Inteligencia
EMOCIONAL: Aprender A Vivir Las Emociones
La mayor
parte de las habilidades para conseguir una vida satisfactoria son de carácter
emocional, no intelectual
Hemos
aprendido desde pequeños que el sentimentalismo (así se ha llamado al hábito de
sentir a flor de piel las emociones y a mostrar en público esa forma de
interpretar las vivencias) era propio de personas débiles, inmaduras, con
déficit de autocontrol. Además, se ha extendido en nuestro imaginario colectivo
el lugar común, machista como pocos, de que las emociones o -más aún- el
llanto, pertenecen al ámbito de lo femenino. Sin embargo, todo evoluciona y va
ganando terreno la convicción de que vivir las emociones es un elemento
insustituible en la maduración personal y en el desarrollo de la inteligencia.
Tenemos muy
en cuenta nuestro espacio intelectual y no sólo le hemos dedicado tiempo y
esfuerzo, sino que incluso la valoración que hacemos de una persona pasa, en
buena medida, por sus conocimientos y habilidades intelectuales. Desde la
educación, tanto reglada como no académica, se nos ha motivado para que
saquemos el máximo partido a nuestros recursos intelectuales.
Nadie
discute la necesidad de adquirir conocimientos técnicos y culturales para
prepararnos (y reciclarnos) para la vida profesional, pero en una equivocada
estrategia de prioridades olvidamos a veces la importancia de educarnos para la
vida emocional. Aprender a vivir es aprender a observar, analizar, recabar y
utilizar el saber que vamos acumulando con el paso del tiempo.
Pero
convertirnos en personas maduras, equilibradas, responsables y, por qué no
decirlo, felices en la medida de lo posible, nos exige también saber
distinguir, describir y atender los sentimientos. Y eso significa
contextualizarlos, jerarquizarlos, interpretarlos y asumirlos. Porque
cualquiera de nuestras reflexiones o actos en un momento determinado pueden
verse "contaminados" por nuestro estado de ánimo e interferir
negativamente en la resolución de un conflicto o en una decisión que tenemos
que tomar.
Una habilidad
muy especial
Mimar nuestro
momento emocional, aprender a expresar los sentimientos sin agresividad y sin
culpabilizar a nadie, ponerles nombre, atenderlos y saber cómo descargarlos, es
uno de los ejes de interpretación de lo que nos ocurre.
Cada vez que dudamos
ante una decisión, que nos proponemos comprender una situación, no hacemos
estas operaciones como lo haría un ordenador o cualquier otro ingenio de
inteligencia artificial, sino que ponemos en juego, traemos a colación, todo
nuestro bagaje personal (incluyendo lo que nos ha podido pasar hace un rato o
unas horas) y el pesado fardo de nuestra herencia cultural. De ahí que vivir
nuestras emociones es una habilidad relacional que nos capacita como seres que
se desarrollan en un contexto social.
Sólo cuando conectamos con nuestros
sentimientos, los atendemos y jerarquizamos, somos capaces de empatizar con los
sentimientos y circunstancias de los demás. No es más inteligente quien obtiene
mejores calificaciones en sus estudios, sino quien pone en práctica habilidades
que le ayudan a vivir en armonía consigo mismo y con su entorno.
La mayor parte
de las habilidades para conseguir una vida satisfactoria son de carácter
emocional, no intelectual. Los profesionales más brillantes no son los que
tienen el mejor expediente académico, sino los que han sabido "buscarse la
vida" y exprimir al máximo sus habilidades.
Aprender a desarrollar la
inteligencia emocional
Esta sociedad de las "buenas maneras" y el control social han hecho de nosotros auténticos robots de las apariencias. En la Universidad de Málaga los doctores Fernández Berrocal y Extremera han abordado la inteligencia emocional como la habilidad (esencial) de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos adecuadamente y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás.
Esta sociedad de las "buenas maneras" y el control social han hecho de nosotros auténticos robots de las apariencias. En la Universidad de Málaga los doctores Fernández Berrocal y Extremera han abordado la inteligencia emocional como la habilidad (esencial) de las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos adecuadamente y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás.
En la inteligencia emocional se contemplan
cuatro componentes:
Percepción y expresión emocional.
Se trata de reconocer de manera consciente qué emociones tenemos, identificar
qué sentimos y ser capaces de verbalizarlas.
Una buena percepción significa
saber interpretar nuestros sentimientos y vivirlos adecuadamente, lo que nos
permitirá estar más preparados para controlarlos y no dejarnos arrastrar por
los impulsos.
Facilitación emocional, o capacidad para producir sentimientos que acompañen
nuestros pensamientos. Si las emociones se ponen al servicio del pensamiento
nos ayudan a tomar mejor las decisiones y a razonar de forma más inteligente.
El cómo nos sentimos va a influir decisivamente en nuestros pensamientos y en
nuestra capacidad de deducción lógica.
Comprensión emocional. Hace referencia a entender lo que nos pasa a nivel emocional, integrarlo en nuestro pensamiento y ser conscientes de la complejidad de los cambios emocionales. Para entender los sentimientos de los demás, hay que entender los propios. Cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué cosas, personas o situaciones nos causan determinados sentimientos, qué pensamientos generan las diversas emociones, cómo nos afectan y qué consecuencias y reacciones propician.
Empatizar supone sintonizar, ponerse en
el lugar del otro, ser consciente de sus sentimientos. Hay personas que no
entienden a los demás no por falta de inteligencia, sino porque no han vivido
experiencias emocionales o no han sabido gestionarlas. Quién no ha
experimentado la ruptura de pareja o el sentimiento de orfandad por la pérdida
de un ser querido, es difícil que se haga cargo de lo que sufren quienes pasan
por esa situación. Incluso cuando se han vivido por experiencias de ese tipo,
si no se ha hecho el esfuerzo de vivirlas de manera explícita aceptándolas e
integrándolas, no estarán suficientemente capacitados para la comprensión
emocional inteligente.
Regulación emocional, o capacidad para dirigir y manejar las emociones de una forma eficaz. Es la capacidad de evitar respuestas incontroladas en situaciones de ira, provocación o miedo. Supone también percibir nuestro estado afectivo sin dejarnos arrollar por él, de manera que no obstaculice nuestra forma de razonar y podamos tomar decisiones de acuerdo con nuestros valores y las normas sociales y culturales.
Estas cuatro habilidades están
ligadas entre sí en la medida en que es necesario ser conscientes de cuáles son
nuestras emociones si queremos vivirlas adecuadamente.