Muchas veces nos obsesionamos con la perfección, buscando
algo que no existe e intentando pulir detalles que casi siempre lo único que
hacen es sembrarnos dudas sobre si estamos logrando lo que tenemos intención de
lograr.
¿Puedes mejorar el resultado de lo que has hecho? Si la
respuesta es positiva, sigue trabajando. Si la respuesta te genera dudas,
quizás es que ya has hecho todo lo que podías hacer para que eso estuviese
perfecto. A partir de ahí, todo lo que hagas de más probablemente sea una
pérdida de tiempo, porque estarás dándole vueltas a algo que tú mismo no puedes
mejorar.
Esto le pasa a mucha gente, acaban un trabajo concreto que a
su juicio está mejor que bien, está perfecto, lo dejan reposar unas horas, y en
una segunda revisión se dan cuenta de que no les convence. ¿No estaba perfecto?
Hacen una tercera revisión. Ahora está bien. Tras un segundo reposo vuelven a
revisarlo y tienen dudas ¿Quizá antes ya estaba bien? Esto se convierte en
bucle infinito que sólo lo rompe el cansancio.
Pero ¿cómo evitar todo esto? Al final nos vemos envueltos en
una rutina diabólica que nos impide avanzar buscando la perfección, gastando
fuerzas y tiempo en lo que no podemos mejorar -aunque eso no lo sepamos.
Muchas veces pensamos que la perfección es lo que marca la
diferencia entre el éxito y lo común, cosa que nos genera una gran presión y
marca un listón muy alto, pero no nos dejemos engañar porque esto no es así. Lo
que hace que tengamos éxito es el trabajo duro, constante, intentando hacer las
cosas a nuestro mejor nivel y sin perder el foco. A partir de ahí las puertas
del éxito se pueden abrir para cualquiera.
Así que recuerda siempre que te encuentres en una situación
similar: no lo he de hacer perfecto, sólo lo mejor que pueda
Y tú ¿te sientes identificado con el perfil perfeccionista
que busca en todo momento el resultado inmejorable?
No hay comentarios:
Publicar un comentario