La vida continuamente nos da
la oportunidad de conocernos, entendernos y crecer; ya sea por medio de
situaciones, experiencias y personas; o por medio de nuestro cuerpo. Todas
nuestras vivencias nos ofrecen la oportunidad de interiorizarlas.
Desafortunadamente, lejos de tomar dicha oportunidad para nuestro desarrollo
personal, nos pasamos la vida huyendo al enfrentamiento de lo que acontece en
nuestras vidas.
Sabemos por experiencia que los hechos mentales se suscitan
conjuntamente con hechos físicos, es decir, hay un determinado paralelismo
entre unos y otros. Nuestra mente tiene el poder de materializar todo aquello
que en ella se genera. Cada idea que pensamos, nos da la posibilidad de moldear
cada aspecto de nuestra vida.
Sin lugar a dudas, nuestras
emociones son parte integral de nuestro pensamiento, y por ello, repercuten en
nuestra “vida física”. Estas emociones y sus consecuencias pueden ser positivas
o negativas, según nuestra perspectiva y el manejo que de ellas hagamos. Las
emociones positivas como el amor, la alegría, la amistad, etc. son las que
ayudan a tener buena salud. En contraste, las emociones negativas como el
resentimiento, la culpa, el enojo, etc. producirán malestares y nos harán más
propensos a las enfermedades.
Por otro lado, nuestros
pensamientos, creencias y actitudes rigen nuestro devenir, y con frecuencia no
alcanzamos a entender ni imaginar las dimensiones de esto. Todo lo que hay en
nuestra vida, es y será consecuencia de nuestras acciones pasadas o presentes,
de lo que hacemos o dejamos de hacer.
Como ya hemos mencionado, una de las acciones que muy
comúnmente tendemos a realizar es, huir del dolor, no sólo del emocional, sino
también del físico. La medicina actual ofrece un remedio para todo y para
todos; pastillas para el dolor de cabeza, para el insomnio, el control de peso,
etc.
Diariamente se anuncian en televisión los “productos milagro”, que
prometen acabar con todos nuestros males sin hacer esfuerzo alguno. Pero,
¿acaso sentir es malo? Sentir nos dice que estamos vivos, que hay algo (bueno o
malo) que atender. El problema es que estamos sumergidos en el estrés cotidiano
y buscamos la solución más rápida, acabar con el síntoma para poder continuar.
Vemos el síntoma y no la razón por la cual
aparece, sin darnos cuenta que este viene por una serie de consecuencias y
circunstancias. No nos tomamos un tiempo para averiguar qué está
provocando esa sensación.
Sabemos que el individuo es un
todo. Un conjunto que no se puede separar en partes distintas. Las enfermedades
causan dolor físico y fuertes reajustes importantes en la vida, de modo que
producen estrés, y por tanto ansiedad, angustia y depresión.
Sería muy bueno que la próxima
vez que algo nos duela, busquemos la causa profunda y no sólo la solución
inmediata y superficial.
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