jueves, 17 de enero de 2019

La Persona Y El Intelecto

Uno de los pilares del ser humano es el intelecto, y del intelecto derivan el entendimiento, la sagacidad, la memorización y el conocimiento.

Es mediante el intelecto como las personas se perfeccionan, como también es su guía y la llave de sus asuntos, además de ser un medio para diferenciar la verdad del error.

La inteligencia es la base del conocimiento y es lo que motiva toda nuestra comprensión. La inteligencia es el remedio para los corazones, el instrumento de los sabios y la corona más valiosa que adorna la cabeza de los creyentes.

En el frontispicio de un colegio en Siria está escrita la siguiente frase: “La peor pobreza es la falta de inteligencia y la peor enfermedad es la ignorancia”.

Hay un término en idioma árabe, acl, que es traducido al español como inteligencia, intelecto o razón, siendo esta una de las cualidades que más se aprecian en las personas, porque nos diferencia a los seres humanos de los animales.

Hay teólogos musulmanes que sostienen que existe una división entre el intelecto práctico y el intelecto especulativo. El primero es el que estudia y razona sobre los problemas universales y prácticos, mientras que el segundo estudia las acciones futuras, pero siempre animando a los seres humanos a realizar todo lo bueno y hacer el mayor bien posible.

El sabio Averroes afirma que el intelecto se divide en activo y pasivo. El intelecto activo es la razón eterna, es el órgano de las verdades universales y es el mismo en todas las personas, mientras que el intelecto pasivo es la capacidad de cada individuo, que surge y desaparece con esa misma persona.
Con respecto a la inteligencia, lo que se discute es determinar si es una capacidad o un don que puede desarrollarse en distintas direcciones, según el interés que pongan las personas para lograrlo.

En la actualidad se utilizan distintas pruebas para resolver problemas o solucionar tareas con el objeto de medir el grado de inteligencia de cada individuo.

En psicología se estudia el intelectualismo, doctrina según la cual todos los fenómenos psíquicos son intelectuales, y que postula que los sentimientos y las creencias religiosas son el resultado de la razón y de las ideas que afirman que la voluntad es determinada por el entendimiento. Uassalamu Alaicum (la paz sea con todos).

*Imán, miembro de Comipaz

miércoles, 16 de enero de 2019

La Mirada Como Punto De Fuga


Para manipular el tiempo tenemos que escaparnos del presente, que devora con su realidad actual toda especulación de lo que fue, será o podría ser con el agujero negro de lo que es ahora mismo.

Mirar viendo lo que vemos nos impide completamente especular sobre otras posibilidades, y por consiguiente hay que saber mirar sin ver para ver algo distinto de lo que vemos, para ver escenas de futuro, o ensueños de cualquier otro tipo y función (a veces ensoñamos para satisfacer deseos que no pueden satisfacerse de otra manera, otras para tomar decisiones sopesando alternativas, otras para motivarnos con una especie de botín que nos prometemos o infierno que nos tememos).

Para lograr ver sin ver ver utilizamos la manipulación de la atención que es como una puerta de entrada de los datos en el procesador central, de modo que cerrando la puerta hacemos que los estímulos externos que recibimos no pasen más allá de cierto nivel de elaboración y queden reducidas a la mínima expresión (porque después de todo siempre hay que estar en alguna parte para ir otra y se cree una sensación de camino de ida y vuelta, en vez de flotar en los aires como místicos en pleno éxtasis).

La impunidad de ver a nuestro antojo lo que no se halla delante de los ojos requiere una exquisita puesta en escena, una pose aúrea en la que parecemos estar interesadísimos en un punto que en verdad despreciamos, una falsa atención a los demás puede parecer incluso demasiado intensa. (``porqué te has quedado mirándome de ese modo?'' ``qué miras con tanto interés?'', se preguntan. ``Nada'', responde el abstraído, ``me que quedado pensando'').

Este es un mirar sin que la viste penetre Esto es, sin que extraiga del filón del mundo algo para alimentarse. Es un ``pasear la mirada'' en la superficie, mirar la pintura del cuadro en vez de concentrarse en lo que allí se representa por medio de colorines, pero que ``lo representado'' es una experiencia activa que nos toca adivinar más allá del empaste y el trazo. Es el sentido de las cosas lo que desatendemos cuando las vemos sin querer verlas.

¿Por qué nos apartamos así del presente?. En primer lugar debemos considerar que nos lo podemos permitir: no hay nada urgente que nos perdamos (a veces esto no está bien calibrado, y entonces lo llamaríamos ``peligroso despiste'', como no atender a que el coche se desvía o derrapa , no ver que ponemos la ropa en el horno,...).

Si aceptamos la posibilidad de no correr riesgos importantes, ahora sí, podemos pretender que este huir del presente nos hace ganar tiempo, un tiempo que existe en paralelo (como cuando pensamos en algo que está ahora en otro lado), en futuro, en el pasado, o incluso quimérico o desiderativo (aunque no existe o si existiera).

Estos ``otros tiempos'' son puramente imaginarios, y realmente en ellos no hay que manejar el cuerpo para posarlo aquí o allá, hacer un esfuerzo, ejecutar habilidades. Además es un tiempo a nuestro antojo y no al capricho de los hararios de trenes y las pesadas esperas a que nos obligan las distancias, por ejemplo. Podemos hacer fácilmente bricolaje y pasar del verano al invierno en un instante, del querer decir algo a haber conseguido el efecto oratorio deseado sin llegar a pronunciar una frase siquiera.

Es de suponer que este ``viaje por el tiempo'' tiene alguna finalidad útil: distraerse, regodearse, aclararse, decidir opciones, explorar situaciones, repasar acontecimientos, prepararse y motivarse como al fantasear cosas agradables para que hagan de anzuelo o cebo y se eleven a la categoría de ``digno de empresa'' y de sentido futuro (lo que nos gustaría ser mañana).

Nada impide que, por el contrario, podamos hacer ``malos viajes'', esto es, agobiarnos, entristecernos, enfadarnos por algo que no veríamos si realmente nos dedicásemos a mirar lo que tenemos delante de los ojos.

Podemos abusar tanto de nuestra capacidad de mirar a medias que realmente medio miramos, sin estar nunca donde estamos del todo: la fiesta se convierte en un ruido de fondo, las conversaciones un ronroneo que nos indica que no estamos totalmente solos, aunque tampoco totalmente integrados.

Hasta nuestra pareja, en estas circunstancias medieras se convierte en algo ``para cumplir'', que no para gozar de manera que por fin pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos.

Entornar la vista, nublarla con lágrimas: he aquí otras alternativas, estas con menos ``disimulo'' que las anteriores, ya que realmente sólo hay un resquicio de vista, lo imprescindible como para constatar que el mundo sigue allí afuera y no ha desaparecido en nuestra ``ausencia''.

Dejar que las lágrimas empañen los ojos, filtrando la luz para hacer contrastar el dolor, la pena o la alegría, para así poder sufrir o poder gozar sin panorama que nos atempere.

Algunos placeres máximos parecen pedir entornar o cerrar los ojos, para de este modo sentir un placer gustativo, un olor o un clímax erótico.

Para evocar un recuerdo, para ver una escena de un episodio vivido que queremos rememorar, cerramos los ojos para resaltar el potencial de esa mirada que se dirige hacia lo que no está (cosa que siempre sucede sin que nos apercibamos de ello, pero que ahora se haría más perentorio si queremos vivir lo que realmente está muerto).

En resumen, la mirada puede ser un punto de fuga: de la plenitud hacia una vida aguada o desleída, de la paz al miedo, de la serenidad a la tristeza y, a la inversa, también sirve para morirnos de placer y de gusto.


A veces lo hacemos todo al revés: cuando deberíamos ``pegarnos'' a la realidad externa, encontrar sentido al mundo, entonces nos evadimos y nos retiramos a nuestra lúgubre caverna, y cuando nos podíamos permitir cerrar los ojos y sentir placer, entonces los abrimos para estar pendientes de ``la realidad'', que en ese momento nos la podríamos ahorrar.

Soy Lo Que Soy

Soy Lo Que Soy
Yo soy lo que soy 
mi propia creación 
y mi destino 
quiero que me des 
tu aprobación o tú olvido. 

Este es mi mundo 
por qué no sentir orgullo de eso 
Es mi mundo 
y no hay razón para ocultarlo 
de qué sirve vivir 
si no puedes decir 
yo soy lo que soy. 

Soy lo que soy 
no quiero piedad 
no busco aplausos 
toco mi propio tambor 
dicen que esta mal, 
yo creo que es hermoso. 

Por qué tengo que amar 
según los otros dicen, 
trata de entender 
las cosas de mi mundo. 
La vergüenza real 
es no poder gritar 
yo soy lo que soy. 

Soy lo que soy 
no tengo que dar 
excusas por eso 
a nadie hago mal 
el sol sale igual 
para vos, para mi, para todos. 


Tenemos una sola vida sin retorno 
por qué no vivir 
como en verdad somos 
no quiero fingir 
no voy a mentir yo 
soy lo que soy. 
Paren de censurar 
hoy quiero gritar 
yo soy lo que soy 


Sandra Mihanovich

Ni Tanto Ni Tan Poco


No se trata de menospreciar. Cuando expresamos en voz alta eso de “ni tú eres para tanto ni yo soy para tan poco”, no estamos infravalorando a la otra persona. Estamos hablando de un juego de fuerzas donde alguien está perdiendo.

Amar supone construir una relación significativa y enriquecedora donde cada esfuerzo se ve recompensado. Damos y recibimos lo que merecemos, y eso, es algo que se hace con libertad y autenticidad.

En el momento en que uno de los dos ejerce ese poder donde todo debe girar según sus necesidades, aparecen las carencias. Jamás debes conformarte con poco, porque el amor no se mide en cantidades sino en felicidad y en correspondencia.

Hay quien a menudo le expresa a su pareja la idea de que él o ella “lo merece todo”. Y sin duda será así, porque amar es desear todo lo mejor para ese ser que habita en nuestro corazón. Lo daríamos todo por nuestra pareja.

Ahora bien, no es adecuado ni saludable aferrarnos emocionalmente a la otra persona hasta el punto de desvanecer nuestra propia integridad. Nadie es para tanto como para que tú, te quedes con tan pocoTe invitamos a pensar en ello.

A menudo, en nuestras relaciones afectivas solemos caer en esas ideas del todo o nada. Son uniones basadas en una dedicación absoluta, donde no caben las intereses personales, un amor que no quiere términos medios y que se complace solo con los extremos.

Ninguno de los dos lo merecemos todo de la otra persona, porque tenemos derecho también a disponer de nuestros rincones propios. A cultivar nuestra individualidad, y ese crecimiento personal que se consigue con las elecciones propias, sin el control que en ocasiones algunas parejas ejercen sobre sus cónyuges.

A veces, el llamado “amor romántico” es el que populariza esta idea de las relaciones del todo o nada. Son parejas que entienden el amor como control, como posesión personal. Ahí donde los celos son parte de la relación.

No debemos aspirar a tenerlo todo de la otra persona. Nadie es poseedor de una vida ajena por mucho que la ame, se trata simplemente de una reciprocidad, de una unión basada en una elección de dos personas maduras que buscan construir “vida en común”.

No te conformes con poco. No hay medios amores ni amores de hoy te quiero pero mañana he de pensarlo. Vivir en la incerteza afectiva genera sufrimiento. Y vivir en una relación donde uno está por encima del otro, cincela carencias en nuestro corazón.

La vida no es un todo un nada, y  tampoco lo son las relaciones afectivas. Hay espacios propios que respetar y diferencias que aceptar. La complicidad son pactos cotidianos sin ultimatums, es un amor que respeta y acepta alejado de los juegos de poder.

Ahí estaría la auténtica esencia, la verdad más plena y saludable. Yo quiero ser para ti lo que tú eres para mí. Y en efecto, sabemos que conseguir esto es en ocasiones muy difícil, que es algo a lo que todos aspiramos.

Quiero un amor basado en la reciprocidad, donde nada me sepa a poco. Donde mi dedicación y afecto sea correspondido, donde mi presencia reconocida, mi voz escuchada, y mi persona tan amada como la tuya lo es a mi corazón.

Es posible que todos estos conceptos te sean complicados de conseguir y que lo veas más como una aspiración que como una realidad. Ahora bien, no hay esperanza que la mente no sueñe y que nuestras emociones anhelen, por ello te invitamos a reflexionar en estas ideas:

Antes de obsesionarte en buscar una persona que te complemente, o que sea capaz de llenar tus carencias, procura convertirte en aquello que deseas encontrar.

Sana tus heridas, encuentra tu equilibrio y sé artífice de tu propia vida para poder ser esa persona que sabe ser feliz con sigo misma, y a su vez, hacer feliz a los demás.

Evita esos apegos poco saludables donde aferrarte de forma ciega a alguien. No dejes que tu felicidad dependa de los caprichos o cambios de humor de la otra persona.

Nadie merece que lo amen mal, a ratos, con los ojos cerrados o a extremos del hoy te lo doy todo y mañana solo un poco.


Mereces un amor maduro y consciente anudado en esfuerzo cotidiano e hilado en un cariño que sabe de detalles, que sabe de reciprocidad.

Los Misterios Que Ya No Son

Algunos misterios ya no son lo que eran. Hace unos años el gobierno británico hizo públicos aquellos archivos secretos sobre los que tanto se había especulado, y resultó que lo único que se guardaba en ellos eran torpes dibujos de platillos volantes hechos por lunáticos o por bromistas.

El instinto de saber es tan poderoso en nosotros como la tendencia a preferir los embustes tranquilizadores o halagadores antes que las incertidumbres de la indagación racional, que siempre es imperfecta y está sujeta además a la corrección o incluso al descrédito. Lo que no aceptamos es que haya preguntas para las que no existen respuestas, o más profundamente historias que no tengan final, relatos que nos despierten expectativas que no van a ser satisfechas. Por eso los crímenes de las intrigas policiacas, a diferencia de los crímenes de la realidad, se resuelven siempre satisfactoriamente, y no gracias a la casualidad o al chivatazo, sino a la inteligencia de un investigador más o menos asistido por la tecnología.

¿Es morbosa nuestra atracción por el crimen? ¿El miedo y el dolor de otros seres humanos, imaginarios o reales, nos alivian la angustia? En el número de septiembre de esta revista, Lola Delgado escribe un reportaje absorbente sobre los misterios sin resolver de la investigación policial, y la primera sorpresa, entre tranquilizadora y decepcionante, es que apenas existen, porque la mayor parte de los crímenes están resueltos a los pocos días de haberse cometido. Una vez más se comprueba que hemos visto demasiadas películas, que hemos leído demasiadas novelas. Seguimos las noticias sobre un asesinato o una desaparición buscando añadir a lo novelesco de la historia el estremecimiento de lo realmente sucedido. El hallazgo de nuevas pistas, el perfil de los sospechosos posibles prolongan la tensión, concediéndonos el doble estímulo narrativo de sentir que nos acercamos a la revelación final y de que esta se demora lo bastante como para recrearnos en el placer del misterio; todo lo cual, bien mirado, no deja de ser una canallada, porque el instinto morboso de saber es más fuerte que la compasión hacia quienes sufren, de modo que nos cuesta poco olvidar que la víctima y sus seres queridos son tan humanos como nosotros y no personajes de ficción.

Pero la realidad casi nunca satisface expectativas que pertenecen al reino de la literatura. Acostumbrados tontamente a los asesinos de sofisticada inteligencia que abundan tanto en las novelas y en el cine, nos decepciona comprobar que los autores de los crímenes suelen ser personas sin ningún interés, de una tosca brutalidad y de una fría falta de conciencia, que prevalecen sobre sus víctimas gracias a la fuerza física. Si tardan en ser descubiertos no es porque sean más astutos que los policías encargados de atraparlos, sino porque a veces las investigaciones se hacen muy chapucera y atolondradamente, o porque los investigadores están sobrecargados de trabajo, o tan sólo porque las víctimas eran demasiado pobres o no tenían a nadie que se preocupara por ellas y que avisara de su ausencia.

Nos cuesta tolerar que si existe la pregunta del crimen no se encuentre la respuesta del culpable. A finales del verano del año pasado nos inquietaba la posibilidad creciente de que el misterio de la desaparición de la pobre Madeleine McCann no llegara a resolverse nunca, y me temo que no por sentido de la justicia, sino más bien por impaciencia narrativa. Necesitamos historias para explicarnos el mundo, pero necesitamos más todavía que las historias sean completas, y si a pesar de todo no se encuentra un final seguimos necesitando una explicación satisfactoria para ese espacio en blanco, y reservamos una extraña admiración hacia los autores anónimos de esas obras maestras que son los crímenes nunca resueltos. 

Cualquier cosa menos aceptar la mediocre realidad, el espanto crudo de la capacidad humana de hacer daño, de la fragilidad de las vidas de los inocentes.


martes, 15 de enero de 2019

Apetito Por La Lectura


Nuestra sociedad actual adolece de cierta desnutrición de literatura pese a la gran cantidad de títulos y obras que se encuentran a nuestra disposición. Esta deficiencia vitamínica se refleja en nuestro lenguaje, tendencias e incluso en nuestras decisiones.

Que los libros ejercen o pueden ejercer una poderosa influencia en nuestras vidas, es hoy un hecho incuestionable, no en vano, en el pasado, algunos gobiernos totalitarios y opresores los hicieron arder amontonados en las principales ciudades de Europa. La influencia positiva que incide la lectura de libros sobre nuestras vidas y facultades del pensamiento, el crecimiento personal y salud mental está ampliamente documentada por los estudiosos y eruditos modernos. 

Pero hemos de reconocerlo, no a todo el mundo le atrae la lectura. Para algunos es una tarea tediosa y forzada. Un ejemplo de ello lo encontramos en las listas de lecturas obligatorias para alumnos de diferentes cursos y especialidades. Los alumnos se sienten obligados a realizar esas lecturas porque forman parte del programa docente con el que se evalúan sus notas y no porque voluntariamente hayan escogido los títulos.

Según un reciente estudio realizado por el CIS en torno a la lectura, una buena parte de los entrevistados reconocía que no le gustaba la leer. La encuesta se realizó a 2.477 adultos mayores de 18 años en 237 municipios de 49 provincias españolas. El barómetro arrojó los siguientes resultados: La 44,9% dicen que no leen porque no les gusta, ni las interesa. Los que aducen falta de tiempo son el 24,8% y los que prefieren otras formas de ocio y por eso no leen son el 16,4%, los 13,90% restantes prefieren leer periódicos, revistas u otros formatos digitales. En resumidas cuentas, una numerosa parte de la población adulta no disfruta de la lectura de un libro.

Los motivos pueden ser diversos, la mayoría de las personas que viven en las grandes ciudades y que están rodeadas por una abundante y variada información audiovisual, subestiman profundamente la lectura. La mayoría prefieren ver la película antes que leerse el libro en el que se inspiraba el argumento y en nuestra mente insistimos en justificar esta elección, bien sea por que es más rápido, cómodo o por que leer nos da mucha pereza.

En una conocida web sobre opiniones y hábitos se ha elegido un sugerente título para hablar de esta realidad social: “El hábito de leer, una actividad para enamorarse”

Antes de nada debemos decir que muchas veces existe un desconocimiento de lo que se experimenta cuando un relato te atrapa, te envuelve y prácticamente te deja sin aliento hasta que finalmente completas su lectura. Cuando se crea este vínculo entre el lector y el libro, ya no hay lugar para el aburrimiento ni la fatiga de la lectura, ya no nos importa el sacrificio de abrir sus páginas, porque sencillamente nos encontramos tan fascinados con la narración que solo deseamos terminar nuestras rutinas para acudir de nuevo al abrigo de sus páginas.


Debemos esforzarnos en preparar lecturas que les dejen buen paladar, que les causen placer y satisfacción, sabiendo que el placer es indispensable para asumir el esfuerzo de subir nuevos peldaños, de hacer nuevas conquistas”.

Los Humanos Y La Libertad


La Libertad es parte de la naturaleza humana: somos individuos únicos, con gustos y deseos propios, no somos una copia de algo o alguien, no somos una parte de un ejército de robots que pueden ser programados por quien ostenta el poder.

Para ser plenamente humanos, todos debemos tener la libertad de tomar nuestras propias decisiones y gobernar nuestras vidas según nuestras creencias y metas, siempre y cuando permitimos lo mismo para los demás. La libertad de los otros es parte de mi libertad. El sabio refrán dice, tu derecho termina donde empieza el mío.

La Libertad funciona. A lo largo de la historia se demuestra una y otra vez que donde hay libertad siempre florece la cooperación interpersonal, hay innovación y creación de riqueza que permite a los seres humanos vivir una vida más digna. Sin libertad no hay vida plena ni florece lo mejor de cada ser humano.

La libertad es la única forma de organización social, política y económica que requiere que vivamos con altos estándares de conducta ética, y nos recompensa cuando lo hacemos. Nuestro principal activo en una sociedad libre es nuestro prestigio. Esta es la diferencia fundamental entre una sociedad que respeta la libertad, y una sociedad que abraza los lazos paternalistas como alternativa a la toma de decisiones por cada individuo. 

En las sociedades paternalistas, no surgen altos estándares éticos de conducta. No hay premio por ser un ciudadano de bien, se le da lo mismo al que es excelente en su actuar, que, a quien es mediocre en su caminar.

La vida sin libertad es impensable. ¿Quién quiere vivir atado a la correa de otro?, ¿quién quiere vivir temiendo que a cada paso, aquellos armados con la fuerza y poder, podrían atentar contra su vida y pertenencias, aunque lo hagan con buenas intenciones?

Vale la pena luchar por la libertad. Nos da una sociedad más humana, con más riquezas pero sobre todo con estándares éticos más altos..

Filosofía De La Mente


La filosofía de la mente o filosofía del espíritu es la rama de la filosofía que estudia la mente, incluyendo las percepciones, sensaciones, emociones, fantasías, sueños, pensamientos y creencias.
Uno de los problemas centrales de la disciplina es determinar qué hace que todos los elementos de esta lista sean mentales, y otros no.

Además de las cuestiones ontológicas acerca de la naturaleza de los estados mentales, la filosofía de la mente estudia cuestiones epistemológicas en torno a la cognoscibilidad de la mente.

Tanto para la fenomenología como para la filosofía analítica, un candidato importante para ser una condición necesaria, aunque no suficiente, de todo fenómeno mental es la intencionalidad. ​

La intencionalidad es el poder de la mente de ser acerca de, de representar, o de ponerse en lugar de cosas, propiedades o estados de cosas.

​ Por ejemplo, uno no recuerda simplemente, sino que recuerda algo, y tampoco quiere en abstracto, sino que quiere algo determinado. La propuesta de algunos filósofos es que todo lo que sea mental está «dirigido» hacia algún objeto, en el sentido más general de objeto, y que por lo tanto la intencionalidad es una característica necesaria, aunque no suficiente, de lo mental.

Otra característica importante y controversial de lo mental son los qualia, o propiedades subjetivas de la experiencia.

Cuando uno ve una nube, se pincha un dedo con un alfiler, o huele una rosa, experimenta algo que no se puede observar desde fuera, sino que es completamente subjetivo. A estas experiencias se las llama «qualia». Parte de la importancia de los qualia se debe a las dificultades que suscitan al fisicalismo para acomodarlos dentro de su concepción de lo mental.

La filosofía de la mente se relaciona con la ciencia cognitiva de varias maneras. ​

Por un lado, las filosofías más naturalistas pueden considerarse como parte de las ciencias cognitivas.
En cambio, otras filosofías critican a la ciencia cognitiva por suponer que lo mental es representacional o computacional.

Por ejemplo, algunos críticos señalan que la ciencia cognitiva descuida muchos factores relevantes para el estudio de lo mental, entre ellos las emociones, la conciencia, el cuerpo y el entorno.

Algunos problemas centrales en la filosofía de la mente son el problema de la relación entre la mente y el cuerpo, el problema de la permanencia de la identidad personal a través del tiempo, y el problema del reconocimiento de otras mentes.


Los humanos son seres corporales y, como tales, pueden ser descritos por las ciencias naturales. Puesto que los procesos mentales no son independientes de los procesos corporales, la descripción que las ciencias de la naturaleza hacen de los humanos jueguen un importante papel en la filosofía de la mente.

Aquí son relevantes todas las disciplinas que describen procesos relacionados con lo mental. En consecuencia, la lista de las ciencias relevantes es larga: biología, informática, ciencia cognitiva, cibernética, lingüística, medicina, farmacología, psicología, etc.

Importancia De La Empatía

La empatía es la capacidad de entender y comprender las emociones y el comportamiento de otra persona. Esta habilidad, que podemos entrenar, facilita las relaciones interpersonales.

Algunas personas tienen mayor facilidad para establecer y mantener relaciones interpersonales. Esto tiene relación con la Inteligencia Emocional. John Mayer y Peter Salovey en los años 90 plantean por primera vez el concepto de Inteligencia Emocional, con el que hacen referencia a la habilidad para identificar y entender las propias emociones y las de las demás personas, y cómo esto permite dirigir nuestra conducta, controlar emociones, automotivarnos y relacionarnos de forma eficaz y satisfactoria.

 Una pieza clave en las relaciones interpersonales es la empatía. De forma coloquial hablamos de “ponerse en la piel de la otra persona”. Ser empático no implica vivenciar todo lo que vive la otra persona para entenderla. Por ejemplo, para ser empático con una persona que acaba de romper con su pareja, no tengo que romper con una pareja (incluso dándose la misma situación es probable que fuese vivida de forma distinta). La empatía es la capacidad de captar, entender y comprender las emociones de otra persona, lo que piensa y cómo se comporta.

La empatía es una habilidad que podemos desarrollar y entrenar para facilitar nuestras relaciones. Requiere de una escucha activa, una atención plena y una actitud de comprensión.
 La escucha activa implica escuchar con atención y con todos nuestros sentidos, atendiendo a la comunicación verbal y no verbal de la persona. Poniendo atención plena en la otra persona, 
observando, sin emitir juicios, sin aprobar o desaprobar, sin anticipar o suponer lo que la otra “quiere decir”, sin interferencias de nuestras propias vivencias, adoptando de esta forma una actitud comprensiva.

 Para ser empáticos, un punto de partida lo tenemos en reconocer nuestras propias emociones, identificarlas en el momento en el que surgen y poder gestionarlas. Esto nos permite un autocontrol de nuestras emociones, de nuestros impulsos, manejar la frustración… (forma parte de la inteligencia intrapersonal).

 ¿Qué ocurre con la empatía cuando utilizamos vías de comunicación como WhatsApp, Twitter…?
 En nuestra sociedad, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) tienen una gran presencia y forman parte de las relaciones interpersonales. Nos ofrecen herramientas para comunicarnos, establecer y mantener relaciones. Cada una de ellas tiene sus propias características que condicionan como es la comunicación. Además están en constante evolución y con ellas surgen nuevos códigos. En muchas de ellas se pierde un elemento muy importante, el lenguaje no verbal: el tono y la intensidad de la voz, los gestos, la expresión facial, la postura, la proximidad… que acompañan al mensaje.


Los emoticonos intentan incorporar la parte de la información del mensaje que estaría en el lenguaje no verbal. Así podemos ver, de forma explícita, cómo buscamos que la otra persona sea empática con nosotros acompañando el mensaje de texto con emoticonos. Del mismo modo mostramos empatía hacia la otra persona.

lunes, 14 de enero de 2019

Mirarnos Por Dentro

En el budismo, hinduismo, taoísmo y también en muchas terapias humanistas occidentales como la Gestalt, se utiliza mucho la expresión de "mirarse por dentro". A priori todo el mundo parece entender lo que esto significa. Unos lo llaman meditar, otros relajarse, otros estar en soledad, pero ¿realmente con eso es suficiente para mirarse por dentro?.

Los órganos que se encargan de mirar son los ojos. Y los ojos literalmente no pueden mirar hacia adentro ya que, aunque los tengas cerrados, si prestas atención a esa oscuridad, igualmente estarás mirando el exterior que se encuentra entre las pupilas y la piel interna de los párpados. Tampoco es atender al tacto, es decir al contacto con nuestra ropa, con la superficie donde estemos apoyados, con lo que nos pica o con el roce del aire en nuestro rostro. Todo esto está ocurriendo en la frontera entre lo que es dentro y lo que es fuera de nuestro cuerpo, pero nuestro interior está mucho más adentro todavía. ¿Qué hay más adentro?.

Dentro están nuestros músculos, nuestras vísceras, nuestro corazón con sus latidos y, por supuesto, nuestros huesos y articulaciones. Y dentro también percibimos una temperatura interna que muchas veces no tiene por qué tener relación directa con la externa, ya que nuestras emociones influyen poderosamente en el calor o frío que experimentamos. Por lo tanto, si nos miramos más profundamente podemos darnos cuenta de que a lo mejor sentimos una tensión en nuestra garganta, o de que estamos apretando nuestra mandíbula sin ningún motivo, que nuestras tripas están como removidas, que nuestro diafragma se encuentra excesivamente tensionado y elevado, o que nos duele de forma punzante un músculo o una articulación concreta. También podemos percibir sutilmente nuestros riñones, nuestra vejiga, nuestra cabeza por detrás de los ojos u otros órganos a los que jamás solemos prestarle ninguna atención. En este punto es cuando por fin estamos comenzando a mirarnos por dentro, aunque de momento sea únicamente a nivel sensorial.

La observación de nuestras sensaciones físicas internas puede realizarse de dos modos distintos: dirigiendo la atención de modo intencionado sobre un foco como puede ser un órgano, una extremidad u otra parte concreta del cuerpo, y la observación reactiva que es aquella en la que permitimos que las sensaciones espontáneas que manifiesta nuestro organismo reclamen nuestra atención por sí mismas. El primer método puede ser interesante cuando estamos comenzando a conectar: buscamos una postura cómoda, cerramos los ojos, respiramos conscientemente, y luego después vamos visitando atencionalmente cada parte de nuestro organismo para descubrir que sentimos sensorialmente en esa zona. 

Después, lo interesante es cambiar de método y dejar que sean las sensaciones emergentes las que dirijan nuestra atención: "ahora me llama atender la boca de mi estómago porque noto un ligero pinchazo, a lo mejor después mis lumbares porque mue duelen levemente, o luego mis cervicales porque las noto contraídas".

 Llegará un momento en que posiblemente las zonas que más nos atraigan sean aquellas que contienen una tensión a pesar de que estemos cómodos o relajados. En esas zonas podremos explorar un poco más y descubrir que emoción se esconde detrás de dicha tensión. Si resulta que percibo en mi garganta una oclusión puedo preguntarme: "¿qué emoción habita tras esta sensación de mi garganta?". La respuesta difícilmente llegará de manera rotunda y clara, pero si nos damos tiempo y no nos impacientamos tal vez nos llegue la imagen de una persona o de un lugar, un recuerdo, una palabra o una frase, o un sentimiento que puede ser desde muy intenso a muy sutil de miedo, de enfado, de culpa o de tristeza según sea el caso

A veces nos viene la imagen de alguien a quien echamos mucho de menos porque murió o dejó de estar a nuestro lado, tal vez nos surge la palabra ¡cuidado! como una especie de aviso y de preocupación por el futuro, o la frase de ¡no es justo! ante algo que nos hicieron, o la de ¡debería de haber estado ahí! si es que todavía no hemos solventado una culpa. Puede también que nos surjan lágrimas, que notemos un impulso de gritar, que nos entre cierto temblor o pánico, y puede que nos entren muchas ganas de repente de parar si aparece un juicio de valor del estilo: "esto es una tontería""haber si me voy a deprimir"  o "¿y si me entra mucha rabia y luego no soy capaz de salir de este estado?"

Nace el temor de encontrarnos algo que no deseamos relacionado con nuestra sombra y con todo aquello que transgrede la imagen que tenemos de nosotros mismos. O el miedo a recordar episodios de nuestra vida en los que hemos puesto mucho esfuerzo por olvidar. Pero si nos mantenemos valientes y esperamos un poco más dándole espacio a eso que nos está emergiendo, seguro que pasado un rato nos sentimos mucho mejor y aliviados como si algo internamente se nos hubiera limpiado.

Nuestro pasado habita en nuestro cuerpo. Y las experiencias emocionales que aún no hemos logrado digerir, tanto si son recientes como muy antiguas, se mantienen a la espera de que las expresemos y completemos vivencialmente. Son energías contenidas, esperando a que por fin las respiremos, las atendamos y las expresemos sin censura. Cuando logramos descargarnos de estas emociones evitaremos que ese material se convierta en un futuro, si es que aun no lo ha hecho, en síntomas físicos, en ansiedades crónicas o en depresión. Como ejemplo de experiencia liberadora, una sensación corporal del tipo calor en el pecho puede conectarnos con un sentimiento de rabia contra alguien que nos ha ofendido últimamente, y luego después transformarse en otra sensación de tristeza por aquella persona a la que perdimos y que jamás nos hubiera hecho eso que nos han hecho. O puede ocurrir que lo que comienza siendo una preocupación sobre el futuro, nos conecte posteriormente como un recuerdo del pasado en el que sufrimos mucho miedo, y que descubramos después que ésta es la razón por la que tenemos tanta aversión a que se nos repita algo parecido.

Lo que estamos haciendo con todo este proceso es permitirnos autoregularnos de forma natural, cicatrizar una parte de nuestras heridas pendientes y cerrar poco a poco episodios de nuestra historia personal que nos siguen haciendo daño inconscientemente. Estos sentimientos residuales tienen el poder de condicionar nuestro presente y nuestro futuro mucho más de lo que nos podamos llegar a imaginar. Sin embargo, cuando por fin nos miramos por dentro y accedemos a ello, podemos soltar gran parte de estos residuos emocionales ampliando nuestro espacio interior disponible para sentir más amor, más ternura, más ilusión y más alegría por vivir. Nos preguntamos muchas veces: "¿cómo es que ya no amo como antes o ya no lo siento con la misma intensidad que cuando era joven?, ¿cómo es que ya no me entusiasmo con la misma fuerza con la que me entusiasmaba veinte años atrás?, ¿será la edad?, ¿será que me estoy convirtiendo en un aburrido?". La verdadera razón es que hemos ido acumulando tantos bloqueos, y éstos se encuentran tan bien camuflados en nuestro interior, que vemos como normal el que nos falte alegría y que todo nos parezca más de lo mismo, como si ya nada mágico nos pudiera suceder.


Todo esto se puede remediar, y para ello lo único que hay que hacer es aprender a mirarnos por dentro y llevarlo a la práctica periódicamente. Nuestro cuerpo es mucho más sabio que nosotros, y si se lo permitimos nos guiará para que podamos deshacernos de lo que nos está impidiendo conectar con nuestra vida plenamente. Es normal que nos dé miedo al principio, por lo que puede ser útil pedirle a un terapeuta profesional que nos acompañe y que nos enseñe. Poco a poco nos iremos convirtiendo nosotros en nuestro propio terapeuta y podremos ir cicatrizando nuestras heridas emocionales, tanto las antiguas como las que se vayan abriendo posteriormente en el transcurso de nuestra vida, utilizando nuestros propios recursos.

Ciencia Y Filosofía


La filosofía necesita el apoyo sensible de la ciencia y esta, a su vez, sin la filosofía, pierde profundidad, espíritu crítico y actividad creativa. La filosofía sería por tanto para la ciencia lo que el alma para el cuerpo o lo que la forma para la materia. Muchas veces se confunde la filosofía de la ciencia con la historia de la ciencia. Son, sin embargo, dos campos diferentes, aunque está claro que cualquier intento de acercamiento filosófico a la ciencia necesariamente tendrá que basarse en cierta perspectiva histórica, en relación con la evolución de las ideas, dentro de un marco espacio-temporal concreto. La filosofía de la ciencia, así como la filosofía de la historia, es siempre filosofía.

Y la filosofía, ya se haga de la ciencia, del arte, de la política o de otro campo, necesita un marco histórico, temporal, de manera que se comprendan las relaciones encadenadas de causas y efectos que tienen lugar en la evolución de las ideas, en cada momento civilizatorio. Pero, en este caso, la historia será un sustento, una ayuda aclaratoria para el desarrollo de la filosofía de la ciencia.

La filosofía de la ciencia es, pues, el estudio y el conocimiento de los principios y de los métodos, de las estructuras mentales y de los tipos de relaciones de los acontecimientos que la ciencia en general y las distintas ciencias en particular utilizan para conocer su objeto de investigación, ya sea en la naturaleza y en el universo, ya sea en el ser humano y sus actividades, como por ejemplo el lenguaje, la lógica, la historia, la sociología o la psicología.

El fundamento filosófico de la ciencia permite la correcta aplicación de silogismos del pensamiento inductivo y deductivo, el uso eficaz de los símbolos y de las fórmulas matemáticas, la aplicación práctica de hipótesis y teorías, así como la creación coherente de estructuras para leyes y principios científicos, de manera que se consiga una interpretación satisfactoria del mundo.

Las leyes y principios científicos son generalizaciones de las observaciones, y las teorías son interpretaciones de las leyes. Pero, muchas veces, las teorías avanzan más allá de los simples datos de la observación, con objeto de explicar nuevas situaciones. Por consiguiente, no proceden directamente de la experiencia o del experimento, como ocurre con las leyes. Por esta razón, el conocimiento teórico proviene de influencias mutuas y de cambios más complejos y holísticos de pensamiento.

Se trata de un conocimiento que presupone tanto la existencia de la subjetividad del ser pensante como también la existencia de hipótesis y conjeturas. Y es aquí donde la filosofía tiene una gran utilidad y es incluso imprescindible. Hace falta, no obstante, destacar que no deben confundirse ni eliminarse los límites separadores entre la ciencia y la filosofía. Es imprescindible que exista, no solo distinción entre ellas y sus campos de conocimiento, sino también que puedan coexistir completándose armónicamente.

Para que esto se produzca contribuyen las siguientes razones:

Los descubrimientos e inventos revolucionarios no son siempre acordes con las consideraciones y presupuestos filosóficos de lo establecido por los que comienzan, o con los principios aceptados a los que están sometidos los criterios apreciativos de los filósofos. Sin embargo, estos descubrimientos pueden muchas veces utilizarse como base para nuevas revisiones de raíz en la filosofía. Asimismo, sucede lo contrario, como dice K. Popper: “Desde un punto de vista histórico, las ciencias occidentales actuales provienen de las consideraciones filosóficas de los griegos acerca del mundo, acerca del orden del universo”.
El inconveniente de las ciencias actuales proviene de la falta de pensamiento filosófico en la consideración sobre la naturaleza última de las cosas. Esto tiene como resultado una actividad científica deficiente, insegura y dudosa, en la que no existe cierta forma de metafísica filosófica.
La investigación científica presupone la interpretación del universo en un momento histórico concreto, de acuerdo con algún sistema de ideas dado y en general aceptado (el “paradigma”), el cual debe tener coherencia, ser lógico y necesario y que pueda interpretar todo elemento de la experiencia. Y este sistema de “la imagen del mundo” es filosófico.

Los conceptos filosóficos y científicos están sometidos a transformación y adaptación y, por lo tanto, no pueden ser ni “evidentes” ni “definitivos”, como los llamarían Descartes y la “nueva ciencia” de la Ilustración y el moderno neo racionalismo.

En la evolución de la civilización hace falta dinamismo, un espíritu de aventura que relacione la filosofía y la ciencia, de manera que pueda cubrir todo el espectro de la experiencia humana y, a la vez, asegurar la independencia e integridad de cada ciencia por separado. Tan solo así podrán existir, a la vez y en complementación armónica, la especialización con la interdisciplinariedad científica holística.

A lo largo de la historia de la ciencia y de la filosofía podemos observar que las revoluciones del pensamiento humano y del progreso se dieron casi siempre cuando entre ellas existía una relación armónica y una influencia mutua, no cuando existía una confrontación violenta o una homogeneidad y no diferenciación de su campo de acción.

Un ejemplo de las relaciones de confrontación lo vemos en el período histórico de la Contrarreforma y de la Ilustración hasta Kant, en el cual la filosofía, cuyo monopolio tenía la religión, se encontraba en conflicto abierto con el nuevo horizonte científico. Por el contrario, ejemplo de las relaciones de identificación y de falta de cierta diferenciación lo encontramos en el período medieval en Occidente, o en el bizantino en el Oriente grecorromano, donde la ciencia se consideraba como una simple sección de la filosofía.



domingo, 13 de enero de 2019

Tenerlo Todo Y No Tener Nada


Mucho se ha escrito sobre lo importante que es poseer experiencias en vez de cosas. “Ay, sí”, asentimos todos, “qué bueno eso de viajar y de vivir la vida”, añadimos mientras suspiramos y preparamos una reunión con nuestro jefe de hace diez años.

Porque una cosa es leer artículos en una web y querer ser la protagonista loca que lo ha vendido todo y se compró una furgoneta, otra es hacerlo. En el fondo, ninguno de nosotros sacrificaría todos sus bienes para convertirse en una noticia viral por un día. Bueno, quizás para eso sí (así son nuestros egos del siglo XXI), ¿pero para vivir a lo loco? Quita, bicho.

No voy a escribir sobre la importancia de lo intangible. Si a esas alturas ya no lo tenemos claro, mal vamos. Quiero hablar sobre lo interesante que es, en el fondo, no tener nada asegurado. Es decir, de lo fantástico que es ser cualquiera. Porque tú tendrás un trabajo fijo, un novio de toda la vida, una salud de escándalo y una hipoteca asumible, pero ninguna de esas cosas son inamovibles. Así que por muy estable que te veas ahora, no es garantía de que lo estés mañana. Ya ves, al final tú, el que supuestamente lo tiene todo, y aquel otro que de entrada no tiene nada, tenéis exactamente lo mismo: una vida, y poca cosa más. Y ni siquiera la vida es algo seguro. Menudo bajón.

“¿Y para qué escribes esa patraña?” me preguntarás. Créeme, no tengo la intención de amargarte el día. Sólo quiero que seas consciente de que no tener nada es más bien una ventaja. El día en el que te des cuenta que todo aquello que te “ata” a un lugar o un tipo de vida no son otra cosa que una ilusión óptica, te sentirás mucho más tranquilo. La estabilidad no existe. Es un invento del ser humano para sentirse menos desubicado. Un invento inútil, por cierto. Una mentira que, como otras tantas, nos hace daño y nos sumerge en algo que evitamos a toda costa: la esclavitud.

Repito: no tener nada es una ventaja. Y, visto lo visto, nadie tenemos nada porque la mayoría de las cosas no nos pertenecen y las que sí no durarán para siempre. Entonces… si sabemos que la estabilidad es una mentira, ¿por qué nos empeñamos en seguir un patrón de vida?

Ganas de decirle, a ti y a todos, que te dejes de tonterías y te alegres por no tener nada a tu edad. Porque el que lo tiene, tampoco lo tiene, pero cree que sí y está tremendamente equivocado. ¡Menudo camino le toca por recorrer!
No, no es un artículo que critica la vida en pareja y un trabajo estable. No, no es un llamamiento anti sistema. No, no es una motivación para los supuestamente fracasados, socialmente hablando. Qué va.
Sólo es una pequeña llamada de atención para los flipados que creen tenerlo todo y los desgraciados que se quejan por no tener nada: estás en lo mismo. Y lo mejor que podes hacer es excluir la palabra “estabilidad” de nuestro vocabulario. Quizás se atrevan a vivir más la vida.


Solidaridad

Podemos definir a la solidaridad como el acto mediante el cual una persona realiza acciones en beneficio de otro sin recibir nada a cambio. La solidaridad es, realmente, la base de la sociedad humana si se tiene en cuenta que cuidándonos unos a otros es que podemos sobrevivir. Sin embargo, en los días actuales la solidaridad suele pasar desapercibida o no ocupar tanto espacio en nuestras vidas debido a todas las ocupaciones y temas a resolver que solemos tener.

Esto hace que el fenómeno de la solidaridad sea muy particular: hay situaciones o circunstancias en las que los habitantes de una comunidad se activan y ponen en juego la solidaridad más elemental (por ejemplo, cuando se organizan para ayudar a los damnificados por una catástrofe climática) pero también hay situaciones en las que el individualismo prima y cuesta ver al otro que sufre, solo, en la calle, sin amparo de nadie.

Muchas veces se sostiene que la solidaridad es un buen modo de paliar situaciones dolorosas en las que el Estado demostró su ausencia o no actuó correctamente. Así, la organización popular frente al abandono de los gobiernos muchas veces termina siendo muy efectivo. Sin embargo, debemos marcar que esto no es suficiente ya que es responsabilidad de los Estados y de quienes administran los recursos actuar correctamente para evitar catástrofes o situaciones de abandono pero también para contrarrestarlas cuando las mismas se dan.

Es común ver gente en la calle, libradas a la suerte de la falta de protección y si bien muchas personas pueden organizarse para ayudar, esto es un deber del Estado que cualquier ciudadano debería poder reclamar y exigir que se cumpla.

Como ciudadanos es también responsabilidad nuestra exigir que tales obligaciones se cumplan no sólo para nosotros sino cuando vemos a alguien desamparado. Es a partir de la idea de solidaridad con el otro que surgen las ONGs, organizaciones no gubernamentales que buscan solidaria y desinteresadamente solucionar problemas allí donde el Estado no está presente.

La solidaridad es un acto humano de ayudar al otro y contribuye al desarrollo social

La importancia de la solidaridad tiene que ver entonces directamente con el desarrollo social. En este sentido, es importante aclarar que por solidaridad entendemos cualquier acto desinteresado que pueda significar un beneficio para un tercero y que en el fondo también supone algún nivel de satisfacción para aquel que lo lleva acabo.

Si bien normalmente la idea de solidaridad se relaciona con la noción de grupos sociales humildes o desprivilegiados, hay muchas acciones que uno puede realizar durante el día que son solidarias, como por ejemplo ayudar a un anciano a cruzar la calle, participar en algún proyecto de voluntariado, etc. Siempre que existe la solidaridad existirá alguien necesitado y alguien que pueda cubrir esas necesidades, la difícil tarea será lograr que esas necesidades se vean cumplidas en todo momento y no por un rato o un período de tiempo breve.

La solidaridad es sin dudas importante ya que a partir de ella la sociedad funciona más armoniosamente. Esto es así ya que toda aquella persona que actúe solidariamente tiene que tener necesariamente algún nivel de conciencia sobre la situación des privilegiada que el otro está pasando y elegir concientemente a partir de allí ayudarlo realizando diverso tipo de acciones que puedan colaborar para que esa situación cambie.

Hay muchas maneras de ser solidario y si bien algunas personas participan de manera constante y mucho más activamente (como por ejemplo alguien que organiza un comedor para niños, lo cual requiere una presencia permanente), uno también es solidario cuando realiza una acción particular que puede no tener continuidad en el tiempo (como por ejemplo cuando se colabora en alguna colecta social). Lo importante es tener en cuenta que todos los aportes que uno pueda hacer servirán para mejorar la calidad de vida de aquellos que no tienen todo y que entonces, la solidaridad puede fácilmente convertirse en un medio para dar solución o ayuda a quienes más lo necesitan y también para que nos sintamos parte de un todo que es la sociedad, una sociedad que debe ser vivible para todos sus miembros y habitantes.




Asertividad


La asertividad es una estrategia de comunicación basada en decir las cosas sin agredir ni someter la voluntad del otro, defendiendo los propios deseos y opiniones. Pero decir lo que realmente se piensa, dándose a valer y sin “pisar” al otro no es siempre una tarea fácil. No obstante, es fundamental para establecer relaciones sanas y también para ser feliz manifestar las propias convicciones y defender los propios derechos.

La asertividad es una forma de expresión consciente, directa y equilibrada cuyo objetivo es defender la ideas, deseos y sentimientos propios sin perjudicar u ofender al otro. Para ello, es necesario tener autoconfianza y autocontrol, así como evitar dejarse llevar por las emociones.

Si quieres ser asertivo, debes evitar estos errores en tu comunicación con los demás. Combinados, estos tres puntos dificultan enormemente la comunicación con los demás:

No  digas “siento que” como si fuera una declaración de tus sentimientos o una afirmación sobre ti mismo. Ejemplo: Siento que eres un pésimo oyente cuando me interrumpes cuando hablo.
No acuses al otro conjeturando lo que crees que quiere hacer. Ejemplo: Me siento como si quisieras iniciar una pelea.
No interpretes los comportamientos del otro. Ejemplo: Creo que no me llamaste para salir ayer porque ya no te intereso.

Para superar los errores anteriores y poder mantener relaciones sanas, evitando las malas interpretaciones, las siguientes claves son muy útiles para aprender a decir lo que piensas y para que el otro sepa qué quieres decir.

Habla en primera persona tantas veces como sea posible. El otro no se pondrá a la defensiva y mantendrá la atención para ver qué tiene que hacer para cambiar sin sentirse atacado. La clave es la descripción de los propios sentimientos y de por qué se han desencadenado los mismos. Ejemplo: Me duele que no me hayas preguntado qué tal me ha ido el día.

Describe por qué te sientes así, cuál es la causa de tu estado anímico. No se trata de acusar, sino de explicar qué te pasa cuando ocurre algo con claridad y sin dar lugar a malas interpretaciones. Ejemplos: “Me asusto cuando gritas”, “me entristece que no digas nada cuanto te cuento mis problemas”…

Pide lo que necesitas para solucionar el problema. Sin pedir lo que quieres, solo estás expresando tus sentimientos, pero no estás dándole al otro las claves para mejorar la situación. Dar por supuesto que el otro sabe lo que tiene que hacer es un mal hábito. Pon el énfasis en lo que sientes y en lo que el otro puede hacer para ayudarte o mejorar. Ejemplo: “Me duele que no me hayas preguntado qué tal me ha ido el día. Me siento mejor cuando te interesas por mí.”…

Para comunicarte de forma asertiva, el profesor Craig Malkin, de la Universidad de Harvard, propone una sencilla estructura de comunicación: “Me siento A (sentimiento), cuando haces B (acción). Me sentiría mejor si C (petición).”


Parece fácil, aunque lleva un poco de tiempo hacerlo de forma automática. La buena noticia es que funciona. Solo hace falta practicar para que la asertividad a la hora de decir las cosas sea una conducta diaria.

Luces Y Sombras

Luces y sombras habitan en nuestro interior. Forman parte de lo que somos, de lo que no queremos ser y de lo que puede que seamos. Son la lucha entre lo que reconocemos, lo que evitamos, lo que admitimos y lo que ignoramos o no queremos ver. Y en este pequeño, pero costoso equilibrio, tratamos de pasar nuestros días sin que ninguna de las partes domine nuestra vida.

Cuando la verdad nos dice que el equilibrio entre lo que conocemos y lo que no admitimos es difícil de lograr. Para poder vivir con nosotros mismos tenemos que tomar una buena dosis de aceptación de la realidad: estamos hechos de luces y de sombras y por eso mismo habrá partes de nosotros que no querremos aceptar.

La aceptación de nuestras sombras puede implicar dolor pero también implica evolución, cambio y aceptación de nuestro yo. Implica, por lo tanto, conocerse a uno mismo y desarrollar una sana autoestima ante la vida. No todo son luces, ni las luces siempre iluminan nuestra vida, las luces en ocasiones nos ciegan el camino y las sombras puede que nos den las respuestas.

“No es posible despertar la conciencia sin dolor. La gente es capaz de hacer cualquier cosa, por absurda que parezca, para evitar enfrentarse a su propia alma. Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”.
-Carl Jung-

Carl Jung definía a nuestras sombras como el conjunto de las frustraciones, experiencias vergonzosas, dolorosas, temores o inseguridades que se alojan en lo inconsciente. La sombra contiene todo lo negativo de la personalidad que el yo no está siempre en condiciones de asumir y que, por lo mismo, puede llegar a frenar la manifestación de nuestra auténtica forma de ser y de sentir.

La maldad, el egoísmo, la envidia, la cobardía, los celos, la avaricia y muchas de nuestras emociones y nuestros miedos son nuestras sombras. Muchas veces nos damos cuenta de ellas cuando nos llevan a conflictos con los demás. En otras ocasiones se expresan en sentimientos de culpa o hasta en depresiones inexplicables, reflejando una imagen en la que no nos reconocernos.

Incluso, somos capaces de proyectar estas sombras en los otros con tal de no asumir que estos sentimientos, juicios o ideas nos pertenecen. Estamos programados desde pequeños para esconder los fracasos, la desesperación y lo negativo de nuestras vidas. Así, solo por el hecho de ser humanos, guardamos sombras en nuestro interior, al igual que luz.

“Un hombre que no ha pasado el infierno de sus pasiones nunca las ha superado. Hasta donde podemos discernir, el único propósito de la existencia humana es encender una luz en la oscuridad del mero ser”
-Carl Jung-

Las luces que nos componen, que nos rodean y que nos iluminan desde el interior son todas aquellas cualidades, virtudes, emociones, comportamientos o deseos que nos gusta mostrar. Son las máscaras que con las que nos disfrazamos en cada ocasión como si fueran nuestra única y verdadera identidad.
Podemos elegir ser bromistas, inteligentes, comprensivos, sociables, tímidos o valientes, podemos elegir qué queremos mostrar ante el gran escenario social. Actualmente, las luces de nuestra personalidad las hacemos brillar más con el uso de las apariencias en las redes sociales. 

Vivimos una segunda vida en las que las sombras no solo se esconden, sino que hacemos como si no existieran. Esto que en un principio puede parecer una ventaja, una manera de protección ante las miserias de nuestra vida, en realidad se convierte en el epicentro de la expresión del narcisismo moderno. 

Nos dejamos cegar por nuestras luces, nos obsesionamos tanto porque sean nuestro verdadero foco de expresión hacia el exterior, que dejamos de ser humanos para ser máquinas de sonrisas en las fotos que guardan grandes vacíos en el interior.


Por eso resulta tan importante conocer nuestras sombras, porque nos ayudan a mantener el equilibrio interior. Somos falibles, sentimos celos, envidia o culpa, pero también nos recomponemos. Somos humanos y aceptarlo viviendo la realidad y no una historia de cuento, nos ayudará a desarrollar una autoestima sana y a vivir una vida mejor y más plena. No niegues tus sombras, acéptalas; no te ciegues con las luces, busca tu equilibrio interior.

Hagamos Lo Que Hay Que Hacer

Una mala compañera llamada ansiedad nos lleva a ansiar que todo suceda rápidamente, por arte de magia y que en un abrir y cerrar de ojos todo funcione. El ímpetu de los comienzos es apasionante, pero en esa fuerza corremos el riesgo de atropellarnos. Las metas necesitan de dos patas inseparables: objetivos claros y paciencia.

Cumplir un sueño, está más lejos del cuento de hadas y más cerca de la realidad del sacrificio. En una época signada por la cultura de lo instantáneo, creemos que es posible lograr metas a corto plazo, pero generalmente sucede bastante poco.

El peligro de tener una visión exitista y rápida, es que la tolerancia a la frustración será escasa. Entonces, apenas nos atraviese el mínimo problema se tenderá al abandono de los objetivos y aquel sueño que proyectamos corre el riesgo de quedar sólo como un mal recuerdo.

No es un mal de unos pocos. La escasa proyección a planes de largo plazo, es el mal de la época. Para pensar en la cultura del trabajo debemos remontarnos a aquellos inmigrantes de principios del siglo XX que comenzaron su trayectoria laboral como obreros o trabajadores incansables y de a poco, con sacrificio extremo y dedicación plena iniciaron su camino hasta lograr una estabilidad.

Entonces, no debería separarse el contexto de la tendencia. Sin dudas, muchos valores e instituciones están en crisis y por lo tanto, no es casual que los proyectos, las metas o los sueños quieran lograrse de un día para el otro, sin tener en cuenta la búsqueda, el camino, los aciertos y los fracasos que implica poder obtener alguna aspiración.

¿Cuáles son algunos de los valores ausentes que conllevan esta tendencia a pensar en el resultado sin tener él cuenta el proceso?

Uno de ellos es el compromiso. La responsabilidad como parámetro es fundamental para lograr una meta: ser coherente entre lo que se dice y se hace con uno mismo y con las personas involucradas; ser ordenado en los objetivos y que el principal involucrado en la meta demuestre su esfuerzo trabajando igual o más que sus compañeros.

Otro valor fundamental es el sacrificio. Todos podemos ser creadores o tener excelentes ideas, pero el arte más admirable es llevarlas a cabo ¿Cuántos creyeron ser los ideólogos de enormes sueños pero ante el gran trabajo que conllevan quedaron en palabras? Es que ser creativo es sólo una parte de la tarea. El 90 por ciento de un sueño se basa en lo que hacemos por él y no en lo que decimos del mismo.

Recuperar los valores perdidos quizá sea le primer paso para pensar un sueño. El ser y el hacer son inseparables para poder lograr nuestros objetivos. Proyectar a largo plazo a través de la cultura del trabajo será la mejor forma que aquellas ideas de las deseamos vivir se conviertan en hechos.

Los ideales se concretan  haciendo.