Caminar es una de las 4 dignidades del ser humano y aunque
habitualmente lo hagamos con el fin de llegar de un lado a otro, sin realmente
disfrutar del camino y de cada paso, andar puede volver a ser una forma de
conectar con el mundo.
Deambular sin un fin, permitiéndonos ser sorprendidos
por el entorno, es una actividad que nos invita a estar presentes de nuevo y conectar con la vida tal
cual está sucediendo. Con cada pisada, con cada encuentro con el suelo.
En palabras de Henry David Thoreau:
¿Por qué resulta a veces tan arduo decidir hacia dónde caminar?
Creo que existe en la naturaleza un sutil magnetismo y que, si cedemos
inconscientemente a él, nos dirigirá correctamente. No da igual qué senda
tomemos.
Hay un camino adecuado, pero somos muy propensos, por descuido y
estupidez, a elegir el erróneo.
Nos gustaría tomar ese buen camino, que nunca
hemos emprendido en este mundo real y que es símbolo perfecto del que
desearíamos recorrer en el mundo ideal e interior; y si a veces hallamos
difícil elegir su dirección, es-con toda seguridad- porque aún no tiene
existencia clara en nuestra mente.
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