La rispidez, en sentido amplio, se aplica a todo aquello que
es contrario a lo suave, resultando áspero, molesto, tenso e hiriente, pudiendo
aplicarse a las cosas, a los hechos, a las ideas, al carácter, a las palabras,
a las relaciones entre individuos o a los sentimientos.
Ejemplos: “Estas sábanas son muy ríspidas, prueba agregarles
suavizante en el enjuague”, “Las montañas ríspidas hacían el camino
intransitable”, “La rispidez del camino rompía los neumáticos”, “Se vivió un
momento ríspido cuando la mujer golpeó a su novio delante de todos”, “Sus ideas
son tan ríspidas que resulta ofensivo”, “Su carácter ríspido lo vuelve
solitario”, “Sus palabras ríspidas la hicieron llorar” o “Sus ríspidos
sentimientos lo han llenado de odio”.
Es bastante frecuente que la rispidez acompañe cualquier
tipo de debates, donde se enfrentan diferentes posiciones, y no se logra un diálogo
constructivo, sino que cada uno intenta hacer prevalecer su opinión, por
ejemplo: “Los diferentes candidatos políticos se enfrentaron en una ríspida discusión sobre
los mejores modos de mejorar la economía del
país” o “Fue muy ríspido el enfrentamiento entre los partidarios de legalizar
el consumo de drogas y los que se oponen a ello”.
En materia de relaciones entre países, la rispidez suele
surgir cuando existen conflictos de intereses, ya sea por soberanía, territorios,
manejos económicos, etcétera: “En la Guerra Fría ambos bloques,
capitalista y comunista, mantenían una ríspida relación” o “Al no permitir la importación de
productos, el Estado generó rispidez con los países que le vendían los
productos hasta entonces”
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