miércoles, 16 de enero de 2019

La Mirada Como Punto De Fuga


Para manipular el tiempo tenemos que escaparnos del presente, que devora con su realidad actual toda especulación de lo que fue, será o podría ser con el agujero negro de lo que es ahora mismo.

Mirar viendo lo que vemos nos impide completamente especular sobre otras posibilidades, y por consiguiente hay que saber mirar sin ver para ver algo distinto de lo que vemos, para ver escenas de futuro, o ensueños de cualquier otro tipo y función (a veces ensoñamos para satisfacer deseos que no pueden satisfacerse de otra manera, otras para tomar decisiones sopesando alternativas, otras para motivarnos con una especie de botín que nos prometemos o infierno que nos tememos).

Para lograr ver sin ver ver utilizamos la manipulación de la atención que es como una puerta de entrada de los datos en el procesador central, de modo que cerrando la puerta hacemos que los estímulos externos que recibimos no pasen más allá de cierto nivel de elaboración y queden reducidas a la mínima expresión (porque después de todo siempre hay que estar en alguna parte para ir otra y se cree una sensación de camino de ida y vuelta, en vez de flotar en los aires como místicos en pleno éxtasis).

La impunidad de ver a nuestro antojo lo que no se halla delante de los ojos requiere una exquisita puesta en escena, una pose aúrea en la que parecemos estar interesadísimos en un punto que en verdad despreciamos, una falsa atención a los demás puede parecer incluso demasiado intensa. (``porqué te has quedado mirándome de ese modo?'' ``qué miras con tanto interés?'', se preguntan. ``Nada'', responde el abstraído, ``me que quedado pensando'').

Este es un mirar sin que la viste penetre Esto es, sin que extraiga del filón del mundo algo para alimentarse. Es un ``pasear la mirada'' en la superficie, mirar la pintura del cuadro en vez de concentrarse en lo que allí se representa por medio de colorines, pero que ``lo representado'' es una experiencia activa que nos toca adivinar más allá del empaste y el trazo. Es el sentido de las cosas lo que desatendemos cuando las vemos sin querer verlas.

¿Por qué nos apartamos así del presente?. En primer lugar debemos considerar que nos lo podemos permitir: no hay nada urgente que nos perdamos (a veces esto no está bien calibrado, y entonces lo llamaríamos ``peligroso despiste'', como no atender a que el coche se desvía o derrapa , no ver que ponemos la ropa en el horno,...).

Si aceptamos la posibilidad de no correr riesgos importantes, ahora sí, podemos pretender que este huir del presente nos hace ganar tiempo, un tiempo que existe en paralelo (como cuando pensamos en algo que está ahora en otro lado), en futuro, en el pasado, o incluso quimérico o desiderativo (aunque no existe o si existiera).

Estos ``otros tiempos'' son puramente imaginarios, y realmente en ellos no hay que manejar el cuerpo para posarlo aquí o allá, hacer un esfuerzo, ejecutar habilidades. Además es un tiempo a nuestro antojo y no al capricho de los hararios de trenes y las pesadas esperas a que nos obligan las distancias, por ejemplo. Podemos hacer fácilmente bricolaje y pasar del verano al invierno en un instante, del querer decir algo a haber conseguido el efecto oratorio deseado sin llegar a pronunciar una frase siquiera.

Es de suponer que este ``viaje por el tiempo'' tiene alguna finalidad útil: distraerse, regodearse, aclararse, decidir opciones, explorar situaciones, repasar acontecimientos, prepararse y motivarse como al fantasear cosas agradables para que hagan de anzuelo o cebo y se eleven a la categoría de ``digno de empresa'' y de sentido futuro (lo que nos gustaría ser mañana).

Nada impide que, por el contrario, podamos hacer ``malos viajes'', esto es, agobiarnos, entristecernos, enfadarnos por algo que no veríamos si realmente nos dedicásemos a mirar lo que tenemos delante de los ojos.

Podemos abusar tanto de nuestra capacidad de mirar a medias que realmente medio miramos, sin estar nunca donde estamos del todo: la fiesta se convierte en un ruido de fondo, las conversaciones un ronroneo que nos indica que no estamos totalmente solos, aunque tampoco totalmente integrados.

Hasta nuestra pareja, en estas circunstancias medieras se convierte en algo ``para cumplir'', que no para gozar de manera que por fin pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos.

Entornar la vista, nublarla con lágrimas: he aquí otras alternativas, estas con menos ``disimulo'' que las anteriores, ya que realmente sólo hay un resquicio de vista, lo imprescindible como para constatar que el mundo sigue allí afuera y no ha desaparecido en nuestra ``ausencia''.

Dejar que las lágrimas empañen los ojos, filtrando la luz para hacer contrastar el dolor, la pena o la alegría, para así poder sufrir o poder gozar sin panorama que nos atempere.

Algunos placeres máximos parecen pedir entornar o cerrar los ojos, para de este modo sentir un placer gustativo, un olor o un clímax erótico.

Para evocar un recuerdo, para ver una escena de un episodio vivido que queremos rememorar, cerramos los ojos para resaltar el potencial de esa mirada que se dirige hacia lo que no está (cosa que siempre sucede sin que nos apercibamos de ello, pero que ahora se haría más perentorio si queremos vivir lo que realmente está muerto).

En resumen, la mirada puede ser un punto de fuga: de la plenitud hacia una vida aguada o desleída, de la paz al miedo, de la serenidad a la tristeza y, a la inversa, también sirve para morirnos de placer y de gusto.


A veces lo hacemos todo al revés: cuando deberíamos ``pegarnos'' a la realidad externa, encontrar sentido al mundo, entonces nos evadimos y nos retiramos a nuestra lúgubre caverna, y cuando nos podíamos permitir cerrar los ojos y sentir placer, entonces los abrimos para estar pendientes de ``la realidad'', que en ese momento nos la podríamos ahorrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario