Una vez hemos convertido
nuestras acciones en hábitos y, por lo tanto, en rutinas, es posible (sucede a
menudo) que nos estén privando de lo que más queremos. Las excusas siempre
están más cerca del engaño que del argumento. Existen infinitos pretextos para
no llevar a cabo alguna acción que a priori, y en teoría, sí queremos llevar a
cabo.
“El verdadero enemigo del éxito no es el fracaso, como
muchos piensan, sino el conformismo y la mediocridad. Todos cargamos con más
vacas de las que estamos dispuestos a admitir; excusas que ni nosotros mismos
creemos, con las que pretendemos explicar por qué no hemos hecho lo que sabemos
que tenemos que hacer”
Camilo
Cruz
El ser
humano tiene una conversación interna constante, que en coaching denominamos la columna izquierda. En esa conversación tratamos de autoconvencernos
o de autoimponernos excusas que nos “permitan” no realizar la tarea que
teníamos pensada “sin sentirnos mal”. El problema de ese “no
sentirnos mal” es que es momentáneo. Porque,
en el fondo, sabemos que esas excusas son mentiras que nos contamos, y una vez volvemos a la consciencia de nuestros
objetivos se produce un efecto rebote que hace que no sólo nos sintamos mal,
sino que comencemos a maltratarnos psicológicamente por haber hecho tal cosa.
Una vez que el diablo que tenemos dentro ha vencido a
nuestro “Pepito Grillo”, comienza la lucha externa. Esa lucha externa nos hace
poner en práctica todas esas excusas que nos hemos puesto, y nos quedamos
paralizados sin llevar a cabo la acción.
Las excusas nos
“protegen” del fracaso. Hacen que nos preparemos a nosotros mismos, que no
intentemos algo “por sí sale mal”. Y lo que hacemos en realidad es no
intentarlo, y así privarnos de la posibilidad de tener éxito; además de la
generación de nuevas experiencias que siempre nos enseñarán algo.
“Una excusa es peor
y más terrible que una
mentira”
Alexander
Pope
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