Hay gente que se
hace muy buenos propósitos. Pero no tiene voluntad para llevarlos a cabo. Hay
otros que tienen miles de ideas, pero carecen de la voluntad suficiente para
materializarlas. Los hay que sueñan y nunca hacen nada, sólo idean, vislumbran,
planean. Pero, bien lo dice el refrán: "Del dicho al hecho, hay mucho
trecho".
Gracias a la
voluntad, todo es posible. La aplicamos a un presentimiento y nace un proyecto.
La aplicamos al proyecto y resulta una realidad. Ella es la fuerza generadora
de lo memorable del hombre. Voluntad de vivir, voluntad, de hacer reales las
cosas que deseamos.
Qué formidable es
recordar a aquel muchacho emprendedor, a aquella linda muchacha, quienes, de
estudiantes sencillos, comunes y corrientes o de empleados sin mayor
importancia, nacieron a una vida independiente, feliz, llena de esfuerzos y
satisfacciones. Mediante la voluntad, naturalmente.
Misteriosa fuerza
que se engendra en nuestro psiquismo, la voluntad es una chispa, un deseo de
hacer, una carga insólita que nos inclina a buscar aquello que deseamos ver
frente a nosotros. Y en alto porcentaje, altísimo, quienes desean algo y ponen
su parte de voluntad para encontrarlo, se salen con lo suyo.
Mediante la
voluntad hallamos el camino que nos resuelve necesidades y ensueños.
Voluntariamente nos entregamos a una rutina de trabajo para merecer una
gratificación y voluntariamente repetimos una y otra vez algo que nos interesa,
hasta que queda como lo deseamos. Esa inocente voluntad es la que vale:
"Un gran talento está hecho de un diez por ciento de sapiencia y un
noventa por ciento de insistencia".
Tengamos la extraña
voluntad de cumplir con el deber diario y nos sorprenderemos como se fortalece
para más amplios deberes. Quien no es grande en lo pequeño, difícilmente lo
será en lo grande. Tengamos la extraña voluntad de hacer, día a día, algo más
por nosotros mismo y por el prójimo.
Necesitamos esa voluntad férrea.
Y obtendremos
extraños e increíbles resultados.
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