Todos los seres humanos tenemos
una identidad. Este es un tema del que oímos hablar a menudo y presenta tantas
facetas como la personalidad de ser humano que responde a una multiplicidad de
factores.
Todos tenemos un nombre y un
apellido. El nombre representa "aquello que es mío"; el apellido,
"aquello que recibí por herencia". Cuando una persona logra
comprender que es la sumatoria de ambas cosas y es capaz de reconocerse como un
todo, entonces sabe al fin quién es.
Pero en el camino que nos conduce
a conocer quiénes somos pueden surgir luchas internas que es menester
enfrentar.
Por caso, soy Bernardo pero no
quiero ser Stamateas. Con esta actitud, estoy rechazando lo que me
transmitieron mis antepasados, llámese abuelos y padres. Entonces me rebelaré y
haré todo lo contrario de lo que aprendí de ellos,
tomando mi propio camino. Esta
postura es muy común en la adolescencia.
Soy Stamateas pero no quiero ser
Bernardo. Por temor a realizar mis propias elecciones y equivocarme, me refugio
en mi familia y cumplo a rajatabla sus mandatos, sin cuestionar nada.
Por momentos soy Bernardo y por
momentos, Stamateas. No tengo bien en claro qué es lo que yo construí y qué
pertenece a mi familia. En esta última situación, los límites se han
desdibujado.
La realidad es que soy una
síntesis de ambos mundos. No necesito copiar a nadie ni oponerme totalmente a
lo que he recibido de mis familiares. Puedo tomar lo que me sirve de esa
herencia y agregarle mi impronta personal, aquello que yo elijo sin
imposiciones externas, para construir algo único: mi "yo".
He escuchado a muchas personas
declarar: "Yo soy así y no puedo cambiar". Lo cierto es que todos
somos una mezcla de lo heredado y de lo aprendido. Por ejemplo, no podemos
cambiar nuestro aspecto físico, al menos los rasgos principales, pero sí somos
capaces de modificar y mejorar nuestra conducta cuando somos conscientes de
ésta. Podemos mejorarnos cada día para superarnos a nosotros mismos.
Todo el mundo, independientemente
de su lugar de origen, tiene estilos diferentes de funcionar. Hay personas
hiperactivas que hacen muchas cosas en el día, y otras que se dedican a unas
pocas actividades cotidianas. Lo importante no es que hagas 100 o cinco cosas,
sino que aquello que hagas sea con excelencia. La famosa navaja de nacionalidad
suiza incluye varias herramientas (tijera, cuchillo, abrelatas, destornillador...).
Todas están incluidas en el mismo instrumento pero cada una posee una función
distinta y conforma la navaja.
Muchos viven comparándose con los
demás pero uno es bueno por definición. La comparación solamente sirve si es
útil para crecer y mejorar.
Copiar lo bueno del otro es una señal de madurez,
lo cual no significa imitarlo.
La imitación es un rasgo común
entre los adolescentes porque ellos están construyendo su identidad y en esa
etapa de sus vidas no saben bien quiénes son. Pero esa conducta debería
desaparecer en la adultez, una vez que la persona ha desarrollado su autonomía
y fortalecido su autoestima. Algo que no siempre ocurre.
Aquel que compite con los demás
va en busca de aprobación, la que no recibió de niño; aquel que compite consigo
mismo sabe quién es y persigue la grandeza.
No procuremos ser mejores que
otros, sino superarnos a nosotros mismos, lo cual consiste en extraer de
nuestro interior todo el potencial que aún no ha visto la luz.
Tomemos
seriamente el deseo de mejorarnos cada día y afianzar nuestro ser.
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