Proviene de las palabras latinas “cum”= con y “scientĭa”= conocimiento,
pasando a significar el conocimiento que tiene alguien de su propia persona, y
de lo que lo rodea.
La conciencia es el juez interior que gobierna nuestras
acciones y nos impone las normas morales de acuerdo al código ético en ella
conformado. Su inobservancia trae como castigo el remordimiento. La conciencia
moral se va firmando en etapas desde edades tempranas de la vida.
Se produce a
través de la captación de estímulos sensitivos que interactúan con los
valores aprehendidos por el sujeto.
Los estoicos elaboraron el concepto de conciencia, como un
vigilante continuo de nuestros actos, e integrante del orden divino. La
conciencia le permite al hombre controlar lo que puede controlar, y ante lo
inevitable decidirse por la indiferencia. El cristianismo toma esta noción de
conciencia, y la reformula. Santo Tomás de Aquino llamó sindéresis a la
conciencia moral, facultad humana que le permite captar los principios
universales y evidentes.
La conciencia impone al sujeto un imperativo categórico que libremente
puede o no aceptar. Por el contrario, la naturaleza obliga
al sujeto con independencia de su voluntad.
Hegel a partir de su confianza en la facultad racional del
hombre, funda la filosofía en
ella.
Heidegger sostuvo que la conciencia debe proyectarse al
mundo, pero este mismo mundo condiciona a la propia conciencia, que está
inmersa en ese mismo mundo, y por eso fracasa.
Para el psicoanálisis la conciencia se halla
condicionada por el inconsciente. Marx llevó al plano político su
idea de conciencia referida a las clases sociales, que le permitía al hombre
reconocerse como miembro de un cierto grupo dentro de la sociedad con el que
mantenía intereses comunes, y a los que se une para luchar en conjunto,
reivindicando sus derechos.
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