Filosofía
Fatiga De Información
El neurólogo ruso Levon Badalian (1929-1994), que se dedicó
de forma especial a la neurología infantil, advertía sobre el daño que el
exceso de información provoca en el desarrollo neurológico y cerebral de los
niños, siendo este el causante de muchos de los trastornos del aprendizaje…
El psicólogo británico David Lewis ha acuñado el término Information Fatigue Syndrome (IFS), Síndrome de Fatiga por Exceso de Información. Este término
se utiliza para caracterizar el elevado nivel de estrés de quienes intentan a
toda costa asimilar el caudal de información que les llega constantemente a
través de la televisión, teléfonos móviles, periódicos, libros, faxes y, sobre
todo, de Internet. El IFS se caracteriza por un estado psicológico de
hiperexcitación y ansiedad al verse ante un amplio mar de información y contar,
literalmente, con millones de páginas. Pero, al mismo tiempo, provoca miedo e
inseguridad por no poder manejar esa inmensa cantidad de información. En muchos
casos lleva, incluso, a la parálisis de la capacidad analítica, pudiendo
conducir a decisiones imprudentes y a conclusiones distorsionadas.
Esta nueva forma de contaminación ha sido llamada infoxicación.
La infoxicación es
lo que tenemos cuando la información que nos rodea, o aquello que creemos que
debiéramos saber, supera nuestra capacidad de asimilación.
Aunque no todo el mundo tiene acceso a la totalidad de los
medios, para todos se ha incrementado, en progresión geométrica, la cantidad de
datos con relación a los que teníamos disponibles hace algunos años. Pero la
pregunta fundamental que nos hacemos ante esta avalancha es: ese enorme
crecimiento de datos ¿ha hecho crecer de igual forma nuestro conocimiento?
El contar con más datos, tener información al día, estar
conectado de forma permanente, no necesariamente significa que se conoce más, o
que se comprende mejor lo que sucede.
Datos,
información e inteligencia
Los datos –las
cifras, la cantidad, la anécdota, el suceso– son la materia prima de la
información. Lo que hoy se escucha como noticias son generalmente datos,
“sucedió esto o aquello”, y se supone que en las imágenes, fotografías o
filmaciones que se muestran estamos viendo la realidad; pero se nos olvida que
la cámara no capta todo, sino lo que quiere captar el que la maneja, o lo que
queda tras ser editadas las tomas parciales. Datos son fechas, lugares,
nombres; lo que en realidad tenemos no es un exceso de información, sino un
exceso de datos.
La información es
la capacidad de responder preguntas que expliquen los datos, por qué sucedió
esto o aquello, cuál es la razón de que las cifras suban o bajen. La
información requiere, necesariamente, del pensamiento. Una secuencia rápida de
imágenes, sonidos y locución puede resultar impactante para convencer al
consumidor o al elector, como ya advertía Vance Packard al final de los años
50, pero no permite hacer el proceso reflexivo que lleva a comprender el porqué
de los sucesos.
El océano de datos que recibimos diariamente y a los que
tenemos acceso, solo puede ser útil en la medida en que lo podamos procesar
como información. No basta con estar enterado de que algo sucedió, es necesario
saber por qué sucedió, en qué entorno y contexto sucedió; ahí sí vamos a estar
informados; antes de eso solo estaremos impactados e, incluso, saturados por
exceso de impacto. Los datos dicen lo que está sucediendo, pero la información
nos ayuda a comprender por qué sucede.
La inteligencia es,
fundamentalmente, la capacidad de discernir: saber qué es una cosa, qué es otra
y cuál es la diferencia entre ambas. Puede parecer sencillo, pero para lograr
el conocimiento necesitamos discernimiento, saber qué es lo correcto para poder
diferenciarlo de lo que no lo es. Esto proporciona principios y criterios.
A través de los datos elaboramos un proceso de pensamiento.
Pero para que toda información sea algo útil, es necesario aplicar el
discernimiento, evaluarla de acuerdo con un buen criterio, contrastarla con
principios fundamentales para saber su validez. En definitiva, es la
inteligencia la que produce el conocimiento.
El exceso de datos se transforma en una intoxicación cuando
no puede ser digerido; para lograr esta asimilación es necesario pensar sobre
ello para comprender hacia dónde van los procesos y no quedarnos solo con el
impacto de los datos.
Es importante comprender lo que sucede, pero no basta; es
preciso desarrollar la creatividad necesaria para resolver los desafíos; lograr
un conocimiento prospectivo que permita adelantarse a los hechos; comprender el
sentido de las cosas; en fin, es necesario tener conocimiento verdaderamente
estratégico, que es el producto de la inteligencia. Todo ello es preguntarse,
es hacer filosofía.
Hacer filosofía es descubrir el filósofo que todos llevamos
dentro, es desarrollar nuestras potencialidades latentes, es asombrarnos ante
la vida y el mundo, es buscar la sabiduría sin sectarismos. Eso es en realidad
la filosofía a la manera clásica: el mejor remedio para salir de la
intoxicación por exceso de datos, que nos hace caer en las grandes tenazas de
la manipulación.
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