La filosofía necesita el apoyo sensible de la ciencia y esta, a su vez, sin la filosofía, pierde profundidad, espíritu crítico y actividad creativa. La filosofía sería por tanto para la ciencia lo que el alma para el cuerpo o lo que la forma para la materia. Muchas veces se confunde la filosofía de la ciencia con la historia de la ciencia. Son, sin embargo, dos campos diferentes, aunque está claro que cualquier intento de acercamiento filosófico a la ciencia necesariamente tendrá que basarse en cierta perspectiva histórica, en relación con la evolución de las ideas, dentro de un marco espacio-temporal concreto. La filosofía de la ciencia, así como la filosofía de la historia, es siempre filosofía.
Y la filosofía, ya se haga de la ciencia, del arte, de la política o de otro campo, necesita un marco histórico, temporal, de manera que se comprendan las relaciones encadenadas de causas y efectos que tienen lugar en la evolución de las ideas, en cada momento civilizatorio. Pero, en este caso, la historia será un sustento, una ayuda aclaratoria para el desarrollo de la filosofía de la ciencia.
La filosofía de la
ciencia es, pues, el estudio y el conocimiento de los principios y de los
métodos, de las estructuras mentales y de los tipos de relaciones de los
acontecimientos que la ciencia en general y las distintas ciencias en
particular utilizan para conocer su objeto de investigación, ya sea en la
naturaleza y en el universo, ya sea en el ser humano y sus actividades, como
por ejemplo el lenguaje, la lógica, la historia, la sociología o la psicología.
El fundamento
filosófico de la ciencia permite la correcta aplicación de silogismos del
pensamiento inductivo y deductivo, el uso eficaz de los símbolos y de las
fórmulas matemáticas, la aplicación práctica de hipótesis y teorías, así como
la creación coherente de estructuras para leyes y principios científicos, de
manera que se consiga una interpretación satisfactoria del mundo.
Las leyes y
principios científicos son generalizaciones de las observaciones, y las teorías
son interpretaciones de las leyes. Pero, muchas veces, las teorías avanzan más
allá de los simples datos de la observación, con objeto de explicar nuevas
situaciones. Por consiguiente, no proceden directamente de la experiencia o del
experimento, como ocurre con las leyes. Por esta razón, el conocimiento teórico
proviene de influencias mutuas y de cambios más complejos y holísticos de
pensamiento.
Se trata de un
conocimiento que presupone tanto la existencia de la subjetividad del ser
pensante como también la existencia de hipótesis y conjeturas. Y es aquí donde
la filosofía tiene una gran utilidad y es incluso imprescindible. Hace falta,
no obstante, destacar que no deben confundirse ni eliminarse los límites
separadores entre la ciencia y la filosofía. Es imprescindible que exista, no
solo distinción entre ellas y sus campos de conocimiento, sino también que
puedan coexistir completándose armónicamente.
Para que esto se
produzca contribuyen las siguientes razones:
Los descubrimientos
e inventos revolucionarios no son siempre acordes con las consideraciones y
presupuestos filosóficos de lo establecido por los que comienzan, o con los
principios aceptados a los que están sometidos los criterios apreciativos de
los filósofos. Sin embargo, estos descubrimientos pueden muchas veces utilizarse
como base para nuevas revisiones de raíz en la filosofía. Asimismo, sucede lo
contrario, como dice K. Popper: “Desde un punto de vista histórico, las
ciencias occidentales actuales provienen de las consideraciones filosóficas de
los griegos acerca del mundo, acerca del orden del universo”.
El inconveniente de
las ciencias actuales proviene de la falta de pensamiento filosófico en la
consideración sobre la naturaleza última de las cosas. Esto tiene como
resultado una actividad científica deficiente, insegura y dudosa, en la que no
existe cierta forma de metafísica filosófica.
La investigación
científica presupone la interpretación del universo en un momento histórico
concreto, de acuerdo con algún sistema de ideas dado y en general aceptado (el
“paradigma”), el cual debe tener coherencia, ser lógico y necesario y que pueda
interpretar todo elemento de la experiencia. Y este sistema de “la imagen del
mundo” es filosófico.
Los conceptos
filosóficos y científicos están sometidos a transformación y adaptación y, por
lo tanto, no pueden ser ni “evidentes” ni “definitivos”, como los llamarían
Descartes y la “nueva ciencia” de la Ilustración y el moderno neo racionalismo.
En la evolución de
la civilización hace falta dinamismo, un espíritu de aventura que relacione la
filosofía y la ciencia, de manera que pueda cubrir todo el espectro de la
experiencia humana y, a la vez, asegurar la independencia e integridad de cada
ciencia por separado. Tan solo así podrán existir, a la vez y en complementación
armónica, la especialización con la interdisciplinariedad científica holística.
A lo largo de la
historia de la ciencia y de la filosofía podemos observar que las revoluciones
del pensamiento humano y del progreso se dieron casi siempre cuando entre ellas
existía una relación armónica y una influencia mutua, no cuando existía una
confrontación violenta o una homogeneidad y no diferenciación de su campo de
acción.
Un ejemplo de las
relaciones de confrontación lo vemos en el período histórico de la
Contrarreforma y de la Ilustración hasta Kant, en el cual la filosofía, cuyo
monopolio tenía la religión, se encontraba en conflicto abierto con el nuevo
horizonte científico. Por el contrario, ejemplo de las relaciones de
identificación y de falta de cierta diferenciación lo encontramos en el período
medieval en Occidente, o en el bizantino en el Oriente grecorromano, donde la
ciencia se consideraba como una simple sección de la filosofía.
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