En vez de psicologías personales o caracteres de grupo,
priman en estos enfoques la ideología, el ángulo político y las novedades
mediáticas. Entre tanto, la impronta del reality televisivo y sus flujos
chismográficos hacen de las suyas. Es frecuente que, en medio del vértigo
informativo, se pase del análisis a la interpretación y de la crítica a la
propuesta. No está de más anotarlo.
Una pugna que empieza con K
Véase cómo a propósito del polémico indulto al ex mandatario las posturas asumidas a diestra y siniestra parecen multiplicar los Keikos y los Kenjis, ya por la aprobación a la iniciativa consumada o por el cuestionamiento esgrimido ante tal arbitrariedad. Por un lado están los partidarios del perdón y quienes califican el indulto como una aberración; los que aparean el olvido con la superación del trauma y los que aducen, a capa y espada, que el recordar evita la repetición del crimen.
Con harta frecuencia se opina desde el sentido común: he
allí las redes de la democracia. En otras ocasiones se buscan argumentaciones
más sofisticadas: se trata de la solvencia en la que se instala el discurso
intelectual.
Freud y el parricidio
Volvamos a los Fujimori: crecen los menores y ocupan lugares mayores, distintos episodios corroboran que están lejos de apuntar al mismo objetivo o, peor aún, que a fuerza de coincidir en él se van tornando mutuamente excluyentes. Asesinar al padre para luego gobernar entre hermanos: esa era la hipótesis que, con lujo de detalles, extendió Freud. Mantener vivo al padre mientras se prolonga la pugna entre hermanos: he allí este complejo fraterno que, a la fecha, parece no tener visos de resolverse. ¿Acaso los crímenes y despropósitos del padre son hereditarios y la rivalidad entre hermanos el mejor pretexto para validar tal malditismo?
Volvamos a los Fujimori: crecen los menores y ocupan lugares mayores, distintos episodios corroboran que están lejos de apuntar al mismo objetivo o, peor aún, que a fuerza de coincidir en él se van tornando mutuamente excluyentes. Asesinar al padre para luego gobernar entre hermanos: esa era la hipótesis que, con lujo de detalles, extendió Freud. Mantener vivo al padre mientras se prolonga la pugna entre hermanos: he allí este complejo fraterno que, a la fecha, parece no tener visos de resolverse. ¿Acaso los crímenes y despropósitos del padre son hereditarios y la rivalidad entre hermanos el mejor pretexto para validar tal malditismo?
Crisis políticas al margen, las hostilidades entre
descendientes no parecen tener buena tribuna, aunque, hay que decirlo, cuenten
con harta vitrina. Quizá no sea casual que Huáscar y Atahualpa confirmen, para
la historia del Perú, la visión catastróficamente criminal que Caín y Abel
escenificaron en el relato bíblico. En el ámbito de los grandes pensadores
pocos saben, por ejemplo, que los hermanos William y Henry James, connotado
filósofo pragmatista el primero y una de las plumas cumbres de la literatura el
segundo, no podían verse ni en foto. Digamos que la anormalidad atribuida a lo
defectuoso y conflictual del vínculo fraterno supone también una lectura
moralista que no debemos perder de vista. Algo parece asemejar la frustrada
armonía entre hermanos y la supuesta inocencia infantil. ¿No se tratará de dos
mitos seculares esgrimidos contra una realidad que nos sobrepasa
diariamente?
La cultura de los pares
A pocos tramos de un parricidio innombrable, ese que cristaliza en lo real el trágico desenlace edípico, se yergue el fratricidio innoble. Es un traspié que tira por tierra la labor civilizadora de la familia mientras certifica el ocaso de las jerarquías adultas y da paso a otro régimen más homogéneo donde la cercanía y la paridad suelen distanciar a los protagonistas. Quizá sea preciso recordar que la modernidad trajo consigo toda suerte de trajines, vértigos y aceleraciones. Su ocurrencia pretextada por aspiraciones económicas y empoderamientos diversos habría de rebotar, tarde o temprano, en toda convivencia y, por abrumadoras probabilidades, en el núcleo de lo familiar. Las jerarquías hogareñas de ayer empezaban a sufrir severos descalabros, cual si se tratara de sacudones sísmicos experimentados a pequeña escala. Los derechos individuales de cada cual crecieron desproporcionados, mientras que los deberes y obligaciones de otrora se encontraban en severa tela de juicio. Hablamos del advenimiento, con sus pros y contras, de la cultura, hoy vigente, de los pares.
A pocos tramos de un parricidio innombrable, ese que cristaliza en lo real el trágico desenlace edípico, se yergue el fratricidio innoble. Es un traspié que tira por tierra la labor civilizadora de la familia mientras certifica el ocaso de las jerarquías adultas y da paso a otro régimen más homogéneo donde la cercanía y la paridad suelen distanciar a los protagonistas. Quizá sea preciso recordar que la modernidad trajo consigo toda suerte de trajines, vértigos y aceleraciones. Su ocurrencia pretextada por aspiraciones económicas y empoderamientos diversos habría de rebotar, tarde o temprano, en toda convivencia y, por abrumadoras probabilidades, en el núcleo de lo familiar. Las jerarquías hogareñas de ayer empezaban a sufrir severos descalabros, cual si se tratara de sacudones sísmicos experimentados a pequeña escala. Los derechos individuales de cada cual crecieron desproporcionados, mientras que los deberes y obligaciones de otrora se encontraban en severa tela de juicio. Hablamos del advenimiento, con sus pros y contras, de la cultura, hoy vigente, de los pares.
Reino competitivo sobre el que ya se ha dicho demasiado.
Más allá entonces de las ventajas tomadas por uno de los
contendientes/descendientes de la dinastía Fujimori, lo cierto es que en el
balance tanto debe incluirse al que pierde cuando gana (que lo diga PPK), como
los modos con que se benefician los aparentes perdedores. Habría que evitar,
eso sí, lo que indica el proverbio oriental: que cuando de perpetrar una
venganza se trata mejor sería cavar dos tumbas.
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