Filosofar
es pensar. Pero ¿qué es pensar? Pensar es como decía el maestro de filosofía
José Ortega y Gasset, una tarea, algo que el ser humano hace por algo y para
algo, una ocupación y no sólo algo que en él pasa. La mente del ser humano
intenta por distintos caminos saber a qué atenerse respecto al mundo y a sí
mismo. Uno de esos caminos es el saber filosófico.
El pensar en forma filosófica, es como señala Gramsci, un
método intelectual, que pretende formarse una concepción coherente del mundo,
que no sea fragmentaria, inconexa, acrítica, ocasional y dispersa,
compuesta de fragmentos de diversas concepciones, con frecuencia
contradictorias.
Pensar, razonar correctamente es una habilidad que suele
llamarse “lógica como arte”, nos dice la filósofa Adela Cortina. Se trata de
tener un razonamiento en que las personas establezcan relaciones lógicas de
causa y efecto, que incorpore operaciones como la deducción, la inducción, la
síntesis, que analice la interconexión dialéctica de los hechos.
Pensar es una
actividad que pretende desarrollar el sentido del razonamiento lógico, la
capacidad crítica, el análisis, la curiosidad que no respeta dogmas ni
ocultamiento. Pensar es fomentar el uso de la razón: para observar, abstraer,
deducir, para obtener una visión de conjunto ante el panorama del saber. Así
como sensibilizarse, para apreciar las más bellas realizaciones del espíritu
humano;
motivado por el entusiasmo, la pasión, el amor al conocimiento, como
afirma F. Savater en su libro “El valor de educar”.
Pensar
es filosofar. La filosofía es en su origen histórico y etimológico: ”amor a la
sabiduría”, “philos”- “sophia”.
Adela Cortina nos recuerda que la filosofía occidental nace
en Grecia, concretamente en Mileto (Asia Menor), en el siglo VI a.C. En textos
de Heródoto, Tucídides y Heráclito aparecen términos relacionados con el
“filosofar”, (hos philosopheón) en conexión con otros como “sabiduría”
(sophie).
El filósofo, el pensador, aspira al saber, gracias a esta
actitud se pone en marcha un motor impulsado por el sentimiento de amor,
admiración y gusto por el conocimiento. Como lo ilustra un historiador de la
antigüedad con las siguientes palabras con las que Creso saluda a Solón: “Han
llegado hasta nosotros muchas noticias tuyas, tanto de tu sabiduría como de tus
viajes, y de que, movido por el gusto del saber, has recorrido muchos países
para examinarlos”.
La admiración, el asombro, se produce ante un mundo que
plantea toda suerte de interrogantes. Aristóteles dice que: ”los hombres
comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración, al
principio admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego,
avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores…”.
Adoptar ante el universo la actitud descrita da lugar al
saber filosófico: la filosofía se caracteriza por ser un amor a la sabiduría,
una aspiración al conocimiento motivada por la admiración.
La admiración era definida por el filósofo Descartes como
asombro, descubrimiento, conocimiento emocionante: “la súbita sorpresa del alma
que la lleva a considerar con atención los objetos que le parecen raros o
extraordinarios”.
El filósofo Bertrand Russell nos dice que el conocimiento en
sus inicios fue debido a hombres que tenían amor al universo. Percibían la
belleza de las estrellas y del mar, de los vientos y de las montañas. Porque
amaban todas esas cosas, sus pensamientos se ocupaban de ellas y deseaban
entenderlas más íntimamente que lo que la mera contemplación exterior hacía
posible.
“El mundo- decía Heráclito- es un fuego siempre vivo”. Los filósofos
griegos sintieron una gran inclinación hacía el conocimiento, percibían la
extraña belleza del mundo, eran hombres de un intelecto titánico y de una
intensa pasión.
La pasión por saber, por entender el mundo y el deseo de
transformarlo para el mejoramiento de la humanidad, son grandes motores que
impulsan el avance del conocimiento.