Prácticamente nadie
vive su vida plenamente, aunque crean todo lo contrario. Estamos demasiado bien
acostumbrados a obtener todo aquello que queramos o necesitemos justo cuando
queremos y sin que nos suponga ningún problema. Y así, esta cultura del no
esfuerzo, se ha convertido en una costumbre para todos nosotros. Preferimos
movernos entre lo conocido, sabiendo así que resultados podemos esperar y que
acciones podemos llevar a cabo para conseguirlos.
Nos conformamos en tener
aquello que nos es dado, aceptamos vivir aquello que parece que nos toca vivir.
Como si de alguna manera no pudiéramos hacer nada, como si nuestro destino
estuviera escrito y no existiera forma de poder cambiarlo. ¿Realmente éste es
el cometido de nuestra existencia en el mundo?
Tal y como nos han
aconsejado miles de libros y películas, hay que aprovechar y vivir al máximo.
La vida está formada por infinitas oportunidades, expuestas en el momento
idóneo, esperando para ser tomadas. Cada vez que tengamos la ocasión de hacer
realidad nuestros sueños, no debemos dudar ni un segundo. Tenemos que luchar
por aquello que queramos hasta el último momento.
Solo debemos dejar de luchar
cuando sea evidente que la lucha no obtendrá su fruto. Porque lo que es casi
seguro que no pase, es que puede pasar. Mientras haya una posibilidad, media
posibilidad de entre mil millones de que pase, vale la pena intentarlo.
Hay que correr el riesgo de poder perderlo todo por conseguir lo que se quiere,
porque si lo conseguimos la recompensa puede ser enorme.
Y aunque no sepamos si
nuestros actos van a llevarnos al más profundo de los sufrimientos o a un
camino de rosas, no debemos permitir perder algo por miedo a lo desconocido,
por miedo a equivocarnos y a no estar haciendo lo que se considera correcto.
Porque la vida no
se cuenta por los años que se ha vivido, sino por todos los momentos que se ha
disfrutado.
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