No hay persona que no conozca el desasosiego y asimismo la
vivencia de la angustia. El desasosiego es una sensación de agitación,
incertidumbre, impaciencia, temor difuso, ansiedad o zozobra.
Toda persona experimenta desasosiego cuando algo no acontece
como esperaba, cuando hay un estímulo que se interpreta como amenazante o
cuando hay que atajar una situación dificil o soportar una circunstancia
desfavorable; pero además el desasosiego asalta muchas veces a la persona sin
causa aparente, simplemente porque se desencadena en ella de repente o incluso
en los momentos o situaciones más inesperados. ¿Por qué? Puede haber en tales
instantes causas químicas incluso, pero más generalmente se debe a que la
persona no está totalmente armonizada y de repente surge esa sensación
desagradable.
Como la fiebre es al cuerpo, la ansiedad es al alma. Una y otra
son síntomas y nos avisan de que algo no opera adecuadamente, sea en el cuerpo
o en la mente.
A veces las causas se pueden descubrir, pero otras se nos
escapan. Pero de lo que no hay duda es que el desasosiego nace unas veces de
nuestro núcleo interior de caos y confusión, y otras como una reacción asociada
al temor, la inseguridad, el sentimiento de frustración o fracaso, la incertidumbre o a
otros innumerables factores tanto externos como internos.
Lo que es cierto es
que el desasosiego se manifiesta más en la persona menos madura e integrada psíquicamente,
más inestable y menos segura de sus propios recursos internos. A veces se
presenta como ansiedad y admite muy diversos grados de intensidad, desde una
leve inquietud a una incontrolada angustia.
Una sociedad como la nuestra es caldo de cultivo para el
desasosiego, la incertidumbre, el miedo y la zozobra. La gran mayoría de las
personas no disfruta de una verdadera y enriquecedora vivencia de serenidad y
están, sin percatarse muchas veces de ello, desasosegadas, viviendo una
sensación de ansiedad a
la que aparentemente se habitúan, pero que interiormente las va minando o por
lo menos les quita la grata vivencia de la paz interior y la inspiradora
serenidad.
Otras están tan estresadas y dan tan poco tiempo a su ser
interior, que están muy distantes de la verdadera tranquilidad y se hallan
inmersas en un escenario continuado de inquietud, ansiedad, impaciencia,
apresuramiento, autoexigencias y disipación de sus mejores energías, lo que
pueda producir psicastenia, debilidad psicosomática, angustia y apatía.
Nos será de gran
utilidad en este sentido practicar con alguna asiduidad la meditación y tratar de estar más atentos, sosegados y lúcidos en la vida
diaria.
Como decían los antiguos sabios de la India, nada hay que pague un
instante de paz, y es en la serenidad donde se hace escuchar la voz de nuestro
yo más profundo. La conquista de la serenidad debe ser una de nuestras más destacadas
prioridades.
Ganamos la serenidad para nosotros y la compartimos con los demás.
Si algo necesita este mundo convulso es serenidad, porque de la misma nace la
lucidez y de la lucidez la compasión.
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