El ser humano comenzó a
explorar territorios desde los oscuros tiempos de la prehistoria, pues siempre
ha existido la necesidad de saber qué hay más allá, término este que en latín
(plus ultra) se convirtió en una fórmula de magia incógnita, la cual se mantuvo
por muchas centurias a partir de las grandes civilizaciones históricas.
Los primeros viajes debieron
haber ocurrido cuando los seres prehistóricos tuvieron que trasladarse de un
territorio amenazante o inseguro hacia otro mejor dispuesto a su vida llena de
riesgos. Fue ese un enorme período de nomadismo, que al paso de los milenios
formó sociedades cada vez más complejas. Así se fueron creando los grandes
asentamiento de grandes vidas sedentarias, que luego llegaron a la creación de
las civilizaciones madres. Pero los humanos no pararon aquí de andar y desandar
territorios.
Cada civilización creció conquistando otras tierras, y paradójicamente, cada pueblo conquistador en algún momento fue conquistado. Esto propició una especie de movilidad cultural sobre el globo terrestre.
A partir de las últimas décadas del siglo XVI comenzaron las grandes exploraciones de los navegantes marinos. Los barcos europeos literalmente redondearon la Tierra, y en los diferentes trayectos los reinos poderosos fueron aumentando su poder y riqueza mediante la conquista, pero también se enriqueció el conocimiento humano y comenzó a ser otra la ciencia, la filosofía, el arte, la historia.
¿Y qué otra cosa es explorar, sino sencillamente investigar, descubrir, conocer? Por eso el ser humano busca explorarlo todo, pues, citando a ese príncipe triste de Dinamarca: Más cosas hay en el cielo de lo que los ojos ven, y más cosas hay bajo la Tierra que sobre allá, y en el mar, y en la mente humana y en la creación humana. Los grandes místicos han explorado el sentimiento religioso. Filósofos y psicoanalistas han explorado el alma, el cuerpo humano, nuestro más humano, nuestro más cercano espacio. Y no hay más meta segura: viajeros, científicos y artistas seguirán buscando en lo todavía desconocido, incansablemente, pues el horizonte es amplio y siempre está más allá. Exploración, tras exploración, el ser humano ha crecido y, entre la afición y la entrega, siempre encontraremos algo inexplorado que nos está esperando a darse a conocer.
Porque ahí están, respondió el alpinista británico George Leigh Mallory por su interés por escalar montañas, y dentro de esa sencilla explicación se encierra la gran filosofía de la aventura. Simplemente porque ahí están, porque existen.
Cada civilización creció conquistando otras tierras, y paradójicamente, cada pueblo conquistador en algún momento fue conquistado. Esto propició una especie de movilidad cultural sobre el globo terrestre.
A partir de las últimas décadas del siglo XVI comenzaron las grandes exploraciones de los navegantes marinos. Los barcos europeos literalmente redondearon la Tierra, y en los diferentes trayectos los reinos poderosos fueron aumentando su poder y riqueza mediante la conquista, pero también se enriqueció el conocimiento humano y comenzó a ser otra la ciencia, la filosofía, el arte, la historia.
¿Y qué otra cosa es explorar, sino sencillamente investigar, descubrir, conocer? Por eso el ser humano busca explorarlo todo, pues, citando a ese príncipe triste de Dinamarca: Más cosas hay en el cielo de lo que los ojos ven, y más cosas hay bajo la Tierra que sobre allá, y en el mar, y en la mente humana y en la creación humana. Los grandes místicos han explorado el sentimiento religioso. Filósofos y psicoanalistas han explorado el alma, el cuerpo humano, nuestro más humano, nuestro más cercano espacio. Y no hay más meta segura: viajeros, científicos y artistas seguirán buscando en lo todavía desconocido, incansablemente, pues el horizonte es amplio y siempre está más allá. Exploración, tras exploración, el ser humano ha crecido y, entre la afición y la entrega, siempre encontraremos algo inexplorado que nos está esperando a darse a conocer.
Porque ahí están, respondió el alpinista británico George Leigh Mallory por su interés por escalar montañas, y dentro de esa sencilla explicación se encierra la gran filosofía de la aventura. Simplemente porque ahí están, porque existen.