Schloss quien fue la hermanastra de Ana
Frank, la mítica niña que nos dejó su diario para no
olvidar errores catastróficos de la historia. Después de Auschwitz (Planeta) ilustra a quienes se
preguntan cómo se logra sobrevivir a tamaña crueldad. Eva responde a La Vanguardia desde su casa londinense.
Ella también fue víctima de la persecución nazi y destinada a un campo de concentración, pero a diferencia de Ana, su hermanastra, sobrevivió. Hoy, a sus 86 años, lleva una vida tranquila en Londres. La publicación de su libro le ha reportado una popularidad que intenta dosificar. "Sabemos que tenemos una sola vida aquí en la tierra, con sus altibajos. Tienes que valorar los buenos tiempos -en el mundo hay belleza, personas maravillosas y momentos inspiradores- para encontrar las fuerzas que te permitan superar cosas difíciles".
Eva Schloss Geiringer, al igual que centenares de miles de judíos, tuvo que abandonar su ciudad natal -nació en Viena, 1929- para iniciar un viaje itinerante por varios países de Europa. Primero Bruselas, después Amsterdam. Cuando los alemanes invaden Holanda a su familia -como a todas las judías- se le despoja de sus derechos y son obligados a llevar la estrella amarilla identificativa. Les separan: Eva y su madre por un lado, su hermano Heinz y el padre por otro.
Conoció o a Ana Frank de niña, antes de ser su hermanastra era una de sus amigas en Amsterdam. La recuerda como una criatura sonriente, soñadora, preocupada por sus vestidos y absolutamente confiada en que un futuro mejor estaba por llegar. Todo lo contrario de Eva. Y a pesar de eso sus destinos se unirían. "Era mi contrario, algo espectacular. Yo era un potro de pelo rubio, curtida por el sol, ropa desaliñada de montar en bici. Ana se peinaba primorosamente, vestía blusas y faldas inmaculadas, calcetines blancos y zapatos de charol. Vivíamos frente a frente, a cada lado de la plaza".
Cuando la madre de Eva, Mutti, ya viuda, se reencontró con el padre de Ana, Otto Frank, también viudo, le pareció "un hombre amable, un caballero, a pesar de estar atormentado por la muerte de sus hijas, una de ellas Ana Frank". Ambos habían pasado por situaciones similares y ese conocimiento y el dolor compartido les unió.
Fue de esa manera que Eva Schloss se convirtió en hermanastra de Ana Frank.
Eva Schloss pasó décadas sin querer recordar su pasado, no hablaba de él ni siquiera con sus hijas. "Durante mucho tiempo, interiormente, quise hablar a la gente de ese sufrimiento atroz que padecimos. pero después de la guerra en Holanda y más tarde en Inglaterra, la gente no quería oír hablar de adversidades -lamenta Eva- la gente quería seguir adelante y tratar de olvidar"
Pero un día, ya mayor, lo hizo. De golpe. Era 1986 y había sido requerida para pronunciar unas palabras sobre su hermanastra Ana Frank en una exposición sobre ella, en Londres. Todavía hoy no se explica lo que le ocurrió pero, de repente, sus palabras estallaron y soltó todo lo que había callado en 60 años y "todo el dolor acumulado se rebajó".
Desde entonces le han ocurrido buenas cosas: conferencias por todo el mundo, la publicación de este libro, incluso el príncipe Carlos la nombró -hace tres años- miembro de la orden del imperio británico por su labor en la Fundación Ana Frank.
Volvamos al pasado. Eva llama cariñosamente a sus padres Pappy y Mutti y a su hermano mayor, Heinz. El libro detalla cada nuevo temor: los cambios de domicilio, registros, la escucha clandestina de la BBC... Sorteando riesgos durante dos años.
"Fui capturada por los nazis el día en que cumplí 15 años", recuerda perfectamente Eva. Era el 11 de mayo de 1944. Siete días después de pasar por el despacho de la Gestapo la familia es incluida en la lista de transportados con destino a Auschwitz.
Eva es la más pequeña de la fila pero su madre la ha vestido pare que parezca mayor. Eso le salva la vida porque todos los menores de 15 años son separados a la derecha, "la cola que iba directamente a la cámara de gas. Así que fui una de los siete únicos niños que sobrevivieron de los 68 que viajaban en nuestro transporte". Madre e hija pierden el rastro de padre e hijo ("Dios te protegerá, Evertje, se despidió Pappy abrazándome con fuerza").
El peor momento, sin duda, llegó cuando llevaba unos cuatro meses en Auschwitz. "El Doctor Mengele eligió a mi madre para ser gaseada. Fue el shock más horrible. Caí en una depresión y estuve a punto de tirar la toalla, perdí las ganas de seguir viva", explica Schloss, que reconoce que el segundo momento más terrible fue regresar a Amsterdam y saber "que mi padre y mi querido hermano habían muerto. Nunca he conseguido superar esas pérdidas aunque... la vida sigue y consigues coexistir con ese dolor".
Las escenas de la vida en los barracones que describe Eva son espeluznantes. Las condiciones infrahumanas, los abusos, los rapados ("mi madre le suplicó que me dejar algo de pelo, que era sólo una niña"), el número tatuado en el brazo con aguja y tinta, el tifus -del que se salvaron ella y su madre gracias a la intervención de la prima Minni- las noches ("dormíamos apretadas literalmente, ocho mujeres. Cuando una se daba la vuelta, todas nos girábamos. Las chinches caían de los camastros") y el tormento que le adjudicaron por ser la más joven: ser la última en utilizar el cubo de orines y transportarlo veinte barracones más allá para vaciarlo.
Y algo todavía más perverso. Tienen la "suerte" de ser trasladadas para trabajar en "Canadá". Esa suerte de almacén donde se acumulaban las pertenencias de los judíos en montañas gigantes: gafas, ropas, zapatos... "Los alemanes aprovechaban incluso el pelo que cortaban a los prisioneros para construir alfombras".
Lo macabro del hecho es que muchas de esas posesiones judías se enviaron de vuelta a Alemania, donde se repartieron entre familias de soldados. "Los hombres alemanes -incluso sin saberlo- se afeitaban con cuchillas judías, mientras que las buenas madres alemanas empujaban carritos de bebés judíos y los abuelos usaban gafas de judíos para leer noticias del periódico sobre el devenir de la guerra". Se enviaron 2.500 relojes de pulsera de judíos a residentes de Berlín.
En invierno de 1944 desmantelaron el campo. No es fácil sobrevivir en un lugar abandonado sin comida, sin agua, sin luz, sin otra compañía que los cuerpos inertes de compañeros que tienen que sacar al exterior. "Arrastrarlos muertos es lo peor que he tenido que hacer en mi vida. Aquellos ojos abiertos con la mirada extraviada, esas grandes bocas me decían que habían resistido mucho para llegar casi al final".
Es a la vuelta de esa sinrazón cuando se reencuentran con Otto, el padre de Ana Frank. Un día Otto llega con un pequeño paquete en las manos, envuelto en papel marrón y atado con un cordel. Es el diario de su hija Ana, que encontró Miep Gies, una de las personas que les escondió. Ana Frank murió de fiebre tifoidea -como su hermana Margot- en marzo de 1945 en el campo de concentración.
Desde entonces, la vida de Eva Schloss ha dado muchas vueltas,
incluso podría decirse que le ha permitido estadios de felicidad. Se casó con
Zvi Schloss, tuvo tres hijas y viarios nietos. "Ahora tengo una familia
adorable. Uno termina aceptando que la vida tiene momentos buenos y malos.
Tienes que construirte tu fortaleza".
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