En el budismo, hinduismo, taoísmo y también en muchas
terapias humanistas occidentales como la Gestalt, se utiliza mucho la expresión
de "mirarse por dentro". A priori todo el mundo parece entender lo
que esto significa. Unos lo llaman meditar, otros relajarse, otros estar en
soledad, pero ¿realmente con eso es suficiente para mirarse por dentro?.
Los órganos que se encargan de mirar son los ojos. Y los
ojos literalmente no pueden mirar hacia adentro ya que, aunque los tengas
cerrados, si prestas atención a esa oscuridad, igualmente estarás mirando el
exterior que se encuentra entre las pupilas y la piel interna de los párpados.
Tampoco es atender al tacto, es decir al contacto con nuestra ropa, con la
superficie donde estemos apoyados, con lo que nos pica o con el roce del aire
en nuestro rostro. Todo esto está ocurriendo en la frontera entre lo que es
dentro y lo que es fuera de nuestro cuerpo, pero nuestro interior está mucho
más adentro todavía. ¿Qué hay más adentro?.
Dentro están nuestros músculos, nuestras vísceras, nuestro
corazón con sus latidos y, por supuesto, nuestros huesos y articulaciones. Y
dentro también percibimos una temperatura interna que muchas veces no tiene por
qué tener relación directa con la externa, ya que nuestras emociones influyen
poderosamente en el calor o frío que experimentamos. Por lo tanto, si nos
miramos más profundamente podemos darnos cuenta de que a lo mejor sentimos una
tensión en nuestra garganta, o de que estamos apretando nuestra mandíbula sin
ningún motivo, que nuestras tripas están como removidas, que nuestro diafragma
se encuentra excesivamente tensionado y elevado, o que nos duele de forma
punzante un músculo o una articulación concreta. También podemos percibir
sutilmente nuestros riñones, nuestra vejiga, nuestra cabeza por detrás de los
ojos u otros órganos a los que jamás solemos prestarle ninguna atención. En
este punto es cuando por fin estamos comenzando a mirarnos por dentro, aunque
de momento sea únicamente a nivel sensorial.
La observación de nuestras sensaciones físicas internas
puede realizarse de dos modos distintos: dirigiendo la atención de modo
intencionado sobre un foco como puede ser un órgano, una extremidad u otra
parte concreta del cuerpo, y la observación reactiva que es aquella en la que
permitimos que las sensaciones espontáneas que manifiesta nuestro organismo
reclamen nuestra atención por sí mismas. El primer método puede ser interesante
cuando estamos comenzando a conectar: buscamos una postura cómoda, cerramos los
ojos, respiramos conscientemente, y luego después vamos visitando
atencionalmente cada parte de nuestro organismo para descubrir que sentimos
sensorialmente en esa zona.
Después, lo interesante es cambiar de método y
dejar que sean las sensaciones emergentes las que dirijan nuestra
atención: "ahora
me llama atender la boca de mi estómago porque noto un ligero pinchazo, a lo
mejor después mis lumbares porque mue duelen levemente, o luego mis cervicales
porque las noto contraídas".
Llegará un momento en que posiblemente las zonas que
más nos atraigan sean aquellas que contienen una tensión a pesar de que estemos
cómodos o relajados. En esas zonas podremos explorar un poco más y descubrir
que emoción se esconde detrás de dicha tensión. Si resulta que percibo en mi
garganta una oclusión puedo preguntarme: "¿qué
emoción habita tras esta sensación de mi garganta?". La
respuesta difícilmente llegará de manera rotunda y clara, pero si nos damos
tiempo y no nos impacientamos tal vez nos llegue la imagen de una persona o de
un lugar, un recuerdo, una palabra o una frase, o un sentimiento que puede ser
desde muy intenso a muy sutil de miedo, de enfado, de culpa o de tristeza según
sea el caso
A veces nos viene la imagen de alguien a quien echamos mucho
de menos porque murió o dejó de estar a nuestro lado, tal vez nos surge la
palabra ¡cuidado! como
una especie de aviso y de preocupación por el futuro, o la frase de ¡no es
justo! ante algo que nos hicieron, o la de ¡debería de haber estado
ahí! si es que todavía no hemos solventado una culpa. Puede también que
nos surjan lágrimas, que notemos un impulso de gritar, que nos entre cierto
temblor o pánico, y puede que nos entren muchas ganas de repente de parar si
aparece un juicio de valor del estilo: "esto
es una tontería", "haber
si me voy a deprimir" o "¿y si me entra mucha rabia y luego no soy capaz de salir de
este estado?".
Nace el temor
de encontrarnos algo que no deseamos relacionado con nuestra sombra y
con todo aquello que transgrede la imagen que tenemos de nosotros mismos. O el
miedo a recordar episodios de nuestra vida en los que hemos puesto mucho
esfuerzo por olvidar. Pero si nos mantenemos valientes y esperamos un poco más
dándole espacio a eso que nos está emergiendo, seguro que pasado un rato nos
sentimos mucho mejor y aliviados como si algo internamente se nos hubiera
limpiado.
Nuestro pasado habita en nuestro cuerpo. Y las experiencias
emocionales que aún no hemos logrado digerir, tanto si son recientes como muy
antiguas, se mantienen a la espera de que las expresemos y completemos
vivencialmente. Son energías contenidas, esperando a que por fin las
respiremos, las atendamos y las expresemos sin censura. Cuando logramos
descargarnos de estas emociones evitaremos que ese material se convierta en un
futuro, si es que aun no lo ha hecho, en síntomas físicos, en ansiedades
crónicas o en depresión. Como ejemplo de experiencia liberadora, una sensación
corporal del tipo calor en el pecho puede conectarnos con un sentimiento de
rabia contra alguien que nos ha ofendido últimamente, y luego después
transformarse en otra sensación de tristeza por aquella persona a la que perdimos
y que jamás nos hubiera hecho eso que nos han hecho. O puede ocurrir que lo que
comienza siendo una preocupación sobre el futuro, nos conecte posteriormente
como un recuerdo del pasado en el que sufrimos mucho miedo, y que descubramos
después que ésta es la razón por la que tenemos tanta aversión a que se nos
repita algo parecido.
Lo que estamos haciendo con todo este proceso es
permitirnos autoregularnos de forma natural, cicatrizar una parte de nuestras
heridas pendientes y cerrar poco a poco episodios de nuestra historia personal
que nos siguen haciendo daño inconscientemente. Estos sentimientos residuales
tienen el poder de condicionar nuestro presente y nuestro futuro mucho más de
lo que nos podamos llegar a imaginar. Sin embargo, cuando por fin nos miramos
por dentro y accedemos a ello, podemos soltar gran parte de estos residuos
emocionales ampliando nuestro espacio interior disponible para sentir más amor,
más ternura, más ilusión y más alegría por vivir. Nos preguntamos muchas veces: "¿cómo es que ya no amo como antes o ya no lo siento con la
misma intensidad que cuando era joven?, ¿cómo es que ya no me entusiasmo con la
misma fuerza con la que me entusiasmaba veinte años atrás?, ¿será la edad?,
¿será que me estoy convirtiendo en un aburrido?". La
verdadera razón es que hemos ido acumulando tantos bloqueos, y éstos se
encuentran tan bien camuflados en nuestro interior, que vemos como normal el
que nos falte alegría y que todo nos parezca más de lo mismo, como si ya nada
mágico nos pudiera suceder.
Todo esto se puede remediar, y para ello lo único que hay
que hacer es aprender a mirarnos por dentro y llevarlo a la práctica
periódicamente. Nuestro cuerpo es mucho más sabio que nosotros, y si se lo
permitimos nos guiará para que podamos deshacernos de lo que nos está
impidiendo conectar con nuestra vida plenamente. Es normal que nos dé miedo al
principio, por lo que puede ser útil pedirle a un terapeuta profesional que nos
acompañe y que nos enseñe. Poco a poco nos iremos convirtiendo nosotros en nuestro
propio terapeuta y podremos ir cicatrizando nuestras heridas emocionales, tanto
las antiguas como las que se vayan abriendo posteriormente en el transcurso de
nuestra vida, utilizando nuestros propios recursos.
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