Hoy sabemos que aprender a aprender es una expresión que incluye la enseñanza de una serie de habilidades estratégicas, metacognitivas, autorreguladoras y motivacionales para seleccionar, organizar e integrar de forma activa la información al conocimiento previo y asumir una actitud pensante y crítica sobre lo que se tiene que aprender. Sin embargo, también sabemos desde hace unos años que esta competencia compleja del aprender a aprender no suele estar dentro del repertorio de los alumnos; los estudiantes conocen muy poco sobre el particular y lo que saben está muy alejado de lo que en verdad tendrían que saber (Martín y Moreno, 2007). Incluso, queda muy claro que los alumnos apenas llegan a conceptualizar una idea confusa de ella.
Además,
en los currículos escolares, aun cuando en fechas recientes se ha tomado
conciencia de la importancia de esta competencia, lo que sigue prevaleciendo es
su escasa presencia dentro de los espacios curriculares de todos los ciclos
educativos. Pareciera que con todo ello se están reforzando creencias o teorías
implícitas de tipo reproduccionista o prerreflexiva en los alumnos, las cuales
conceptualizan el aprendizaje como una actividad mecánica-memorística en la que
ellos se perfilan como auténticos copistas y reproductores de información
(Pozo, 2008), concepciones que son verdaderas antípodas de una propuesta del aprender
a aprender (Martín y Moreno, 2007).
Por
tanto, el modo en que se está preparando a los alumnos para las demandas
crecientes e imprevisibles de la sociedad informacional y para el
multiperspectivismo y relativismo que en ella suelen proliferar, parece
completamente insuficiente. En tal sentido, conviene hacer una llamada de
atención para que esta competencia del aprender a aprender asuma un lugar más
protagónico en los próximos años dentro de los currículos escolares y pase a
formar parte de lo en verdad básico dentro de ellos.
Gracias a
la investigación realizada desde la disciplina psicoeducativa, sabemos que
estas habilidades no pueden ser desarrolladas por el alumno de forma solitaria
o espontánea en la mayoría de las veces; más bien, lo que se ha puesto al
descubierto es que dependen de propuestas mediacionales-educativas prestadas
por docentes o especialistas dentro de un plan de enseñanza transversal en los
ciclos educativos (Díaz Barriga y Hernández, 2010; Hernández, 2004). Además,
tiene que plantearse su enseñanza in situ desde
los lugares en donde se presta la instrucción de los saberes curriculares a
enseñar (modalidad infusionada o
insertada dentro del currículo).
En este
sentido, cualquier educando tendría que iniciar sus actividades educativas con
dos objetivos paralelos: enseñar los contenidos de su programa (conceptos,
principios, procedimientos, actitudes) y, al mismo tiempo, enseñar o dar
oportunidad para que los aprendices desarrollen y construyan habilidades
estratégicas de índole cognitiva y metacognitiva-reflexiva que les permitan, a
su vez, ser capaces de pensar con mayor efectividad cuando enfrentan
situaciones futuras de aplicación y puedan hacer un uso funcional de los
aprendido.
Dentro de
las subcompetencias estratégicas más significativas que la escuela debería
promover y que tendrían que estar presentes como ejes transversales en los
programas escolares de los distintos ciclos, tratando de fomentar de forma
comprehensiva el aprender a aprender, se encuentran: saber buscar información
en forma selectiva y crítica; analizar los problemas para opinar de forma
fundamentada; escuchar para dialogar; hablar para convencer; leer para
comprender; escribir para argumentar; saber cooperar para trabajar; saber
empatizar para compartir; y saber fijar metas razonables de aprendizaje
(Monereo y Pozo, 2001).
El
desarrollo de estas subcompetencias habilitarían a los alumnos de un buen
instrumental para que puedan enfrentar las futuras vicisitudes que la sociedad
de la información les irá imponiendo en los próximos años, para que, así,
puedan construir a partir de ella un genuino conocimiento y también generen
otros nuevos cuando así se les demande.
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