Una vez más, me da la impresión de
que la actual locura por las series es un acto de consumo para alcanzar un
cierto prestigio. Para estar ahí, para decir “yo la ví”, “sé que es”, “estoy en
el ajo”, “yo ya voy por la siguiente temporada”.
Esto pasa con la cultura de masas,
pero también cuando entramos en mundos supuestamente más independientes. De
repente surge una banda, un pintor, un autor, y si no quieres ser un moderno de
palo tienes que saber quién es esa nueva banda, ese pintor, ese autor. Ser el
primero en comprar el disco/cuadro/libro. Es tu prestigio lo que está en juego.
Y, desde luego, debes ser el primero en abandonar el culto cuando el grupo se
vuelve mainstream y hay
seres desvalidos que no logran esa entrada para su concierto.
Al final también las manifestaciones
culturales se convierten en productos de consumo con los que pretendemos
defender nuestro puesto en el escenario social. Son tan productos de consumo
que nuestro objetivo ya no es gozar de sí mismos, sino obtener el acceso a
ellos.
El éxtasis no es escuchar la canción, sino adquirir el salvoconducto
para escucharla. No queremos disfrutar la cultura, queremos poseerla y llevarla
colgada de la solapa para que todo el mundo sepa que la poseemos. Como decía el
recientemente fallecido Zygmunt Bauman, “En el mundo actual todas las ideas de
felicidad acaban en una tienda”. Ya ni siquiera el placer que nos regala la
cultura se salva de esa máxima de consumo y posesión.
Y quedan dos, a mi parecer, graves
secuelas a causa de este enfoque. Por un lado, centenares de propuestas
culturales se quedan sin espacio donde crecer, ya que no forman parte de
ninguno de los dos bandos, ni son monstruos de la cultura de consumo
obligatorio, ni son tan alternativos y oscuros que sean capaces de ofrecer un
prestigio alternativo a sus consumidores.
Y como todo este catálogo de otras
propuestas no tiene margen para darse a conocer, al final, el diseño de
nuestros gustos culturales queda totalmente en manos de este enfoque tan marketiniano y construimos nuestras
personalidades culturales sin margen para tener elementos en los que definirnos
realmente como únicos e individuales, bajo el riesgo de ser expulsados de los
bien pensantes, ser vistos con recelo o ser considerados simplemente incultos
por no consumir y solo gozar.
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