domingo, 27 de enero de 2019

Saber Pensar

Que la mente deje de pensar sería como pedirle al corazón que deje de latir. Pensar es la función que nos define como homo sapiens, la que nos permite reflexionar, actuar, intelectualizar. Sin embargo, muchas veces pensamos sin control, la cabeza no para, se vuelve una tortura, nuestro peor enemigo.

A veces hay razones concretas: problemas laborales, presiones económicas, enfermedades. Otras, no hay una causa específica; sin embargo, nuestra cabeza "rumia" y no nos deja dormir, ni descansar, ni ponernos contentos por nada. Nos enferma.

 La mayoría de las personas conoce bien de qué se trata la ansiedad, y uno de sus síntomas más frecuentes es pensar, pensar, pensar. Darle vueltas al asunto, revisar una y otra vez la misma situación, una trampa sin salida atemorizante y amenazadora. Pero pensar no es reflexionar. 

Las personas que sufren de esta situación se sienten cansadas, sufren de insomnio, dolores articulares y contracturas, temblores, miedos, palpitaciones y, en casos agudos, ataques de pánico. La ciencia le puso un nombre: TAG o Trastorno de Ansiedad Generalizada. Distintas disciplinas abordan su tratamiento desde varios enfoques.

 La psicoanalista de la Fundación Estímulos, Cristina Canen (MN 8457), explica: "Cuando la cabeza no puede parar, repite una serie de pensamientos que, si bien portan diferentes trajes, siempre visten el mismo esqueleto. Conforman algo así como un bloque de palabras que no permiten ninguna grieta para la interrogación. 

Pensamientos que no logran anclar y dar paso a otro nuevo, sino que se compactan en la cabeza; aunque paradójicamente, la sensación sea la de un movimiento sin freno. La cabeza no para y luego de recorrer horas de insomnio vuelve a rehacer el mismo camino sin que la sopa de letras cambie el menú. 

Como el reflujo en los bebés, arranca una y otra vez."



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