jueves, 9 de mayo de 2019

Interpretar Las Emociones


El ritmo de vida, los resultados al instante, la competitividad, el estrés, el demostrar…, actitudes sociales que hacen que la persona se acabe rompiendo y perdiendo todo control emocional sobre sí misma. El malestar que siente es tan grande que busca acciones impulsivas, rápidas, inminentes, que le proporcionen sensaciones placenteras o la aleje de la fuente de dolor emocional, lo que llamamos la búsqueda de satisfacciones inmediatas: abandonar a una pareja por temor a una ruptura, compras impulsivas, atiborrarse a chocolate, relaciones sexuales constantes sin implicación emocional, consumo de sustancias, etc. Es lógico pensar que esta falta de autocontrol emocional no puede derivar en consecuencias muy satisfactorias, ¿no?

Cuando tenemos dificultad para controlar nuestros impulsos, nos vemos incapaces de dejar de hacer algo que deseamos hacer, aunque sepamos que no debemos hacerlo o resulte peligroso para nosotros mismos o para los demás. Simplemente no podemos postergar el placer que nos proporciona esa acción. Pero, las conductas impulsivas muchas veces se transforman en conductas de riesgo ya que, pese a que vienen seguidas de consecuencias placenteras inmediatas, los efectos negativos de las mismas pueden presentarse a largo plazo: baja tolerancia a la frustración, problemas de autoestima,
desorganización, atención, planificación del tiempo, etc. ¿Por qué? 

Porque al tratarse de impulsos, la mente no aprende de la experiencia, no le estamos dando el suficiente tiempo para interiorizar lo que sucede, y por tanto, no tomamos consciencia de hacia dónde nos puede llevar esa falta de control. Es decir, son conductas motivadas por lo “emocional”, donde lo “racional” ha quedado apartado.

Cuando realizamos una conducta que podemos considerar adaptativa existe un equilibrio entre el “quiero, puedo y debo”, ¿qué pasa ante una desadaptada cómo la impulsividad? Se rige simplemente por el “quiero hacer”, perdiendo toda objetividad sobre el beneficio o perjuicio emocional en el que pueda derivar.
Cuando tenemos dificultad para controlar nuestros impulsos, nos vemos incapaces de dejar de hacer algo que deseamos hacer, aunque sepamos que no debemos hacerlo o resulte peligroso para nosotros mismos o para los demás.

No toda impulsividad es mala, la impulsividad o conducta impulsiva es un mecanismo de defensa que evita el que la persona se pare a reflexionar sobre los aspectos y motivaciones de su comportamiento y, por tanto, frente a las emociones que estos le generan. Por lo que, en ocasiones, ayuda a evitar un mal mayor cuando nos alertamos de un peligro real. Por ejemplo, si voy conduciendo por la autopista y de repente tengo la sensación de que el coche de al lado va a hacer una maniobra que me puede sacar de la carretera, el hecho de adelantarme a dicha maniobra y frenar puede evitar que tenga un accidente (no es un proceso racional, es un impulso, una sensación, una intuición). Si finalmente el coche acaba haciendo esa maniobra, habré salvado mi vida. Por tanto, en este caso la impulsividad ha sido positiva.

Otra de las características de la personalidad impulsiva y de la falta de autocontrol emocional es la dificultad para aceptar los límites y la poca tolerancia al estrés y la frustración. No es capaz de escuchar los miedos que pueden aparecer tras sus deseos y se vuelve contra-fóbica. ¿Qué significa esto? Que en vez de huir de la conducta impulsiva la busca constantemente, tratando de evitar así el dolor o miedo que le produce la ansiedad y que le ha llevado a caer en este tipo de conductas desadaptadas. Es decir, utiliza la impulsividad como vía para paliar la angustia buscando salvarse de los sentimientos de vacío interior, cuando el mundo se torna amenazador y decepcionante.

Para trabajar la impulsividad lo más efectivo es aprender a gestionarnos emocionalmente: autocontrol emocional. ¿Cómo ejerceremos un control sobre nuestras emociones? A través de varias estrategias o técnicas que tienen que ver con la cognición y la conducta.


La clave la encontramos en la forma de interpretar nuestras emociones ya que es lo que determina nuestra forma de actuar. La forma en que reaccionamos frente a una emoción específica condicionará cómo actuará dicha emoción sobre nosotros. Mientras que hay personas que pagarían lo que fuese para montarse en una montaña rusa, otros no se montarían jamás. Ambas sienten los mismos nervios, pero los interpretan de manera diferente: diversión frente a miedo. 

Por tanto, el cuerpo nos proporciona la energía para hacer algo (emociones), pero cómo usar esa energía es una decisión nuestra.

Saber Quién Eres

Para saber quién somos no es suficiente con mirar el DNI o el pasaporte, hay que mirar en nuestro interior y ver quién somos en realidad. Hay veces en las que nos miramos en el espejo y no somos capaces de reconocernos. 

Para hacerlo es imprescindible hacer un viaje interior, descubrir quién se esconde ahí. Sin embargo, no se trata de un viaje fácil así que si tu también te preguntas cómo saber quién soy te vamos a guiar paso a paso en este largo viaje de autorreconocimiento que te permitirá saber quién eres en realidad.

¿Cómo saber quién eres en realidad?
Como hemos dicho, saber quién eres no es algo tan sencillo como parece. Hay personas que lo tienen clarísimo y otras que andan un poco más perdidas. Para saber quiénes somos plenamente y no fallarnos a nosotros mismos deberemos realizar un viaje a nuestro interior.

Las preguntas profundas
Lo primero que deberás hacer es tomarte un tiempo a solas para reflexionar sobre ti, sobre tu vida y sobre qué crees que te deparará el futuro. Tu objetivo vital, qué te mueve, para qué vives, para qué quieres disfrutar, qué cosas son importantes para ti en esta vida, por qué eres o no eres feliz, qué haces que no te gustaría estar haciendo, qué te impide alcanzar la felicidad, con qué objetivo te levantas cada día... Cuestiones que no se pueden resolver en media mañana, sino que nos exigen un tiempo para contestarlas.

A partir de esas respuestas irán apareciendo una serie de valores que nos servirán para empezar a trazar el esbozo de quién somos. Es muy importante que seas honesto contigo mismo, ya que si eres incapaz de responder a tus propias preguntas con sinceridad este ejercicio no servirá de nada. Con los valores o respuestas recurrentes que coincidan podrás hacerte una idea de la respuesta final, pero para completarla puedes recurrir a tu círculo más íntimo.

Saber quién soy es una carrera de larga distancia, tan larga que puedes pasar años y años indagando en lo más profundo de tu ser y buscando respuesta a esa pregunta. Es muy importante que te tomes esta búsqueda con calma para no acabar desesperado por la ausencia de resultados. También puedes probar diferentes herramientas para agilizar esta búsqueda como practicar la yoga para encontrar tu yo interior.  

Tampoco hay que darle demasiadas vueltas a las cosas, y a veces viene bien tomarte un respiro de unos meses, o incluso años, para analizar las cosas a través de la experiencia que da la vida.
En este sentido, puedes aprovechar este recorrido para mejorar tu autoestima y la autoconfianza

El desarrollo de la confianza en uno mismo es otro largo camino que recorremos a pasos pequeñitos, en el que muchas veces acabamos retrocediendo. Tener esa confianza en ti mismo te ayudará a ponerte a prueba y a superar todos los retos que aparezcan en esa búsqueda interior a la vez que creces como persona.


Durante este largo camino es fácil que aparezcan momentos en los que dudes sobre si sigues el itinerario correcto, sobre qué hacer con tu vida, etc. Es esencial que conserves tus creencias o tus costumbres, aspectos que forman parte de tu auténtico yo. Si renuncias a ellas por la influencia de otras personas o porque durante el proceso te comparas con otras personas -un grave error- y las consideras un lastre, estarás renunciando a tu identidad, lo que se traduce en más dificultades para saber quién eres realmente.

Ahínco: El Esfuerzo Agregado


El término ahínco nos permite dar cuenta del empeño, la diligencia y la eficacia con los cuales se lleva a cabo una tarea o se realiza alguna solicitud ante una persona u organismo.

Trabajé con tanto ahínco este último año que finalmente mi jefe me recompensó con un aumento. Fue tal el ahínco que puso para conseguir un lugar en la lista de convocados que finalmente el director técnico de la selección nacional convocó al delantero.

Disponer de ahínco es de alguna manera una capacidad especial que permitirá a la persona en cuestión que la posea concretar una actividad o tarea.

Generalmente, el ahínco se pone en práctica cuando la tarea que debe realizarse es de suma importancia personal o para la comunidad a la que estará dirigida, es decir, para pequeñas actividades cotidianas no hace falta poner demasiado empeño, ni diligencia, sino que basta con las ganas, en cambio, cuando el fin es realmente importante para el futuro personal sí será necesario disponer de todo lo mejor que se posea para conseguir el resultado deseado.

Por ejemplo, si el objetivo de una persona es recibirse antes de fin de año, para lograrlo, deberá poner empeño y dedicación para sentarse largas horas frente a los libros y leer, leer, hasta conseguir los conocimientos necesarios para aprobar los exámenes en cuestión y además, llegado el momento del examen deberá resultar ser eficaz con las respuestas que brinde para poder aprobar las asignaturas y así conseguir el fin último que es recibirse.



Disonancia Cognitiva

En ocasiones muchos de los buenos propósitos que tenemos quedan vacíos si no van acompañados de actos que los dibujen sobre la realidad. Otras veces es mejor quedarse en las buenas intenciones en lugar de pasar directamente al acto: podemos predecir una consecuencia indeseada y suficientemente disuasoria como para apartar el propósito.

Aunque muchos de los buenos deseos los realizamos pensando en lo mejor para el otro, es posible que el resultado final no sea el esperado. Muchas veces tomamos decisiones en base a sentimientos y, con la ingenuidad de nuestro lado, pensamos que todo es posible si se acompaña con el corazón.
«El camino al infierno está construido de buenas intenciones»
-Carlos Ruiz Zafón-

Sin embargo no siempre salen las cosas como nos gustaría. Pese a los buenos deseos nuestras acciones pueden hacer mucho daño. Antes de pasar a la acción conviene reflexionar sobre qué hacemos, si tenemos la capacidad necesaria para llevarlo a cabo y qué consecuencias puede producir su materialización.

Pese a los continuos mensajes que recibimos del tipo «para conseguirlo solo necesitas soñarlo» o «no hay nada imposible», lo cierto es que sí hay cosas que no podemos lograr solo con desearlas.

Si las buenas intenciones no están apoyadas de los conocimientos necesarios pueden resultar peligrosas. Las decisiones que tomamos pueden influir tanto en nosotros mismos como en las personas que queremos y, sin intención de hacerles daño, pueden acabar resultando perjudiciales.
Si quisiésemos operar a un familiar enfermo para salvarle la vida necesitaríamos no solo buenas intenciones, sino también los conocimientos necesarios; de lo contrario acabaríamos matándole (eso sí, lo habríamos hecho con toda nuestra buena intención).

El conocido efecto Dunning-Kruger viene a decir que cuanto menos sabemos de algo más creemos saber. Así, las personas que poseen poco conocimiento sobre un área concreta pueden sentirse competentes sin ser conscientes de su gran ignorancia. De hecho. Muchos psicólogos están cansados de escuchar ”si yo sé más de psicología que tú, aunque no haya estudiado la carrera”.

«La sobrevaloración del incompetente nace de la mala interpretación de la capacidad de uno mismo. La infravaloración del competente nace de la mala interpretación de la capacidad de los demás»
-David Dunning y Justin Kruger-

Lo mismo puede pasar con las acciones que realizamos o consejos que damos a otros pensando en lo mejor para ellos. Familiares, amigos o personas desconocidas que construyen su negocio únicamente sobre los cimientos de las buenas intenciones, sin reparar en el conocimiento, normalmente están sellando su fracaso.

Cuando alguien solo mira en una dirección es complicado abrirle los ojos a otros horizontes. Las ideas en conflicto no se llevan bien, causan malestar y no son bien recibidas en nuestra mente. Por eso mismo solemos desechar una perspectiva, acomodando la realidad a la visión que más nos agrada.

El efecto de la disonancia cognitiva explica que cuando la persona tiene dos pensamientos contrarios, por ejemplo, «creo que lo que hago es bueno para los demás» y muchas personas dicen que lo que hago puede ser perjudicial sentimos un malestar interno que trataremos de eliminar.

Debido al propio funcionamiento de nuestra mente es complicado salir de las ideas predeterminadas que tenemos. Cuando algo contradice nuestro punto de vista, la salida más natural es neutralizarlo rápidamente, buscando algo que apoye a nuestra postura o descalificando a la persona que propone la nueva idea. Para algunos este «ejercicio de defensa se ha convertido en un proceso tan automático que ni siquiera son conscientes de que lo están ejecutando.

Cuando sumas el efecto Dunning-Kruger y la disonancia cognitiva los resultados pueden ser nefastos. No hay nada más peligroso que un ignorante que se cree capaz de cualquier hazaña y que además es incapaz de mirar en otras direcciones que no sea la suya propia.


Pese a que muchas personas se acercan a nosotros con buenas intenciones recuerda que a veces no son suficientes. Reflexionar antes de actuar y acudir a una opinión experta en ocasiones puede ser más beneficioso que dejarse guiar por palabras que resultan tan bonitas y seductoras como peligrosas.

El Sentido De Comprensión

Filosofía
El Sentido De Comprensión
Como comprensión se conoce la acción de comprender. En este sentido, la comprensión es la facultad de la inteligencia por medio de la cual logramos entender o penetrar en las cosas para entender sus razones o para hacernos una idea clara de estas. La palabra, como tal, deriva de comprehensión.

Asimismo, la comprensión es también la actitud de quien es comprensivo y tolerante hacia las razones o las motivaciones de otra persona. Manifestamos comprensión cuando, por ejemplo, no somos tan severos al juzgar a alguien que ha cometido un error que cualquiera hubiera podido cometer.

Por otro lado, la comprensión es fundamental entre las destrezas lingüísticas de una persona. De allí que para ingresar a la universidad, en muchos sistemas educativos se evalúe la comprensión verbal de los aspirantes.

Del mismo modo, la comprensión oral se considera muy importante para quienes están en proceso de adquisición de una lengua extranjera, pues implica que las personas sean capaces de entender lo que se les dice o el sentido de una conversación.

Comprensión lectora
Se denomina comprensión lectora o de lectura a la capacidad de las personas para entender e interpretar lo que lee. Como tal, es considerada una destreza lingüística que permite la interpretación del discurso escrito.
La comprensión lectora supone entender, en un primer lugar, el significado de las palabras, consideradas como unidades mínimas del texto, para, a continuación, pasar a las unidades más extensas, es decir, las oraciones, las frases y los párrafos.

La suma de todos estos elementos, o sea, de todas las ideas y la información que contiene el texto en cada palabra, oración o párrafo, la manera en que están dispuestas y la forma en que se interrelacionan, es lo que nos permite extraer el mensaje global del texto, su sentido y su intención.

En este sentido, la comprensión lectora abarca desde la mera descodificación de un texto y su comprensión lingüística, hasta la interpretación y valoración personal que cada quien pueda aportar. De allí que una buena comprensión lectora nos permita responder tres preguntas fundamentales sobre el texto: qué leemos, para qué leemos y cómo leemos.

Comprensión en Filosofía

Según la Filosofía, como comprensión se conoce el modo en que aprehendemos los objetos de las ciencias humanas, como la Filosofía o la Psicología. Como tal, se opone a la explicación, que es la forma en que las ciencias naturales, como la Biología, la Química o la Física, proceden para aprehender sus objetos de estudio.

Comunicación No Verbal

La gestualidad aporta mucha información y varía por zonas geográficas y / o culturales. Los gestos son tan variados como las personas y hace falta mucho estudio y mucha práctica para leerlos seria y correctamente. Además, un mismo gesto no significa lo mismo en todas partes.

 En cualquier caso, es evidente que no es un tema menor para aquellos que deben usar la comunicación pública como una de sus herramientas de trabajo. El conocimiento del impacto de los propios gestos y el manejo deliberado de algunos de ellos aportarán ciertas ventajas a quien los controla.

El reconocido investigador ALBERT Mehrabian estableció -en un estudio publicado en 1969 y del que todavía se sigue discutiendo- los porcentajes que intervienen en el impacto de los mensajes:
  - Las palabras influyen en un 7%
 - La voz y el uso que hacemos de ella influye en un 38%
 - Los gestos y las señales que emitimos  influyen en un 55%

 Eso quiere decir que más de la mitad del efecto que van a producir nuestras palabras va a depender de nuestro lenguaje corporal y que si este no es coherente con lo que hemos dicho, lo que mandará será nuestra expresión y nuestros gestos.

¿Por qué todos procuramos hablar las cosas cara a cara, cuando les damos realmente importancia? Porque somos conscientes de la enorme dosis de información no verbal que nos transmitimos en los encuentros personales y que se pierde por el camino de los teléfonos, los correos y las telecomunicaciones.

 La comunicación efectiva se establece a partir de las sucesivas combinaciones de todos nuestros recursos expresivos.

 Puede parecer una pregunta superficial, pero es una pregunta necesaria e importante. Porque tiene consecuencias.


 Como vehículo de comunicación que es, hay que usar la indumentaria con sabiduría y decidir qué impresión queremos generar. Adaptación a la situación y al público es la clave. Lo mejor es la discreción, pero en línea con el contexto.  Hay que saber adaptarse a las circunstancias, excepto que prefiera vivir como un ermitaño.

Personalidad Histriónica


La gran finalidad de una persona histriónica es no pasar inadvertida, causar sensación allá por donde vaya. Depende en exceso de experimentar la vivencia de ser importante, pareciendo entonces que pueda tener una sólida autoestima, aunque esto no es así en tanto necesita reafirmarla con sus demandas constantes de atención. Es como los niños que se portan mal o que hacen "actuaciones" cantando o bailando con el único fin de atraer la atención de los adultos.

 Efectivamente, los histriónicos están obsesionados con llamar la atención, hasta el punto de que se encuentran aburridos cuando están solos y desmoralizados si no consiguen atraer el interés de los demás. Obviamente, están curtidos en estas artes y se las saben arreglar para provocar y conseguir sus intenciones: o bien buscan deliberadamente llamar la atención con sus gestos y forma de vestir inapropiada o seductora, o bien se muestran exagerados en su forma de hablar o en sus historias. 

Son expertos en la teatralidad, en la manera de convertir un hecho trivial en un acontecimiento enormemente relevante con sus tergiversaciones. "Inflan" las historias para así ganarse la atención de los demás, imprimiendo también entonaciones teatrales y una manera de relatar los hechos muy afectada. Como es lógico, la vida cotidiana de por sí no tiene los suficientes elementos como para llamar la atención de los interlocutores, por lo que el histriónico se ve obligado a distorsionar las cosas bien en su contenido o bien en la forma de relatarlas.

 Estos deseos de ser siempre el centro de interés, como si estuvieran en un gran escenario a oscuras con un foco iluminándoles, obedece a un temperamento muy extravertido, exageradamente sociable, con el que intentan satisfacer necesidades afectivas muy arraigadas. Atraer la atención de los demás les da una "vidilla" que les hace sentirse importantes, porque no sólo quieren ganarse a los otros para que se fijen en ellos, sino que también utilizan sus recursos para inflar su autoestima, de manera que pueden hacer creer a los demás que han hecho cosas meritorias o que conocen a personas famosas, por ejemplo.

Igualmente, una forma de garantizarse el interés de los demás puede ser, en ocasiones, siendo un auténtico "camaleón", es decir, siendo de diferentes maneras según las personas con las que se interactúe. Por ejemplo, con un aficionado a la música clásica, el histriónico puede mostrarse un apasionado de la ópera e incluso comprarse algún disco para escucharlo en casa; cuando hable con alguien que le gusta el vino hará creer que también es un aficionado a la enología, etc. 

Esta tendencia "camaleónica" para ser el foco de interés y ganarse a los demás puede llegar al extremo de que la persona ya no sepa claramente cómo es y qué gustos tiene, porque están supeditados a los de los demás; es decir, los histriónicos son individuos egocéntricos e incluso ególatras, pero que esconden también grandes inseguridades y que no tienen su autoestima consolidada, firme.

La necesidad afectiva y de atención que tiene el histriónico oculta también un gran egoísmo en los casos más importantes. Al histriónico, normalmente, sólo le importa él y está preocupado por sí mismo. Es muy sociable y le encanta estar rodeado de gente, pero para ser el centro de interés y despreocupándose de la vida de los demás. Si alguien está atravesando un mal momento no tiene gran importancia, salvo que pueda actuar haciéndose "el imprescindible" con esa persona. 

Suele ser también envidioso con aquellos que intentan eclipsarle y competir con él en su búsqueda de atención. 


Estas personas utilizan el sexo y el atractivo físico para atraer la atención de los demás, sobre todo de la gente del sexo opuesto (en caso de que el histriónico sea heterosexual, algo que no tiene por qué ser así como muchas veces vemos en la televisión). Se creen las personas más atractivas del mundo y no tienen reparos en ser provocativos e incluso inapropiados, pensando que los demás, realmente, están locos de deseo hacia ellas, cuando esto no tiene por qué ser así.

La Buena Onda


Caer bien es imprescindible para tener una buena relación con las demás personas. La buena onda hace que puedan surgir otra serie de sentimientos (compañerismo, amistad, amor...) por lo que es muy importante asegurarnos de que somos agradables a todo el mundo.


Hay una fórmula muy sencilla que nos permitirá tener este buen feeling con todos. Existe un procedimiento muy fácil para lograr esta buena onda. Podemos sin esfuerzo conseguir caer bien a todo el mundo, conseguir ser agradables a los ojos de los demás, lograr que los otros nos vean como personas cercanas y amigables.

Créeme que puedes conseguir todo esto sin ningún esfuerzo. Te aseguro que siguiendo este simple consejo vas a conseguir tener muy pocos enemigos, sino al contrario, vas a ser una persona popular y querida. No importa lo tímido o introvertido que seas, no importa la seguridad en tí mismo que tengas , no importa que pienses que no eres popular y querido. Con esta sencilla técnica, que está al alcance de todo el mundo (y eso te incluye a ti), nos aseguramos el mejorar nuestra imagen ante los demás, y caerle bien a todo el mundo.

Esa técnica es innata a algunas personas, pero para el resto se puede conseguir sin mucho esfuerzo. Es una fórmula tan simple y tan obvia que muchas veces pasa inadvertida a nuestros ojos, y sin embargo puede cambiar la percepción que los demás tienen de nosotros y nuestra relación con ellos.

¿Sabes cuál es esa "fórmula mágica"? Pues es tan simple como esto: SONREÍR

Así es. La sonrisa es la más poderosa de nuestras armas a la hora de causar buena impresión a los demás, a la hora de caerles bien, a la hora de generar buena onda con ellos. Sonreírle a los demás causa un hilo de empatía con ellos, provoca una sensación de buen rollo y de cercanía. Casi nadie profesa sentimientos negativos hacia alguien que le sonríe. Al contrario, ver a alguien que nos sonríe nos causa buena impresión, nos hace sentirnos confiados, cercanos, nos provoca sentimientos positivos  hacia esa persona que nos sonríe.

Una cosa importante para este concepto es que no se trata de poner una mueca forzada, una alegría fingida; no, ni mucho menos. Se trata de mostrar una sonrisa sincera, se trata de alegrarse uno ante cada persona que ves y trasmitirle y trasladarle esa alegría. Se trata comunicar a la otra persona tu amabilidad y tu disposición a la buena relación a través de tu sonrisa sincera.

Practica a menudo la sonrisa. Quizás al principio si no estás acostumbrado a sonreír, te sientas extraño. No te preocupes, piensa que estás agradando y siendo agradable a los demás, que ellos te lo van a agradecer. Practica con frecuencia, trata de estar sonriendo la mayor parte del tiempo, y pronto será algo innato a ti.

Puedes utilizar esta fórmula cuando quieras causar buena impresión, en una entrevista de trabajo, ante tus profesores o cuando vas a conocer a los padres de tu pareja. Pero también puedes (y deberías) hacerlo en TODAS las situaciones de la vida: sonríe al conductor del autobús , al portero de tu edificio o a la chica de la limpieza. Sonríe al tendero de la esquina, al camarero que te sirve una cerveza, o al chico hace gimnasia a tu derecha. Sonríe al guardia de tráfico, al vecino que te encuentras en el ascensor, o a la chica que te gusta y a la que no te gusta. Sonríe a todo el mundo.

Acostúmbrate a sonreír. No importa lo cansado que estés o que hayas tenido un mal día. Puede que estés distraído o enfadado. No importa. Acostúmbrate a sonreír a todos. Sonríe en todas las ocasiones. Sonríe en todos los momentos. La sonrisa es tu mejor arma. La sonrisa es tu carta de presentación. La sonrisa es tu imagen de cara al público. Tu sonrisa es lo que los demás van a ver de ti. Tu sonrisa eres tú.

La gente se agradará contigo. para ellos verte será como aire fresco. Una persona que siempre les sonríe, que siempre es amable y cercano con ellos. Serás alguien que cae bien, alguien con buena onda, alguien popular y querido. Y sin haber hecho ningún curso, ni esfuerzo.

Sentimientos Encontrados

La humana es una especie compleja, diversa y siempre en constante investigación. No todo está tan definido, o se sabe tanto como se quisiera, de las personas en sí, como sociedad y como individuos. A veces, se encuentran las zonas grises, esas que no se sabe bien cómo encasillarlas, o de qué forma reaccionar ante ellas. Y aquí es donde aparecen los sentimientos encontrados.

Sabes que X no te gusta, pero H sí. Y luego hay cosas en tu escala de “me gusta-no me gusta” que tienes en claro. Pero entonces viene T, que no es malo pero tampoco es bueno, o es bueno pero malo a la vez, o te gusta pero no te gusta... Porque no es algo del tipo blanco sobre negro. No tienes pautas para definir si te agrada o no, y por eso no sabes cómo sentirte al respecto.

Los sentimientos se clasifican en simples (interés, alegría, angustia, enojo, miedo, ansiedad, sorpresa y disgusto) y complejos. Los simples son universales e innatos, los complejos tienen elementos cognitivos, y pueden variar de cultura a cultura, o de persona a persona.

Imagina que has estado trabajando en algo por años. En principio te gustaba, y tu familia quería que lo lograses, pero con el tiempo las cosas se fueron complicando y terminó siendo una carga demasiado pesada. De golpe y porrazo, a ese algo se lo lleva un huracán y no hay forma de recuperarlo. Sientes alivio, tristeza, rabia, alegría, culpa, sorpresa... todo a la vez. Y no sabes qué es más fuerte de todo eso
.
A toda tu familia le gusta G, pero a ti no. No entiendes por qué: te han dicho toda la vida que debería gustarte, pero a tí, simplemente, no te agrada para nada. Y eso te genera sentimientos varios, a veces mezclados de forma tal que no sabes bien qué estás sintiendo, o si deberías de sentirte así. Lo mismo pasa cuando te gusta algo que te dicen que no deberías sentir.

Hay temas delicados, en los que algunas personas tienen fuertes opiniones, mientras que otras no se han definido (no es lo mismo si no les interesa). Analizando los pros y contras, o lo que dicen quienes apoyan y quienes se oponen, no sabes bien en dónde entra la moralidad o el “deber ser”: no hay instructivos claros, o los que hay no te parecen aplicables. No hay línea guía válida.

En psicología, se utiliza “disonancia cognitiva” para referirse a los sentimientos encontrados. Se refiere al estado psicológico de tener necesidades, pensamientos y deseos contradictorios. Es muy común cuando una persona a la que tenemos en muy alta estima hace cosas que consideramos repudiables o negativas.

En lengua común, a los sentimientos encontrados se los define como ambivalencia. Puede que seas una persona muy segura de ti misma, pero eso no te librará de tener sentimientos encontrados. Es algo que le sucederá a toda persona, porque cambias con cada día, aunque sea de forma casi imperceptible, y el mundo cambia a tu alrededor.

Antes las cosas eran distintas. Quizás te acostumbraste a tu vida, y luego apareció algo, o alguien, o salió a la luz algo que sucedía hacía mucho y llegó al punto de quiebre. ¿Qué te depara ahora? ¿Qué pasa si haces A pero no B, o viceversa? Cada opción tiene sus pros y sus contras, y no sabes cuál te gusta más. Estás en un punto en donde debes de elegir, o dejar que la gravedad te empuje hacia un lado, que puede no ser el que más te gustaría.


Que las drogas son malas, pero fumar marihuana es legal ahora. Que beber es malo, pero tus amistades te dicen que no se divierten sin un par de cervezas en el cuerpo. Que te ames como eres, pero que adelgaces, compres ropa incómoda y zapatos caros. Que la felicidad es tener hijos, pero luego no esperes poder hacer tu carrera, recibirte, o dormir. 

Todo esto genera sentimientos encontrados, porque la vida no es, ni de lejos, simple y sencilla como te la contaron.

miércoles, 8 de mayo de 2019

La Cultura Ciudadana


"Cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a los grupos humanos y que comprende, más allá de las artes y las letras, modos de vida, derechos humanos, sistemas de valores, tradiciones y creencias".

En otras palabras, cultura es todo lo que hacemos, es todo lo aprendido a través de la socialización, es el comportamiento que se refleja a través de las tradiciones, costumbres, idiosincrasia, etc. y que surge en la medida que las sociedades evolucionan; por lo tanto, es una expresión cambiante, a la vez que es interdependiente, es un reflejo de la estructura económica y permite a los individuos miembros de una sociedad diferenciarse de los ajenos, identificarse con los propios, llevando de esa manera a la formación de una conciencia individual y social. Es la manera total de vivir de un pueblo, el legado que el individuo recibe de un grupo.

Resumiendo todo lo anterior, la cultura es un lugar de encuentro que permite el diálogo con la diversidad, es, a su vez, un espacio de búsquedas colectivas y la formulación de un proyecto futuro para los grupos humanos.


Los Pies Sobre La Tierra



Frecuentemente escuchamos decir por todas partes que el destino del ser humano sería terrible sin los sueños, comúnmente argumentamos que todos tenemos derecho a soñar; y si bien esto es cierto, es necesario reflexionar un poco sobre la forma en que debemos plantearnos este “derecho al sueño”.

Pues bien, podríamos decir que todo comienza soñando, hasta ahí no hay ningún problema, pero lo cierto es que uno no puede vivir eternamente de los sueños, cuando estos se han prolongado durante demasiado tiempo, cuando son el ingrediente principal de nuestras vidas, comienzan a pesar.

En realidad la belleza de la imaginación humana es la previsión, es decir, la capacidad de pensar en el futuro y actuar de acuerdo a lo que vemos que ocurrirá en momentos posteriores a nuestro presente. En términos de los sueños, esto significa que la razón de su existencia es nuestra capacidad de transformarlos en realidad, los sueños no están ahí para que nos deleitemos con ellos, están para impulsarnos a actuar en su consecución.

Los sueños no son un placer, son un motivo, una necesidad, un deseo a cumplir; si se quedan por siempre almacenados en nuestras mentes para lo único que nos sirven es para sentir nostalgia por lo que no hemos podido convertir en realidad. La fantasía es como el premio de consolación ante la imposibilidad de fajarnos los pantalones e intentar, aún si fallamos, lograr aquellas cosas que imaginamos para nuestras vidas.

Pero llevar a la realidad lo que tenemos en nuestra mente requiere de mucho esfuerzo, es un reto administrado por nosotros mismos. En primer lugar es preciso poner los pies sobre la Tierra, ser honestos y omitir por un instante las fantasías narcisistas sobre nosotros, observarnos tal y como somos, con lo que nos gusta y con lo que detestamos, con lo que tenemos y con nuestras carencias; es preciso hablarnos con la verdad, pues deformando nuestra imagen y la del mundo que nos rodea lo único que conseguimos es una imposibilidad lógica en la consecución de nuestros fines, es decir, nos quedamos igual.

El trabajo de observación es quizá el más importante, pues sólo a través de este podemos descubrir las cosas que frecuentemente nos ocultamos por comodidad, pero la verdad tarde o temprano hace estragos en nuestra personalidad, así que nos obliga a verla, y entre más temprano mejor. Después de observar el trabajo debe estar dirigido a destruir aquellos ingredientes que poseemos y que no forman parte de nuestro sueño, de lo que queremos ser, y conseguir aquellos de los que carecemos pero son indispensables para nuestros planes.

Bien decían por ahí que cada día hay que ser lo que no somos, pero nos gustaría ser, entonces un día repentino las cosas habrán cambiado para siempre. Esto sugiere que los sueños son buenos como punto de partida, son los testigos del poder de nuestra imaginación, pero de ninguna forma son un estado estático en el que debemos detenernos, quizá valoramos muy poco al realismo, pero a decir verdad es sólo cuando nuestros sueños se han convertido en sucesos cuando el sosiego es realmente duradero.

Mejor Nos Callamos


Cuando en algún momento no expresamos lo que sentimos, o lo hacemos maquillándolo, el cuerpo, que no entiende la incoherencia, puede reaccionar con algún síntoma, poniendo en marcha un plan de acción para informarnos de las desventajas de ciertas decisiones. Esas desventajas se pueden llegar a transformar en lo que llamamos patologías o enfermedades.

El hecho de callarse o de no decir las cosas tal y como uno lo siente, a menudo se suele sustentar en criterios educativos, por diplomacia, por miedo a no poder afrontar las consecuencias, o para no hacer daño. En cualquiera de estos casos, dependiendo de la importancia de lo no expresado, el cuerpo humano ha desarrollado una estrategia de comunicación con su dueño que se ha dado en llamar enfermedad.

Una de las primeras dianas que se activa al callarse es la región de la garganta y cuello. 

Concretamente la faringe nos puede molestar por tragarnos algo que no nos ha gustado, y no hemos dicho nada al respecto, o por no conseguir algo que habríamos deseado tener a nuestro alcance. La mayoría de los dolores de garganta tienen poco que ver con coger frío o por la ingesta de bebidas frías, o cosas así que nos llevan contando. Aunque es cierto que un cambio brusco de temperatura sí puede ayudar a que se desencadenen este tipo de molestias, siempre y cuando vaya acompañado del conflicto que estoy mencionando. La sinceridad y la coherencia mantienen las defensas altas, por eso, si te quieres bañar en un mar de aguas frías, porque ése es tu deseo, es bastante improbable que enfermes.

La laringe, con sus cuerdas vocales, reacciona la mayoría de las veces regalándonos una afonía, no para molestar, sino para que nos demos cuenta de que los órganos entran en disfunción o se atrofian cuando no se utilizan.

“La faringe nos puede molestar por tragarnos algo que no nos ha gustado, o por no conseguir algo que habríamos deseado tener a nuestro alcance.”

La glándula tiroides responde con frecuencia ante conflictos de impotencia, cuando hay que hacer algo urgente y nos sentimos en soledad ante las responsabilidades. Esta glándula es la encargada de regular la velocidad del metabolismo celular; por eso reacciona ante estos conflictos con mayor o menor producción de hormonas, para adecuar al organismo a las necesidades del entorno. Se trata de un conflicto muy frecuente en las mujeres, dado que su capacidad ancestral para ocuparse de muchas actividades les ha generado una carga social que, hasta hace bien poco, estaba muy bien vista.

Si a eso añadimos su progresiva incorporación al mercado laboral, nos encontramos demasiadas mujeres que, al regresar del trabajo, se tienen que seguir ocupando de las tareas domésticas y de los asuntos importantes de los hijos, pese a que convivan con su pareja. Frases típicas que animan al organismo a enfermar de esta manera son: “-Pero, ¿cómo tienen esto así? Mira, mejor me callo. –La próxima vez, ¡Te vas a enterar!”(Y llega una próxima vez, y nadie se entera, porque no hay determinación).” –No voy a discutir, porque no sirve de nada.” “-El día que yo hable, vas a ver lo que es bueno.”

Hay que responsabilizarse de lo que se dice y de lo que no se dice; de lo que se hace y de lo que no se hace. Porque el cuerpo toma buena nota de ello, y en cuanto detecta alguna incoherencia, nos avisa.

Seguimos con los toques de atención que nos brinda nuestra naturaleza orgánica con el órgano de la visión. Éste se puede ver alterado cuando tu actitud frente a lo que haces o frente a lo que te proponen ves que no te gusta, pero no haces nada al respecto. 

Le haces tragar al ojo imágenes de una realidad que no aceptas, viviéndola en silencio.

Nadar Contra Corriente


Ser aceptado por los demás es una necesidad instintiva y profunda. Los seres humanos somos sociales por naturaleza, animosos de la integración en grupos interés y tristes por la marginación de los mismos. Cuando somos excluidos, dentro de lo más profundo de nuestro cerebro se activa una alerta milenaria. Sabemos que si estamos solos somos más vulnerables ante cualquier peligro que aceche.

De ahí nace también el miedo a ir en contra de la corriente. De ahí también nace la arriesgada tendencia a sumarnos a las masas sin que medie una reflexión previa. En principio, nos aterra quedar por fuera de la dinámica que adelantan los demás. Es como si fuera el anuncio de que podemos caer en el ostracismo y, con ello, vernos sometidos a riesgos más poderosos que nosotros mismos.

Pensar contra la corriente del tiempo es heroico; decirlo, una locura”.
-Eugene Ionesco-

Lo preocupante de este hecho es que hay momentos en que los que la gran corriente social va en contra de lo razonable o lo deseable. El ejemplo más evidente, que siempre es traído a colación, es el del nazismo. Muchos se sumaron a ese movimiento enfermo e inhumano, simplemente por miedo. 

Todos iban en esa dirección y, por más absurdo que fuera, para muchos fue mejor seguir la corriente que oponer resistencia.

Esto no solamente ocurre frente a los grandes hechos históricos. También hay un sinnúmero de situaciones cotidianas a las que podemos aplicar el mismo esquema. Sucede, por ejemplo, en los actos de acoso escolar. Aunque muchos saben que en el fondo constituyen una conducta reprobable, callan o se unen a los acosadores solo por no ir en contra de la corriente que impera. ¿Qué se puede decir de ese miedo? ¿Hay forma de conjurarlo?

El miedo a pensar y ser diferente a los demás
En cierta manera todos somos inducidos a crear un personaje que nos represente socialmente a nosotros mismos. Esto quiere decir que desde que nacemos alguien nos dice cómo debemos ser. Qué debemos hacer y qué no. De qué forma debemos comportarnos. No siempre, o más bien muchas veces, esto no coincide exactamente con lo que desearíamos ser o hacer.

Para entrar en la sociedad y en la cultura tenemos que “falsearnos” un poco. Debemos respetar la fila, aunque no queramos. O aprender a comer con cubiertos, así nos parezca inútil o muy complicado. Es el precio que debemos pagar por ser aceptados en un grupo humano. Por eso es que, en parte, cuando estamos en sociedad representamos uno o varios personajes.

¿Por qué terminamos aceptando esas reglas del juego? Simplemente porque, si no lo hacemos, recibimos a cambio un rechazo o una sanción. Los demás no están dispuestos a aceptar que hagamos lo que se nos venga en gana y suelen oponer una resistencia, sutil y poderosa, a cualquier postura diferente a la que defiende el grupo.

Nos ponen límites, que no siempre nos explican y no siempre entendemos. En principio, aprendemos a comportarnos de acuerdo con lo que dictan las normas de los demás, porque tenemos miedo del sufrimiento que nos ocasionaría no hacerlo.

Crecer es desarrollar la autonomía
Algunas personas nunca tienen la oportunidad de superar esta fase infantil. Cuando somos pequeños, mandan los adultos. Nos acostumbramos a obedecer, generalmente sin saber por qué. Lo bueno y lo malo nos es dado como un absoluto, frente a lo que nuestra opinión o deseo cuenta muy poco.

Crecer significa entender ese porqué de las normas, de los límites y las restricciones. También, decidir hasta qué punto esto se ajusta a nuestro deseo o no. Y luego, actuar en consecuencia. Para lograr todo esto es necesario que hayamos perdido el miedo a pensar por cuenta propia. Que hayamos explorado quiénes somos, independientemente del personaje que aprendimos a representar.

Al reconocernos como adultos también descubrimos que tenemos recursos para oponernos a aquello con lo que no estamos de acuerdo y nadar en contra de la corriente. Por supuesto, primero tenemos que saber con qué sí estamos de acuerdo. Eso forma nuestras convicciones y las convicciones son las que otorgan la fortaleza para ir en contra de la corriente si es necesario.


Lamentablemente, no siempre se completa ese proceso. A veces se elige no crecer. Es un trabajo arduo, que no solo demanda esfuerzo y constancia, sino también valor. No todos están dispuestos a recorrer ese sendero que lleva desde el personaje construido hasta el yo real. 

No todos quieren enfrentarse, cara a cara, con el miedo que da el hacerse capaz de ser uno mismo. Los que lo hacen ganan libertad. También ganan la posibilidad de diseñar su destino, a la medida de lo más real que llevan dentro de sí.

La Serenidad

La serenidad, se define como el valor que nos enseña a conservar la calma en medio de nuestras ocupaciones y problemas, es decir, hallar  la paz interna que nos insta a mostrarnos cordiales y amables con los demás. En situaciones difíciles es muy importante saber como mantener la calma.

Gracias a la serenidad podemos mantener un estado de ánimo apacible y sosegado – aún en las circunstancias más adversas -, nos facilita la búsqueda de soluciones adecuadas a nuestros problemas a través de la reflexión, sin engrandecerlos ni minimizarlos.

La serenidad implica saber enfrentarse a los contratiempos y  la adversidad, sin caer en la desesperación ni en la impaciencia sino manteniendo una actitud reflexiva que permita valorar y ver la magnitud del problema buscando soluciones desde la calma y la reflexión.

Las personas serenas se caracterizan por un mayor control de sus emociones. Estas persona no permiten que sus estados de ánimo o sus problemas afecten su trato para con los demás y procuran mantener siempre un trato cordial y tranquilo con quienes les rodean. 

Una persona serena no suele llevarse por sus sentimientos, intenta permanecer calmada el mayor tiempo posible, independientemente de que se trata de un momento o circunstancia que pudiera causar exaltación. Las personas serenas no suelen dejarse llevar por sus impulsos ni por la prisa. 

Procuran pensar siempre antes de actuar y sus actos son a consecuencia de pensamientos meditados y ponderados. Es por tanto que, las personas serenas poseen un gran dominio de sí mismas y también de su entorno, al tener una visión un tanto más objetiva respecto a lo que acontece.

Pero ¿qué es aquello que nos impide mantenernos serenos? Existen circunstancias o dificultades que nos dificultan la práctica de la serenidad. Algunas de estas pudieran ser:

El desconocimiento de nuestras limitaciones personales. Al no conocer dichas limitaciones o puntos débiles, somos presa fácil de la desesperación y el descontente. Al no poder distinguir los límites de nuestras habilidades los objetivos y metas que deseamos alcanzar nos resultarán imposible, lo que conllevará a la insatisfacción personal y se hará imposible mantenernos serenos.

Carecer de condiciones que nos permitan  meditar con tranquilidad problemas y preocupaciones personales.  Al no poder hacer, tampoco podremos poner en orden nuestros pensamientos, lo cual no solo nos hará perder la serenidad sino que promoverá el pensamiento errático y por ende se tomará decisiones apresuradas que conllevarán a acciones impulsivas o de las que nos arrepentiremos más tarde.

Intentar resolver los problemas de manera inmediata. La impaciencia es la que nos conduce a tomas decisiones impulsivas o erradas, sobre todo cuando los acontecimientos parecieran adquirir mayor duración si carecen de una pronta respuesta. Por ello, se debe tener en claro que hay cosas que no dependen de nosotros y por ende, la impaciencia no nos lleva a ningún lado.

Y entonces te preguntarás ¿Cómo puedo mantener la calma?

Antes que nada, debemos aprender a conocernos mejor. Pero no solo reconocer nuestras habilidades y fortalezas, sino estar conscientes de aquellas situaciones que nos hacen perder la calma. Si bien no podemos evitar estas situaciones siempre, al menos debemos comenzar a reconocer que son las que nos hacen perder la serenidad y armar una estrategia para saber cómo actuar.

Intenta anteponer sentimientos positivos ante los negativos.    Si no controlas tus pensamientos y permites que en tu cabeza afloren con cierta frecuencia todo tipo de ideas pesimistas y negativas, te sentirás mal en demasiadas ocasiones. Si controlas tu pensamiento, tu mente será tu mejor aliada. Si no eres capaz de controlar tu pensamiento, tu mente actuará como un despiadado enemigo que arrasará con tu serenidad.

Procurando un entorno ordenado y en compañía de la gente adecuada.  Una consecuencia de Rodearte De Gente Positiva, es estar lejos de situaciones conflictivas, tóxicas donde la gente negativa todo el tiempo está interviniendo. 

Este tipo de situaciones, siempre  repercuten en tu serenidad, por lo que no es nada saludable estar rodeado de gente negativa

Procura descanso físico y una buena alimentación.

La serenidad no es indiferencia ni postergación, sino que esta  implica tomar pausas, cesar la violencia, el descontrol y no entregarnos a los  arrebatos. Es un detenerse física y mentalmente a comprender la situación, con un pensamiento de aceptación hacia la vida, hacia los seres que nos rodean, sintiendo y sabiendo que seremos capaces de encontrar el camino adecuado.

La Disposición

Una buena disposición del ánimo facilita la relación armónica y afectuosa con las personas, al igual que padecer de una mala disposición del ánimo dificulta las relaciones con los demás. Y siendo ambas disposiciones del ánimo tan excepcionalmente importantes para bien o para mal, ¿cuál es la razón de no trabajar por la primera y por extinguir la segunda? Simplemente, porque no se nos ha dicho cómo hacerlo.

Una buena disposición del ánimo impacta en las funciones fisiológicas y mecánicas de nuestro cuerpo: nos sentimos ligeros, nos levantamos y sentamos con facilidad, sentimos gusto por el movimiento corporal, nuestros desplazamientos físicos denotan energía. En cambio, si nos encontramos en una mala disposición del ánimo, nuestro cuerpo lo sentimos pesado, no hay ligereza ni soltura en nuestros movimientos físicos, se nos impone una fuerte rigidez; sentimos incomodidad con nuestras reacciones físicas.

Nuestra mala disposición del ánimo se manifiesta en una languidez de nuestro espíritu. "La pereza, que es una languidez del alma, constituye un manantial inagotable del tedio", escribió Fenelón. 

La mala disposición del ánimo irremediablemente nos conduce al mal humor, la irritabilidad, y a una visión pesimista de la vida y del mundo. Sobre esto, Goethe escribió una reflexión apropiada al caso: "Sucede con el mal humor lo que con la pereza. Hay una especie de pereza a la cual propende nuestro cuerpo, lo que no impide que trabajemos con ardor y encontremos un verdadero placer en la actividad si conseguimos una vez hacernos superiores a esa propensión" (la propensión al mal humor).

La buena disposición de nuestro ánimo es hermana de la jovialidad, entendida como alegría y una apacibilidad de nuestro ánimo. Estamos joviales cuando vemos que nuestro mundo interior encaja con el mundo exterior, cuando no necesitamos de nada extraordinario para sentir elevado nuestro corazón. Nuestra jovialidad es como un imán que atrae hacia nosotros a muchas personas.

La mala disposición de ánimo es hermana de la tristeza y hermano del pesimismo. De hecho, cuando una persona padece ya de una crónica mala disposición de ánimo, al saludarla con la mano o con un abrazo, sentimos que nuestra energía se vacía. Y en cambio, cuando saludamos a una persona con una buena disposición de ánimo, conservamos nuestra energía, o bien, la incrementamos.

Es absolutamente cierto que un ánimo triste y abatido entorpece las funciones fisiológicas del cuerpo, y es cierto también que la actividad física ligera modifica increíblemente, para bien, el ánimo abatido de una persona
.
La persona triste y pesimista tiene estropeada la visión de sí misma y del mundo. Por lo general, se mete en su concha y no quiere salir de ella. El mundo le parece difícil y siente que no embona en él. 

Todo lo ve negro, complicado, y no se siente capaz de hacer lo que quiere. Se esconde en la resignación y renuncia a los placeres de la vida, los que le parecen inalcanzables. Uno de los rasgos dominantes de estas personas consiste en que se sienten depositarias del dolor, como si fueran las únicas que sufrieran en el mundo; por ello, no son solidarias con nadie, pues nada tiene que compartir, y sí en cambio sienten que son los demás quienes deben acudir en su ayuda.

Para Critilo, la persona jovial se siente con ganas para hacer las cosas, y goza de la íntima seguridad de que puede lograr muchos objetivos que se proponga. En cambio, quien padece de un ánimo triste y pesimista siente en su interior que no puede hacer lo que quiere. Por esto, no le dan ganas de actuar ni de vivir plenamente.

La gana es el deseo, la propensión y la inclinación hacia una cosa. Hacemos algo con ganas cuando actuamos con diligencia y esfuerzo. Y la desgana es todo lo contrario. La persona jovial tiene ganas para muchas cosas, y la persona con desgana carece de apetito por la vida, y por ello, no quiere salir de su coraza.

No es fácil que una persona con mala disposición de su ánimo pueda dejar la tristeza y el pesimismo como forma de vida. Pero no es cierto, tampoco, que estas personas en muy corto tiempo no puedan lograr extinguir ésta perniciosa disposición de su ánimo.

Por lo general, la persona triste y pesimista no se ha dado cuenta de que sus males radican, fundamentalmente, en tres equivocadas distorsiones: a) creen que son incompetentes por naturaleza y que no pueden hacer lo que quiere; b) que el mundo que los rodea no le puede proporcionar lo que necesita, pues su mundo lo ve raquítico y pobre; y c) que su futuro nada tiene que ofrecerle.


Estas tres suposiciones son falsas, por supuesto.

El Mal De La Ingratitud


Veamos que es la ingratitud. La definición de diferentes diccionarios de la lengua castellana acerca de la palabra INGRATITUD, es coincidente y su significado es: «Olvido o desprecio de los beneficios recibidos».  Cuantas veces  nos topamos con personas ingratas que pueden ser de la familia o extraños a los que consideramos amigos o simplemente por «causalidad» debimos hacer algo por ellos dando todo con el «corazón en la mano».  

Y es preocupante: hoy en día es muy común encontrarnos con mil y una ingratitudes de la gente de las que tal vez  ya  has sufrido algunas; te preguntaras  ¿en que falle? Y no encuentres la respuesta y sé no la encontraras ya que no fue cosa tuya sino del que olvido los favores que les diste.

«A cierto lobo glotón se le atravesó un hueso en la garganta mientras comía. Viéndose en semejante apuro, rogó con mil promesas a una cigüeña que se lo extrajera.

Oye- le dijo- tú que tienes un pico tan largo, bien podrías quitarme este hueso que me ahoga. Hazlo por favor, que yo recompensaré tu servicio. Enternecida la cigüeña por los ruegos del lobo y confiada en sus promesas, le sacó el hueso con suma habilidad; y luego, terminada la operación, le pidió el pago de sus servicios, a lo cual, el lobo mostrándole los dientes contestó:¡Cuán necia eres! Después de que he tenido tu cabeza entre mis dientes ¿Aún me pides premio mayor que el perdonarte la vida y dejarte libre para contar que pusiste tu vida entre mis dientes? Ante la insólita respuesta, para evitar mayores desengaños, se marchó la cigüeña sin decir nada»   ¿Lo ve?… La ingratitud es la insensibilidad a los favores recibidos.

Es la amnesia del corazón. Es inútil esperar bien de los malvados, ellos nunca corresponden a los favores recibidos. Por más miel y leche que usted diera a las víboras, veneno solamente le escupirán.  ¿Quién no ha sido pagado con ingratitud? El que no sepa de ingratitudes poco bien habrá hecho en la vida. Pero bueno, ¿qué importa la ingratitud de los hombres?

Al fin y al cabo, al servir, uno solo trata de hacer el bien y no de colocar fondos ni de recibir recompensas. Es preferible crear ingratos que dejar de hacer el bien. Además, el mal pago añade mérito a las buenas obras. Quien sirve y sabe dar ayuda… conocerá a veces la ingratitud pero también la emoción de dar. Y siempre se encontrará gente noble y agradecida.


Sé que no todos te corresponderán mal, también hay mucha gente que te agradece y valora tus esfuerzos y los premia de diversas maneras, eso hace que tu corazón se sienta complacido, sentir la satisfacción de que ayudaste a alguien cuando más te necesito es algo que debes llevar siempre contigo. Trae alegría, regocijo y paz a tu interior.

Ser Y Hacer


En la sociedad actual tenemos tendencia a ir con el piloto automático encendido y con las prisas como si fuera un vestido que nos ponemos al levantarnos por la mañana. En esa manera de funcionar más automática y alejada de la escucha interior, entran el conflicto el hacer y el ser. 

Mientras se nos enseña a ser productivos y a estar ocupados, nos distanciamos de nuestros verdaderos deseos y necesidades. Esto genera que nos creemos una falsa máscara que define quienes somos desde lo que hacemos o dejamos de hacer. 

En este artículo vamos a aclarar conceptos y ayudarte a que puedas entender y diferenciar si vives tu vida desde el «modo hacer» o el «modo ser». Así podrás tomar consciencia y empezar a cambiar si así lo deseas. Vamos a ello.

¿Dónde aprendemos a «hacer» o a «ser»?

A menudo el malestar aparece cuando los mandatos externos (mensajes familiares,  sociedad, etc) y tus deseos internos no están de acuerdo. Aunque es complicado cambiar, no es imposible, ya que desde pequeños se ha premiado el hacer y se relaciona con el que los padres estén contentos con el hijo.

Por ejemplo. “Si haces caso, conseguirás esto”. “Si sacas buenas notas, conseguirás esto”
 Como consecuencia, si el hijo no cumple con su obligación, no se sentirá merecedor de amor.

«Nuestra vida expresa el resultado de nuestros pensamientos dominantes». –                                  Soren Kierkegaard-

Como la mayoría de situaciones que ocurren en la infancia, va a tener unos efectos en el futuro. Puede ser que en la infancia, fuera la voz de tus padres  la que te invitaba a “hacer”, pero ahora que eres un adulto responsable y autónomo eres tu quien te exiges hacer más para parecer alguien. 

¿Qué significa el «modo hacer”?
El modo hacer se distingue porque no para nunca. Se da cuando entras en piloto automático funcionando con actos que te alejan y te desconectan de tus propias necesidades y deseos. El «modo hacer» busca reconocimiento por sus acciones. 

Por ejemplo, si piensas “haré otro máster, y así seré mejor profesional”. Quizá tendrás más conocimientos pero no serás mejor profesional ni persona por hacer o tener más. Es por eso que el «modo hacer» tiene trampa, pues nunca termina. 

El hecho de centrarte en lo superficial y en lo material te distancia de lo importante y sobretodo de lo que está en tus manos, como es el trabajo personal y emocional. Además, las acciones son infinitas y nunca serán suficientes para ti, porque la diferencia está en el ser, no en el hacer.

¿Qué significa el “modo ser”?
El modo ser, pasa por escuchar lo que necesitas a nivel físico, emocional y mental. Tiene que ver con hacer caso a tu cuerpo, tus emociones y pensamientos. Cuando nos conectamos desde el ser, damos espacio a entrar en contacto con nuestro corazón.

Por ejemplo, Ir a zumba. Si lo enfocas desde el “hacer” quizá hoy es martes y te toca, si lo enfocas desde el “ser”, te apetece porque necesitas descargar energía, porque te quieres regalar ese momento, porque quieres bailar y sentirte libre…

El hecho de tomar las decisiones desde el ser hace que lo hagas desde tu necesidad personal, no por el mero hecho de complacer al otro o de recibir su atención. Es entonces, cuando te puedes sentir pleno y en el momento presente. De la otra manera, sólo estás en el futuro, haciendo listas infinitas. 
Identifica en qué modo estás: ¿hacer o ser?

Las personas que enfocan su vida desde el “hacer” probablemente el resultado sea más visible, 
porque son personas ambiciosas que han querido hacer más y han llegado a puestos de trabajo altos. Pero a veces, el constante hacer no les ha permitido parar y respirar, sentir y escucharse.

Las personas que enfocan su vida desde el “ser”, al estar más conectados con sus deseos y sus necesidades las acciones que tengan lugar tendrán coherencia ya que estarán en sintonía con el deseo y el movimiento que se hará.


Si actuamos de manera consciente, el “hacer” es positivo, ya que nos permite planificar, organizar tareas, tomar decisiones pero si lo hacemos en modo automático nos desconecta de la intención del momento. Siempre respetando nuestras pausas y ritmos, sino hay riesgo de que volvamos al piloto automático.