A veces hay razones concretas: problemas laborales, presiones económicas, enfermedades. Otras, no hay una causa específica; sin embargo, nuestra cabeza "rumia" y no nos deja dormir, ni descansar, ni ponernos contentos por nada. Nos enferma.
La mayoría de
las personas conoce bien de qué se trata la ansiedad, y uno de sus síntomas más
frecuentes es pensar, pensar, pensar. Darle vueltas al asunto, revisar una y
otra vez la misma situación, una trampa sin salida atemorizante y amenazadora.
Pero pensar no es reflexionar.
Las personas
que sufren de esta situación se sienten cansadas, sufren de insomnio, dolores
articulares y contracturas, temblores, miedos, palpitaciones y, en casos
agudos, ataques de pánico. La ciencia le puso un nombre: TAG o Trastorno de
Ansiedad Generalizada. Distintas disciplinas abordan su tratamiento desde
varios enfoques.
La
psicoanalista de la Fundación Estímulos, Cristina Canen (MN 8457), explica:
"Cuando la cabeza no puede parar, repite una serie de pensamientos que, si
bien portan diferentes trajes, siempre visten el mismo esqueleto. Conforman
algo así como un bloque de palabras que no permiten ninguna grieta para la
interrogación.
Pensamientos que no logran anclar y dar paso a otro nuevo, sino
que se compactan en la cabeza; aunque paradójicamente, la sensación sea la de
un movimiento sin freno. La cabeza no para y luego de recorrer horas de
insomnio vuelve a rehacer el mismo camino sin que la sopa de letras cambie el
menú.
Como el reflujo en los bebés, arranca una y otra vez."
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