El nombre de Emmanuel Mounier puede no ser tan conocido para
las nuevas generaciones de seres humanos inmersos en la turbulencia de la lucha
por el poder terrenal,
en el contexto de un mundo globalizado a partir de referentes económico y tecnológico.
Su destino, que limita con la frontera del
olvido, se parece al del gran filósofo Giordano Bruno, trágicamente muerto por
los asesinos de la inquisición católica de la Edad Media.
La injusticia del olvido de los mencionados hombres de reflexión está siendo
remediada y subsanada a través de la obra de profesores de filosofía contemporáneos,
conocidos mayormente en el ámbito de sus centros de labores. En esa medida el
rescate de la doctrina personalista de Mounier.
La pretensión de Mounier es clara: ir más allá del fascismo,
del comunismo y del "mundo burgués
decadente". Este ir más allá por cierto que no significa un radicalismo de
los mismos, sino, por el contrario, su desconsideración y superación heroica en
cuanto su propósito central viene a ser nada menos que el primado de la persona humana.
Pero en el camino de su misión particular,
el filósofo francés hace una necesaria precisión cuando advierte que el
personalismo no es más que un santo y seña significativo, una cómoda designación
colectiva para doctrinas distintas, pero que, en la perspectiva de la situación
histórica concreta, pueden ponerse de acuerdo en las condiciones elementales,
físicas y metafísicas, de una nueva civilización.
En palabras textuales del autor, el personalismo no anuncia,
pues, la creación de una escuela,
la apertura de una capilla, la invención de un sistema cerrado.
Testimonia una correlación de voluntades, y se pone a su servicio,
sin afectar su diversidad, para buscar los medios de
pesar eficazmente sobre la historia.
Hecha esa aclaración, la doctrina de Mounier, además de
personalista introduce elementos de un destacable realismo,
pues admite, desde ya, la existencia válida de varios personalismos.
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