sábado, 3 de marzo de 2018

Identidad


Todos los seres humanos tenemos una identidad. Este es un tema del que oímos hablar a menudo y presenta tantas facetas como la personalidad de ser humano que responde a una multiplicidad de factores.

Todos tenemos un nombre y un apellido. El nombre representa "aquello que es mío"; el apellido, "aquello que recibí por herencia". Cuando una persona logra comprender que es la sumatoria de ambas cosas y es capaz de reconocerse como un todo, entonces sabe al fin quién es.

Pero en el camino que nos conduce a conocer quiénes somos pueden surgir luchas internas que es menester enfrentar.

Por caso, soy Bernardo pero no quiero ser Stamateas. Con esta actitud, estoy rechazando lo que me transmitieron mis antepasados, llámese abuelos y padres. Entonces me rebelaré y haré todo lo contrario de lo que aprendí de ellos, 
tomando mi propio camino. Esta postura es muy común en la adolescencia.

Soy Stamateas pero no quiero ser Bernardo. Por temor a realizar mis propias elecciones y equivocarme, me refugio en mi familia y cumplo a rajatabla sus mandatos, sin cuestionar nada.

Por momentos soy Bernardo y por momentos, Stamateas. No tengo bien en claro qué es lo que yo construí y qué pertenece a mi familia. En esta última situación, los límites se han desdibujado.

La realidad es que soy una síntesis de ambos mundos. No necesito copiar a nadie ni oponerme totalmente a lo que he recibido de mis familiares. Puedo tomar lo que me sirve de esa herencia y agregarle mi impronta personal, aquello que yo elijo sin imposiciones externas, para construir algo único: mi "yo".

He escuchado a muchas personas declarar: "Yo soy así y no puedo cambiar". Lo cierto es que todos somos una mezcla de lo heredado y de lo aprendido. Por ejemplo, no podemos cambiar nuestro aspecto físico, al menos los rasgos principales, pero sí somos capaces de modificar y mejorar nuestra conducta cuando somos conscientes de ésta. Podemos mejorarnos cada día para superarnos a nosotros mismos.

Todo el mundo, independientemente de su lugar de origen, tiene estilos diferentes de funcionar. Hay personas hiperactivas que hacen muchas cosas en el día, y otras que se dedican a unas pocas actividades cotidianas. Lo importante no es que hagas 100 o cinco cosas, sino que aquello que hagas sea con excelencia. La famosa navaja de nacionalidad suiza incluye varias herramientas (tijera, cuchillo, abrelatas, destornillador...). Todas están incluidas en el mismo instrumento pero cada una posee una función distinta y conforma la navaja.

Muchos viven comparándose con los demás pero uno es bueno por definición. La comparación solamente sirve si es útil para crecer y mejorar. 
Copiar lo bueno del otro es una señal de madurez, lo cual no significa imitarlo.

La imitación es un rasgo común entre los adolescentes porque ellos están construyendo su identidad y en esa etapa de sus vidas no saben bien quiénes son. Pero esa conducta debería desaparecer en la adultez, una vez que la persona ha desarrollado su autonomía y fortalecido su autoestima. Algo que no siempre ocurre.

Aquel que compite con los demás va en busca de aprobación, la que no recibió de niño; aquel que compite consigo mismo sabe quién es y persigue la grandeza.
No procuremos ser mejores que otros, sino superarnos a nosotros mismos, lo cual consiste en extraer de nuestro interior todo el potencial que aún no ha visto la luz. 

Tomemos seriamente el deseo de mejorarnos cada día y afianzar nuestro ser.


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