sábado, 2 de febrero de 2019

Desde El Holocausto


El hombre en busca de sentido. 

Viktor E. Frankl era antes de la guerra un reputado neurólogo y psiquiatra de una familia de origen judío. En los campos de concentración en los que fue internado, era solo el prisionero 119.104: allí los prisioneros solo tenían la existencia desnuda, la identidad reducida a un número. El psicoanalista Erich Fromm señaló en su ensayo Tener y ser que, si basamos nuestra existencia en el tener, cuando todo se nos arrebata, nada somos. Si basamos nuestra vida en el ser, nos quedan las experiencias humanas, independientes de las cosas materiales. De la existencia desnuda de los prisioneros surgen dos actitudes: una vuelta al primitivismo más salvaje e individualista o un regreso a lo que nos hace humanos.

Viktor E. Frankl relata cómo, aun en las circunstancias más adversas, permanece la esperanza y solo los fuertes sobreviven, pero no los fuertes en el sentido físico sino aquellos que tienen una vida interior más desarrollada en la que poder refugiarse. Podían arrebatar todo a los prisioneros excepto sus recuerdos y su capacidad de soñar. Ningún poder de la tierra podrá arrancarte lo que has vivido. Esas ensoñaciones eran una tabla de salvación entre los barracones y la tierra helada en la que, aun así, se podía encontrar una brizna de belleza:

"De vez en cuando levantaba la vista al cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de la mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja de nubes. Mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer. (…) Por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humano intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor."

La visión de Frankl del rostro de su esposa recuerda a los que son considerados como los versos de amor más hermosos de la literatura francesa medieval. Perceval se levanta una mañana en la que el cielo está cubierto de nieve. Un halcón ha herido a unas ocas y han caído tres gotas de sangre sobre la nieve:

"La sangre y la nieve juntas le asemejan los frescos colores del rostro de su amiga quedando absorto en ese pensamiento ya que en su cara se mostraban el color rojo sobre el blanco de la misma manera que las tres gotas de sangre se aparecían sobre la blanca nieve. La contemplación en la que estaba sumido le placía tanto porque le parecía que estaba viendo el color de la faz de su hermosa amiga". 


Pero ahora ya no es un caballero el que se abstrae en la contemplación de la amada, es un prisionero en un campo de concentración. No es un prado cubierto de nieve blanca, es un paisaje hecho de fango. Sin embargo, la experiencia estética, precisamente por escasa y breve, se hace más intensa y adquiere connotaciones casi epifánicas, místicas, platónicas y panteístas. Frankl recupera el sentimiento amoroso como tabla de salvación en medio de la barbarie. Es el amor que salva, el amor que redime, que eleva y que da sentido a la vida, y que demuestra que, a pesar de las fuerzas oscuras que intentan aplastar al espíritu humano, el corazón puede albergar en su interior algo mucho más digno y hermoso que cualquier ideología fanática.

Viktor E. Frankl encuentra que sigue existiendo libertad de actitud en pequeños actos humanitarios: los prisioneros que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba o uno de los guardianes del campo que proporcionó medicinas de su propio bolsillo a los enfermos del campo. Pequeños actos de humanidad, pequeños trozos de belleza que se engrandecen en medio del horror. Al igual que en la caja de Pandora, después de ese horror desatado solo queda la esperanza, como una pobre polilla acurrucada en el fondo, resistiéndose a quedar encerrada y pugnando por salir a pesar de la barbarie, a pesar de las torturas, a pesar de la degradación.

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