No se puede forzar a nadie a que crezca, despierte, o
aprenda, sin violar su libre albedrío. Sólo se pueden ofrecer herramientas,
cursos probables de acción y apoyo.
Si me paro frente a un mandarino y le digo: ¡dame
mandarinas! ¿me las dará? No, ¿verdad?, debo esperar que el árbol haga su
proceso, florezca, y sus frutos maduren.
Si le doy comida trozada a un bebé que sólo se alimenta de
papilla, ¿podrá digerirla?
Lo mismo sucede en el camino espiritual. Todo a su tiempo,
cada uno con su nivel de conciencia.
No se puede forzar a nadie a que crezca, despierte, o aprenda,
sin violar su libre albedrío.
Sólo se pueden ofrecer miradas, puntos de vista, herramientas, cursos
probables de acción y apoyo, para que cada quien tome las riendas de su vida y
decida qué hacer con su camino evolutivo.
Lo hemos dicho ya incontables veces: nadie sana a nadie,
nadie saca a nadie desde donde ese alguien no quiere salir.
A veces, incluso, sólo queda acompañar. Y esperar con
amor las mandarinas.
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